Perdonen la insistencia, pero es una herida que me he lamido durante tanto tiempo que la he llevado hasta el hueso: el periodismo apesta. «Recuerden que pueden faltarse el respeto educadamente», apostilló sin pelos en la lengua Xabier Fortes durante el debate (final, decisivo, crucial, primordial y todo adjetivo cuanto se le cruce por la cabeza a un estudiante de marketing) de RTVE. ¡Ay, Márquez, espero que la tierra cubra bien tus orejotas!

Y si cito al colombiano es por algo más que fijación; recuerden que fue el literato quien le dijo a la también periodista-escritora Poniatowska en el transcurso de una entrevista que le ofendía que hubiera acudido a su encuentro con grabadora en mano. «Desde que se inventó ese aparatejo, los periodistas ya no piensan, no interpretan, no sintetizan la verdad de las palabras, se han convertido en meros transcriptores». La mexicana, con su metodología sui generis, no se cortó un pelo en contestar: «Es que hablas mucho y muy rápido, Gabito».

El caso es que el pasaje desempeña aquí una función que supera la simple gracieta anecdótica, y demuestra que no hay mayor verdad periodística que la que surge del enfrentamiento o, mejor aún, del intercambio entre entrevistado y entrevistador. Ana Pastor, digna discípula de Oriana Fallaci, se desenvuelve bien en los momentos de tensión y ensañamiento, pero está lejos de la certidumbre poética que tantas veces rozó Elena Poniatowska.

La verdad de la mentira

La ganadora del Premio Cervantes, tan hábil en crear atmósferas de confianza con sus interlocutores como en destruirlas, alcanzó un grado de verdad en sus palabras que no hubiera sido posible desde la fingida y mal llamada objetividad. En su cara a cara con la Tigresa (la actriz y vedete mexicana Irma Serrano), destaca una de las preguntas más reveladoras de todo el encuentro. «¿A qué huele aquí? Huele como a zoológico», sentenció la novoperiodista. Para sorpresa del lector, la romántica de los boleros tampoco se quedó muy corta en su respuesta; «Mire, a las que se meten con mi casa, las mando al carajo», fue exactamente lo que replicó.

Entre estas líneas descubrí que la literatura tenía más que ofrecerle al periodismo además de un puñado de palabras bonitas y de figuras retóricas que rozan lo ridículo, era la verdad de la ficción, muy superior a la que se consigue al tratar de emular la realidad. Por eso, la invitación de Fortes fue un insulto al periodismo: se olvidó de que el protagonismo del debate lo tienen los argumentos y no los apellidos.

Y no es que el cuarto poder se haya desinflado, es que el cuarto poder nunca existió. Tanto es así que, en su origen histórico, el periodismo se basó en prácticas panfletarias, más cercanas a la propaganda ideológica que al servicio social que engatusa a los estudiantes primerizos del «oficio más bonito del mundo«.

El nuevo nuevo periodismo

Y mientras algunos catedráticos e investigadores se empeñan en confundir la comunicación con el periodismo y en llamar nuevo periodismo a una baraja de viles anglicismos (fact-checking, fake news, data mining, newsletters…), los políticos se encaraman a la chepa de los periodistas o, lo que es peor, los últimos se dedican a atar los cordones de los primeros para que no tropiecen en su camino.

Tampoco tome la hipérbole al pie de la letra: si los políticos mienten, los periodistas mentimos más. Cuando fingimos moderar un debate y en realidad tan solo lo presentamos, cuando troceamos las declaraciones de un personaje público o cuando pretendemos embadurnar con el barniz de la objetividad lo que ha escrito un sujeto… Ahora es buen momento para formular el planteamiento final: ¿cuánto está dispuesto a creer de mis palabras? Al menos yo le garantizo que lo que le ofrezco es mi visión de la realidad, caótica y contradictoria, pero jamás la realidad per se, también caótica y contradictoria y, sobre todo, inabarcable.

El farandulero: noches de fanfarria

Por eso creo que hay más periodismo en Gabriel García Márquez, en Elena Poniatowska o en Manuel Jabois que en las portadas de todos y cada uno de los periódicos de España. Porque quizás la verdad empieza por admitir que lo que usted, lector, está a punto de leer bajo el encabezado no es más que un amago de deformar la realidad, ergo, una gran mentira. Y ya puestos a hacer ficción, ¿no es mejor que el teatro, la performance de Rivera (por citar tan solo otra bochornosa escena de la noche) lo dirija un periodista excusándose frente al lector a que el político haga lo propio frente a su elector?

Me permitiré, a riesgo de interrumpir el in crescendo, introducir una última petición. Ahora que sabe que los dueños de los medios tienen más poder que los políticos y que los periodistas están maniatados por los intereses de ambos, por favor, no se olvide de ir a votar.

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El periodismo me queda de paso. Escribo. Arte, misantropía y revolución. Excelsior.


Un comentario en «¿Periodismo? No, gracias»

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