¿Recuerdan aquel lejano 15M? Ese del que ahora se dice que se ha cerrado el círculo, con la entrada de Unidas Podemos en el nuevo gobierno de Pedro Sánchez. Si echamos la vista atrás, a ese originario movimiento, recuperaremos una de sus señas de identidad: el «no nos representan». Mucho ha llovido y cambiado en la política española desde ese entonces: señorías sin corbatas (nuevos y viejos), viajes en metro en vez de coches oficiales e, incluso, chalés de por medio. Ahora, hasta gobierno de coalición, algo impensable para el viejo bipartidismo. Y, a pesar de los cambios en los representantes y en el sistema de partidos, obligados por la aparición de nuevas formaciones, permítanme decir, mutatu mutandi, que el bochornoso espectáculo en la sesión de investidura (principalmente, de la derecha) tampoco representa a España ni a sus votantes.
Hoy, el país sigue igual que ayer, igual que hace una semana. Ni España está rota en medio del apocalipsis (aunque algún jinete sí que hay por ahí) ni la desigualdad se ha paliado. España sigue igual, la vida ha continuado después del circo mediático-político de estas últimas semanas. Las declaraciones llegan, claro, pero la twitterización de la política dura lo que dura. Donde hay que ir es a las políticas públicas, a los hechos concretos. Eso que afecta a la cotidianidad que no se ha interrumpido nunca, ni siquiera en estos años tan convulsos. No digo que el discurso (a base de tuit) no importe, que lo hace, y mucho, sino que los diputados (más unos que otros) piensan que ese es el eje de la política. Y no.
Más «hooligans» que políticos
Cuando me refería, al inicio del artículo, al «no nos representan» del 15M, la imagen que nos venía a la cabeza era la denuncia de unos políticos desconectados de la realidad social, metidos en una burbuja en la que algunos se creían impunes, con una crisis económica de efectos nefastos que no hizo más que acrecentar la brecha entre pobres y ricos y que aceleró la desafección política. Y si bien algo ha cambiado y se ha transformado, lo vivido en el Congreso de los Diputados estos días, con reacciones propias de hooligans (ay, las masculinidades tóxicas) por parte de la derecha a más de uno de sus votantes les habrá evocado ese pensamiento de que no le representan.
No soy yo de pensar por los demás, o asumir por el resto (parecerme a personajes como Ana Oramas –«Canarias no puede decir sí a este gobierno», qué sabrá ella lo que queremos decir– no es mi objetivo), mucho menos por los votantes del PP, Cs y Vox y el resto de los partidos de derechas. Pero no estaré lejos al afirmar como vergonzoso el espectáculo ofrecido: golpes en los escaños, abucheos, gritos e interrupciones constantes, abandono del hemiciclo o, lo que además reza inhumanidad, ni siquiera aplaudir a una diputada que, aún teniendo cáncer, se desplazó hasta la capital para participar del acto político.
No representan a sus votantes
Volvamos a esa cotidianidad: ¿cuántos de nuestros amigos, familiares o compañeros de trabajo no votan lo mismo que nosotros y las diferencias políticas no pasan más allá de alguna discusión puntual acalorada, sin que eso afecte al trato? Salvo excepciones, los fanatismos no llegan a instalarse (quizás porque la desigualdad y la precariedad no permite desarrollar, de verdad, un interés por la política). Pero donde son un grupo relevante –a los hechos me remito– son en la bancada derecha de la Carrera de San Jerónimo. Y no, eso no representa a la España que tanto se atribuyen. Aunque eso sí, no descartemos que estas irresponsabilidades (teniendo en cuenta, también, los llamamientos al golpismo por parte de la extrema derecha y no tan extrema) terminen por calar y sea una panda los que subviertan a la sociedad.
Uno de los aspectos que más me fascinan de la ciencia política (y una de las razones por estudiarla) es la participación. Uno, humildemente, aspira a reducir la desafección política y que política y sociedad vayan de la mano. Que el interés por la política sea generalizado y no cosa de un grupo de frikis empeñados en estudiarla. Pero qué quieren que les diga: con este clima exacerbado e incendiado por parte de la derecha (apocalipsis, España se rompe, golpe de Estado de Sánchez, traición a la patria, gobierno soviético y demás perlas sinsentido), ese sueño de este joven estudiante de ciencias políticas no deja de ser más que eso (si se le acerca).
Devolver la política al sitio que le pertenece
El teatro escenificado en la bancada derecha del Congreso de los Diputados es impropio de la democracia española y no está a la altura de sus votantes, ni siquiera el «inocente» gesto del aspirante a jurado de La Voz.
La derecha de este país debe apagar las alarmas (por la red alguien recordaba eso que se hacía antes de juzgar al gobierno después de los cien días), principalmente porque el gobierno ni ha empezado a andar. Nadie les está pidiendo que renuncien a sus ideas (a Abascal y compañía ni mención), sino que ejerzan la política de verdad, la de la confrontación dialéctica de modelos de país, no la de incendiar un bosque del que apenas han crecido ramas. No solo por responsabilidad política (polarizar y alterar nunca es una buena idea, y si no que se lo digan al independentismo catalán al que se les ha ido de las manos por completo) sino por devolver a la política al sitio que le pertenece de una vez por todas.
Estudio Ciencias Políticas y Sociología en la UC3M y combino mi pasión por los fenómenos políticos y sociales con la cultura, elementos indisociables de una misma y compleja realidad. Desde pequeño me ha encantado escribir y lo utilizo como manera de evasión y difusión.
Si la sensatez de este artículo encontrase un resquicio por donde colarse dentro del monolíto granítico del fanatismo intolerante e interesado, ¿la piedra se resquebrajaría?