Sáhara. En árabe aṣ-Ṣaḥrāʾ al-Kubrā («el Gran Desierto»). En amazigh, lengua compartida con los primeros pobladores de Canarias, Tenere o Tiniri. Con más de 9.400.000 km2 de superficie, es el desierto cálido más grande del mundo y abarca desde el mar Rojo hasta el océano Atlántico pasando por la costa mediterránea. A menos de 100 km de Fuerteventura, en la cara atlántica del desierto, encontramos un territorio, donde se asienta el pueblo saharaui, conocido como Sáhara Occidental (en árabe As-Ṣaḥarā’ al-Ġarbiyya) en el que se están viviendo desde hace muchos años violaciones sistemáticas de los Derechos Humanos.
En 2012, Álvaro Longoria dirigió un documental, Hijos de las nubes, que nos acercó una realidad que, si bien está físicamente a nuestro lado, la sentimos política y emocionalmente lejana. Ganó el Goya, en ese mismo año, a mejor largometraje documental y ahora, en 2020, se ha convertido en un documento fundamental para entender la actualidad del dolor y la resistencia del pueblo saharaui.
La ONU incluyó a este pueblo en 1960 en la lista de territorios por descolonizar: en 2020, esta lista sigue teniendo 17 comunidades (sin contar con Puerto Rico, aunque no menos preocupante, debido a las peculiaridades de su situación). Hace unas semanas, el Frente Polisario informó de la ruptura del alto al fuego por parte de Marruecos, en la región de Guerguerat, firmado con este país en 1991.
El Sáhara y Canarias, tierras hermanas
Recuerdo durante mi infancia ver cómo ondeaba esa bandera verde, roja, negra y blanca por numerosos rincones de mi barrio y de mi ciudad. Recuerdo los veranos en la playa cuando llegaban los niños saharauis y jugábamos juntos a orillas del mismo Atlántico que ve guerra por un costado y calma por el otro. Allá por 2009, esas imágenes a todas horas en la tele de Aminatou Haidar en huelga de hambre, de 32 días, en el aeropuerto de Lanzarote me insuflaron valentía y coraje, sin darme cuenta.
Había días que me despertaba y el cielo estaba amarillo, no veía el Teide desde mi orilla y me costaba respirar. Yo lloraba y Papi y Mami me explicaban que vivimos muy cerca de África y que la arena del desierto de vez en cuando viene a recordarnos nuestra hermandad geográfica. A veces parece que la calima es la única noticia que nos llega del Sáhara.
Ahora han pasado muchos años de eso y hay cosas que todavía, por desgracia, no han cambiado: el pueblo saharaui sigue sometido a la tiranía colonial de Marruecos con el silencio, y por tanto con el apoyo, de la Comunidad Internacional.
Crónica del expolio de un territorio
La historia del Sáhara Occidental se remonta al siglo XIX, concretamente al año 1884, cuando en la conferencia de Berlín se repartió el continente africano entre las principales potencias económicas mundiales, como quien celebra su cuarenta cumpleaños y comparte una tarta con las vecinas. España se quedó con el Sáhara Occidental y, con el paso de los años, fue descubriendo las riquezas naturalezas que esa tierra africana y desértica albergaba.
En 1973 se crea el Frente Polisario, el movimiento de liberación nacional del Sáhara Occidental, y el 6 de noviembre de 1975 se produce la conocida Marcha Verde. El día anterior, el que era el rey de Marruecos en ese momento anunció que la población civil cruzaría al día siguiente la frontera con el Sáhara español. El resultado de esto fue el inicio de una época de brutal represión policial y violencia indiscriminada, que se alarga hasta la actualidad, en la que la mitad de la población saharaui vive en el territorio ocupado y la otra mitad se ha refugiado en campamentos en Argelia, en pleno desierto.
Juan Carlos I de Borbón, que ejercía en aquel momento de jefe de Estado en España mientras Franco agonizaba, firmó con Mauritania y Marruecos el Acuerdo Tripartito mediante el que, básicamente, anunciaba su retirada del territorio saharaui para dejar vía libre al gobierno marroquí. En Hijos de las nubes, Salem Lebsir, Gobernador del campamento de Refugiados Dakhla: «nunca, nunca hubiéramos pensado que España iba a traicionar a los saharauis de esa manera». En el mismo sentido, escuchamos a Suelma Beiruk de la Unión Nacional de Mujeres Saharauis: «aquellos en los que confiábamos nos engañaron de la noche al día».
Durante un siglo, las personas saharauis eran parte de la ciudadanía española y así constaba en sus documentos de identidad. A fecha de diciembre de 2020, España sigue siendo la potencia administradora de jure del Sáhara Occidental mientras que, de facto, lo es Marruecos.
