Escribo esta retrospectiva por encima de las nubes. No es ninguna metáfora. En el momento de escribir estas líneas, me encuentro volando en dirección a Madrid. De todos los desenlaces posibles para este cierre de ciclo, este es por el que menos hubiera apostado hace tan solo un año. Viajo, acompañado de una improbable y vieja amistad, hacia una ciudad que me es hasta hoy desconocida. Y todo eso en medio de una pandemia.
Los últimos cuatro años han estado plagados de momento amargos. Mi cama ha emprendido varías tentativas de engullirme. La última, no hace tanto tiempo. Sin embargo, también hay grietas que debemos celebrar. En mi periplo por la universidad, he conocido a grandes personas. En medio del tedio, la superficialidad y la mediocridad de la mayoría, existen retazos, casi esquirlas, de algo que podríamos llamar esperanza. Y Alexis es uno de esos colegas de profesión —y, sobre todo, vocación— capaces de neutralizar el núcleo duro de mi misantropía hasta transformarlo en algo de provecho: un motor del cambio.
Retrospectiva de algunas cosas buenas
Otro hito memorable es este espacio desde el que escribo y que casi cumple ya tres años desde su nacimiento. Aunque también destacan otros vecinos, como el proyecto epistolar Posdata y algunos que aún están por ver la luz. Resulta curioso: no cobramos de ninguno de estos, pero son justamente los que nos dan lo necesario para vivir. Por fortuna, no han faltado tampoco los proyectos profesionales que sí dan sustento material. Gracias a varios de ellos, compaginados a lo largo de la carrera, y a distintas becas, he podido afrontar mis estudios sin ser una molestia para mi familia y permitirme experiencias académicas en el extranjero. La situación económica no es boyante, como nos pasa a la mayoría de los estudiantes precarios pluriempleados, pero no me quejo. Y al menos existe un plan de futuro más o menos estable. Veremos cómo sale.
También me alegra, en este período de tiempo, no haber traicionado ni una sola vez a aquel chaval que salió del instituto repleto de ilusiones. Esto es lo único por lo que puedo sentir orgullo: nunca, jamás he olvidado mis ideales. Y tampoco estoy dispuesto a hacerlo a partir de ahora. Quizás por eso el escritor embrionario que habitaba en mí ha parido una flor en mis entrañas. Y aunque es probable que nadie la conozca, no permitiré que se marchite.
Respecto a mi paso por la facultad, hay muy poco reseñable. Solo puedo decir que las 16 Matrículas de Honor que constan en mi expediente no se las deseo a nadie. Y no es pedantería ni falsa modestia. Es que el proceso de desgaste y la carga de responsabilidad que conlleva me ha llevado a odiarme incluso más que antes. Y lo peor es que, muchas veces, esa flagelación es autoinfligida. La facultad me ha provocado fuertes crisis de estrés, agobio, ansiedad social y depresión. Y no ha saciado, ni de lejos, mi apetito de cultura y conocimiento. Los que nos sabemos ignorante siempre tenemos ansias de ese continuo saber más. Lo poco que he aprendido se lo debo a los libros y a un puñado de fantásticos profesores de Literatura.
Próximas expectativas
Ahora que soy periodista, solo saco algo en claro: que mi camino está del lado de las humanidades, la literatura y el arte. No tengo mucho que pedirle al futuro. Solo espero que Barcelona, en mi siguiente etapa de estudios, me acoja con los brazos abiertos. En cuanto al verano, no sé qué me deparará Madrid. Solo espero disfrutar de él y que me sane mínimamente. Y si hablamos de grandes ambiciones, me conformo con terminar mi novela lírica y que me dejen editar mi librito de poemas. Aunque tal vez sobre eso hablaremos más adelante.
Concluyo esta retrospectiva sobre el paisaje de un mar de nubes. Cuando despegamos, hace ya un buen rato, aún era de madrugada. Sin embargo, nada más dejar la pista, atravesamos la gruesa panza de burro que cubre siempre Los Rodeos. Mientras que la isla estaba sumida en lo oscuro, aquí arriba ya había amanecido. A veces siento que a mí me ocurre lo mismo: siempre se me olvida que del cielo no solo viene la noche.
De momento, Tenerife es una herida abierta que durante estas semanas de viaje dejaré cicatrizar.
El periodismo me queda de paso. Escribo. Arte, misantropía y revolución. Excelsior.