Hay palabras que viajan a los centros. Por lo general, son aquellas que casi nunca decimos porque tienen alas. (Nos da miedo que se escapen volando y nos lleven demasiado lejos). Judit tenía algo que decir y decidió quedarse callada. Cuando hubimos concluido, sin embargo, fue ella, y no Alfredo ni yo, quien se fundió en un abrazo con la entrevistada, bañada en lágrimas. A veces no hay verano suficiente para reparar todos los inviernos que llevamos dentro. Otras, basta escuchar en silencio. Me gustaría saber transcribir la plenitud de las ausencias. Pero no soy capaz. Solo sé hacer preguntas. Y cada vez tengo más dudas. Aquí, por tanto, no contaré la verdad , pues no me pertenece. Pero el mundo, sobre todo en este tiempo de encierro, merece sanar con esta reflexión. Y quizás, nunca se sabe, volar.  

Escritora, periodista, promotora de lectura y educadora. La colombiana Yolanda Reyes (Bucaramanga, 1959) es autora de libros como El terror en sexto B o El libro que canta. Con Pasajera en tránsito, se corona como una de las firmas vivas más versátiles del panorama hispano actual, abarcando literatura infantil, juvenil y adulta. Sin embargo, su compromiso social la ha llevado a especializarse en la primerísima edad. Fue finalista al Premio Iberoamericano de Literatura Infantil y Juvenil en 2013, y ganadora del Premio Fundación Cuatrogatos por su libro Volar. También su labor como columnista semanal en El Tiempo ha sido recompensada con una mención del Premio de Periodismo Simón Bolívar. Es, además, directora de la Fundación Espantapájaros

«Cada libro es una nueva relación»

Su amiga y escritora brasileña Marina Colasanti dijo una vez que no escribía para edades, sino para sensibilidades. ¿Y usted? «¿Cuántas veces a lo largo del día reaccionamos con mecanismos que llevamos puestos desde la primerísima infancia? Siempre vuelve a nosotros el mismo miedo, la misma emoción… Y aflora una y otra vez el niño que llevamos encriptado dentro. Las edades son emociones y, en el fondo, se escribe con ellas. Es evidente que ciertos libros están pensados para niños, cuentan con una sintaxis, una estructura y una mirada singulares. Pero también los hay que son deliberadamente para adultos. Otros, en cambio, están en una especie de limbo. Yo escribo desde distintos lugares»

¿Es difícil escapar del estigma de la literatura infantil y salir de ese corral de la infancia que nombraba Graciela Morales y usted misma ha evocado? «Mucho. Pesan las razones de mercado y mercadeo. Pese a la porosidad de la mente humana, necesitamos simplificar las cosas. Categorizar es buscar la comodidad cognitiva. Esa rotulación excesiva escarpa las fronteras entre niños y adultos. La literatura es polisémica, y es su indefinición constante la que permite que el lector se encuentre a su modo con los símbolos. Hay que entrar en los libros como entramos en las historias humanas. Cada libro es una nueva relación; implica tener un lector al lado. Cuando eso se pierde, quedan caricaturas y etiquetas».

«Me interesa el encuentro con la gente»

Hablemos de literatura y feminismo. «No es una discusión nueva. Ahí están las monjas y las santas, que debían recluirse en su encuentro con Dios para poder consagrarse a la escritura. De otro modo, solo les quedaba ser amas de casa. Y lo mismo expone Virginia Woolf cuando reclama una habitación propia. Estos últimos años han servido para nombrar, buscar matices, desnaturalizar y mirar con otros ojos lo que estaba instalado. La literatura está atreviéndose a decir muchas cosas. El debate no se centra en los temas, sino en qué significa construir siendo mujer, desde nuestro lugar en la historia y nuestra herencia simbólica. Lo mejor empieza ahora».

Dirige la Fundación Espantapájaros, colabora con organizaciones como Save the Children y nunca falta entre los invitados de los mejores festivales de literatura infantil alrededor del mundo. ¿De dónde nace ese férreo compromiso con los jóvenes lectores? «Del trabajo. La formación del lector es indispensable. Dar palabras desde la infancia es ayudar a construir la casa imaginaria en la que cada persona tendrá que vivir. Creo que mucho de lo que hacemos en la vida es operar con símbolos y construir mundos posibles a partir de ellos. Por eso me interesa ir al encuentro de la gente en distintos lugares. En literatura no solo inventamos libros, sino nuevas vidas para nuestros lectores». 

