«¿Cuál es el motivo por el que estás aquí ocupando una plaza que podría ser para un hombre?» Así empieza la experiencia universitaria en Harvard, en la facultad de Derecho, de Ruth Bader Ginsburg y de otras tantas que se atrevieron, o nos atrevimos, a revelarnos contra lo que esperaban de nosotras. En este largometraje de Mimi Leder (2019), protagonizado por Felicity Jones, se evidencia la carrera de obstáculos que deben, o debían, superar las que osan ocupar espacios fuera del ámbito doméstico. ¿Dónde están las mujeres referentes?
Los estereotipos y las mujeres referentes
Hablo desde un lugar recóndito, dónde habitamos las inconformistas y las desheredadas, como nos bautizó Tribade. Desde muy prontito, desde que empezamos a experimentar nuestros primeros latidos, el mundo empieza a conformarse a nuestro alrededor en función de la identidad que esperan de ti. Nacimos escuchando y viendo juguetes y anuncios para ensayar la maternidad, la cocina, la familia… En definitiva, la mayoría de nuestros juguetes se orientan a practicar, y ver divertido e inevitable, el cuidado de otros. Los de ellos: velocidad, llamas, armas y fuerza. Ninguna opción mejor que la otra: ningún estereotipo más libre que el otro.
Crecemos y cambiamos los juguetes por las primeras novelas, series, películas, canciones… Todas protagonizadas por mujeres guapas, flacas y heterosexuales. Escribo desde un lugar en el que siempre he sentido más cercanía con el rol de mejor amiga de la protagonista: siempre más gorda, más lista, menos guapa y objeto de risas enlatadas. Y así, tantas hemos asumido con resignación el rol de eterno personaje secundario en la película de nuestras propias vidas: como si nunca fuésemos a protagonizar la mejor serie que se escribirá jamás, la que se cuenta porque estamos vivas. Los estereotipos son un éxito porque los asumimos como propios, como innegables, como naturales: como quién toma las medicinas que les dan sus padres, sin cuestionarlos los hacemos nuestros y nos ponemos su corsé.
Cuestión de género
El mundo puede cambiar, y cambia constantemente de hecho: pero alguien tendrá que contárnoslo para que lo sepamos. Las condiciones materiales de nuestra existencia han mejorado y seguirán mejorando. Una cuestión de género cuenta la historia de Ruth Bader Ginsburg, una jueza y jurista estadounidense que, tanto en su faceta de abogada como siendo parte de la Corte Suprema, trabajó incansablemente por una igualdad real, y legal, entre géneros. Ahora, que casi se cumplen dos meses de su fallecimiento (18 de septiembre de 2020), analizamos el camino recorrido y el que se viene.
El caso central en la película, en el que actúa como parte demandante la letrada Ginsburg, es uno reabierto por ella en contra de, podríamos decir, la opinión pública y también la opinión de sus compañeros de profesión. Quería que se reconociera la distinción por género en las leyes se considerara anticonstitucional y que se dictara una enmienda que sirviese como precedente para legislar en este sentido. El protagonista del caso era Charlie Moritz, un empresario soltero que cuidaba a su madre enferma. En ese momento, en Estados Unidos existía una ley fiscal que favorecía económicamente a quienes se encontraban en esta situación, para que se pudiera contratar a una tercera persona. ¿El problema? Esta deducción fiscal solo operaba cuando la cuidadora era una mujer.
La ley en sí, su redacción, no utilizaba palabras que hicieran referencia explícita al género del que hablaba: los jueces la interpretaban con el androcentrismo y el patriarcado que componían sus —pobres— esquemas mentales. Se observa discriminación cuando se da por hecho que, por motivos biológicos, quienes deben ejercer el rol de cuidadora de cualquier persona dependiente son siempre las mujeres, entre otros. Entonces, al no haber, seguramente, mujeres y representantes de otros colectivos en la redacción de dichas leyes se pasó por alto las peculiaridades de cada artículo en lo que respecta a dichos colectivos. Seguramente creerían que el rol de cuidados era lógico que lo ejercieran ellas y que, además, lo iban a hacer siempre de buena gana. El sesgo de género es no ver que hay una buena parte de la población que sufren el sistema con unas peculiaridades concretas que ven el mundo desde otro ángulo.
Re-escritura
Podemos ser lo que aspiremos a ser: las mujeres llevamos haciendo cosas, las mismas que ellos, toda la historia de la humanidad, pero no las vemos. Existen mujeres referentes, y contrarreferentes, en todos los ámbitos: ¡incluso existen mujeres tiranas y crueles! El masculino genérico no es solo una cuestión gramatical y su poder habita justo ahí: es la comprensión y construcción de un mundo androcéntrico y su reproducción a través de la lengua. Siempre estuvimos ahí, siempre, aunque las imágenes que se vienen a nuestra mente estimuladas por una serie de fonemas sean siempre masculinas. Estuvimos incluso en el cuento que siempre usaron para justificar nuestro encierro al espacio privado: cazando.
Urge cuestionar quién nos contó la historia de esta nuestra humanidad, quién hizo y difundió la ciencia y a quienes se silenció por el camino. El conocimiento humano está incompleto: falta las vivencias desde la opresión, desde los márgenes, desde las periferias. ¿Dónde estábamos nosotras mientras ellos hacían la historia de las guerras? ¿La nuestra no merece ser la historia de la humanidad?
Nunca pude elegir entre ciencias y letras: por eso hice las dos. Hubo un tiempo en el que creí cambiar Periodismo por Medicina. Ahora creo que sin las palabras no se cura. Me gusta caminar, leer en la calle y hablar de política. Danzad, danzad o estaréis perdidos.