El papel de la Comunidad Internacional en el conflicto
La Comunidad Internacional ha jugado un papel fundamental en el mantenimiento de una situación terrible, de un drama humanitario como este. En el contexto de esta Marcha Verde, a mediados de los 70 del siglo pasado, el resto de los países del mundo se estaban viendo involucrados en un gran conflicto: la Guerra Fría. Estados Unidos y Francia presionaron a España para que le facilitara la invasión a Marruecos dado que este país estuvo en el bando estadounidense en la contienda contra la URSS.
En 1991, se firmó el alto al fuego, así como el acuerdo de la celebración de un referéndum para que el pueblo saharaui pudiera expresar su voluntad. Desde ese momento, Marruecos ha boicoteado todos los intentos de referéndum que se han organizado. En palabras del embajador Frank Ruddy, vicepresidente de la Misión de Naciones Unidas para el referéndum en el Sahara Occidental: «Hay ciertas palabras que utilizan los saharauis que los marroquíes no saben pronunciar. Crearon instalaciones de instrucción para enseñar a los marroquíes a pronunciar estas palabras al modo saharaui con el fin de que se hiciesen pasar por saharauis y fueran incorporados a las listas de votantes».
Solidaridad y conciencia
Asistimos continuamente a situaciones de flagrante injusticia, escenas de violencia descarnada contra vidas que solo quieren existir en paz: como quien ve una nueva superproducción cinematográfica y cuando se cansa de ver horror, apaga la tele, somos sujetos pasivos viendo esto ocurrir a personas como nosotros. El mismo sistema que nos empobrece haciéndonos creer que comprando compulsivamente seremos, al fin, felices y que nos esclaviza en trabajos precarios que, con suerte, dan para vivir; es el mismo que para sostener el modo de vida de los ricos, expolia sistemáticamente la tierra y las vidas de otros.
Construir un mundo donde quepamos todas pasa necesariamente por la solidaridad con las luchas que creemos, erróneamente, ajenas. La autodeterminación de los pueblos es un derecho imprescindible, y así se ha recogido en los Pactos Internacionales de Derechos Humanos. Es un deber moral defenderlo a capa y espada, contra viento y marea (entiéndase aquí ‘viento’ como sinónimo de ‘intereses económicos de los países colonos’ y ‘marea’ como el ‘imperativo patriarcal e imperialista de poseerlo todo, toda la tierra y las personas posibles’).
Tenemos una guerra a poco más de 90 kilómetros de Fuerteventura (para que nos hagamos una idea, entre Gran Canaria y La Palma hay 354 km). Un conflicto en el que se han vulnerado todos los derechos fundamentales de un numeroso grupo de personas con las que compartimos orígenes y geografía. Su dolor debería ser el nuestro. Posicionarnos en contra de los chanchullos políticos y económicos de los países del norte y, sobre todo, a favor de la vida, es urgente. Deseo que nuestra generación entierre el dolor y la injusticia y que, como una semilla de un árbol frutal que alimenta, florezca la libertad y la dignidad de todas las que habitamos el planeta.
La libertad es posible
El gran éxito de este sistema en el que vivimos es hacernos creer que es lo natural, y con natural entendemos que es inmutable. Es posible habitar nuestras calles y nuestras playas de otros modos, ya lo escribió Judith Butler en su ensayo Sin miedo: «debemos hacerle sitio a otro mundo, debemos insistir en la posibilidad de un mundo estructurado sobre la no violencia (…) porque aceptar la violencia del mundo como si fuera lo natural equivale a admitir la derrota».
Resulta desgarrador escuchar los testimonios tan severos de injusticia y fortaleza obligada de este pueblo tan cercano a nuestra tierra canaria. Al final del filme de Longoria, escuchamos a Bader Badadi, un estudiante refugiado, clamar por los derechos y la libertad de su pueblo, con toda la valentía de la humanidad en su mirada: «el derecho de un saharaui, el derecho de cualquier pueblo oprimido es obtener lo que es suyo. La libertad no se regala, se quita».
Esperemos que muy pronto esa bandera roja, verde, negra y blanca pueda ondear libre, como siempre debió ser.
Nunca pude elegir entre ciencias y letras: por eso hice las dos. Hubo un tiempo en el que creí cambiar Periodismo por Medicina. Ahora creo que sin las palabras no se cura. Me gusta caminar, leer en la calle y hablar de política. Danzad, danzad o estaréis perdidos.
Un artículo humano y certero, escrito con el corazón, pero con las palabras de alguien que conoce la realidad porque la ha analizado. Se deducen las lecturas y la experiencia, se detecta la necesidad de justicia, y la denuncia de quien defiende la libertad de los pueblos.
Que la voz se alce siempre contundente ante el abuso, la injusticia y la violación de los derechos humanos.
Gracias, Elena Torrent
Muchas gracias, Elena, por tu hermoso artículo que está cargado de emoción y justicia. Que se alza como la voz de un pueblo que lucha por lo que le pertenece.
Vivir de espaldas a todo esto es el resultado de un sistema que nos manipula, pero leer tus palabras lleva a la reflexión y al inconformismo. Muchas gracias por todo ello.