«En los libros los niños buscan voces, música y compañía»

Literatos como William Golding, Richard Dahl o más recientemente Andrés Barba defendieron en sus textos que la infancia es solo una convención social…  «La idea de la supuesta inocencia, de que la infancia es una tribu extraña que abandonamos al crecer es algo que quizás construimos los adultos para protegernos de nuestros miedos. Las grandes preguntas de la vida han surgido desde la misma infancia. Cuando tu experiencia total de vida es de dos años, te haces preguntas horribles todo el tiempo. Si mamá va a volver, si mañana me voy a despertar… El mundo es terrible y está lleno de sombras; la vulnerabilidad de la infancia es enorme y los sentimientos (el miedo, la ira, los celos, el amor) tienen algo genuino y contundente». 

¿Qué busca un niño cuando abre un libro? «Experiencia escrita. Es decir, cómo otros pudieron resolver los enigmas que rondan por su cabeza. Un niño busca palabras para nombrarse, para nombrar lo que todavía no sabe, lo que siente y vislumbra. Creo que los niños se nutren y se envuelven de las palabras ajenas. Buscan voces, músicas y compañía en los libros».

«Conversar con un niño es lo mejor que te puede pasar en la vida»

¿Cómo logra dialogar con los más pequeños en sus libros? «Te sonará raro, pero me gusta tratar a los niños como si fueran gente. Tendemos a pensar que son ositos de peluche. Yo hablo con los niños como hablo contigo y ellos lo agradecen. A veces converso con un bebé y le digo cosas que los adultos no se atreven y me miran raro. Es maravilloso hablar con ellos y descubrirles las emociones que están sintiendo, ayudarles a descodificarlas. Hay gente que sabe comunicarse con los animales o se desenvuelve en varios idiomas. Yo sé hablar con los niños. Cuanto más pequeños, mejor». 

Pero desactivar la lógica adulta… «No sé si es desactivarla. Basta con reconocer que todos somos gentes, todos tenemos emociones ancladas en nuestra especie y en nuestra necesidad de palabra. Es ahí donde está la literatura, por lo menos para mí, en esa búsqueda»

Entiendo. ¿Y cuál es la mayor enseñanza que se ha llevado en esa búsqueda? «Conversar con un niño es lo mejor que te puede pasar en la vida. Gracias a ellos he aprendido a mirar las cosas desde perspectivas distintas. Ahí, tomando un té de mentira con un crío, resuelvo gestos, silencios y miradas que me ayudan por ejemplo a plantear nuevas entradas para mis columnas semanales».

«La lectura trata de las relaciones entre los humanos»

A veces los monstruos de la vida real dan más miedo que los monstruos de los cuentos. ¿De qué manera el arte y la literatura son importantes para hacerles frente? «Los monstruos son posibilidades simbólicas, de nombrar y poner fuera de nosotros lo que psíquicamente llevamos dentro. Los monstruos nos permiten también crear alternativas que nos arrullan, nos acogen y resuelven problemas vitales. Sin el miedo no existiría la ciencia, la filosofía o el arte. El deseo, el sueño, el temor a lo incomprensible nos empujan a dar vueltas, a reinventar y explorar. Sabemos que probablemente nunca podremos resolver esos enigmas, pero no paramos de avanzar hacia ellos. En ese proceso empiezo a rumiar, a roer, y de pronto encuentro la literatura».

Leía hace poco “Ver a una persona leyendo un libro es ver a un libro recomendándote una persona”. «Sin duda. Me gustó mucho la frase. No la había escuchado. Es el libro el que lee al niño. Por eso él va y le dice al papá y a la mamá “otra vez, otra vez”. Por eso es tan apasionante el mundo de la lectura, porque habla de las relaciones entre los humanos. No sé qué camino tomará la literatura, supongo que dependerá de cada libro en particular. Pero sé cuál seguiré yo. Ojalá pueda escribir mucho más. Me interesa mucho escribir».

A mis profesores de Literatura, que me enseñaron que el periodismo existía. 

A Judit, que es suya esta historia. 

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El periodismo me queda de paso. Escribo. Arte, misantropía y revolución. Excelsior.


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