Todos los años lo mismo. Por estas fechas, siempre se abren debates que en otros meses no. Se hacen especiales de horas y horas que antes no. Se llama a mujeres artistas, científicas, políticas y periodistas que en otras épocas no. Como si solo tuviéramos derecho a hablar de lo que nos violenta cada 8 de marzo. Consecuentemente, cada 8 de marzo, los demás fingen tener el deber y el detalle de escucharnos un ratito. No quiero más 8M, quiero —queremos— que nuestros derechos y nuestra dignidad no esté sometida a debate nunca más. Todos los años lo mismo.
Las luchas por la liberación de las mujeres han sido históricamente movimientos con voluntad transformadora de la realidad. Las pretensiones nunca han sido otras que dejar de habitar un mundo infame y hostil para muchas. Cada 8M la misma basura: empresas e instituciones, directamente involucradas en la perpetuación de lógicas patriarcales, se visten de morado. Creen que pueden engañarnos y comprar esta lucha. Ese morado manchado de dinero y racismo se parece cada vez más al de los golpes y menos al de la liberación.
Dónde quepamos todas
En este contexto revuelto de empresas cambiando su logo en redes sociales a uno con toda la gama cromática del violeta, nosotras tenemos que lidiar con preguntas de tertulianos de todos los colores sobre las divisiones —para ellos inútiles e infructuosas— dentro del movimiento. Qué pereza. Condenar, desde dentro de los feminismos, la discriminación hacia algunas mujeres no es fracturar la lucha: es justicia y solidaridad. Quienes ven lo enemigo en los cuerpos de otras mujeres, sean como sean, no debilitan ni dividen nada: las ideas feministas siempre han ido de dar voz a las que no tienen, de aprender y construir un mundo donde podamos existir en paz. Las ideas feministas en las que creo van de incluir, siempre.
Es profundamente contraproducente pensar que las mujeres somos un ente homogéneo y, como tal, debe avanzar de manera uniforme. A lo largo de la historia, y sobre todo con los aportes de los estudios decoloniales, se ha puesto de manifiesto que el sujeto mujer es plural, variado y contextual. Las formas de habitar un cuerpo y una realidad de mujer son amplísimas: hasta que no seamos libres todas, no lo será ninguna. El feminismo por el que pongo el cuerpo es el que escucha y abraza a mujeres gordas, trans, psiquiatrizadas, racializadas, migrantes y obreras. El feminismo que quiere libertad para oprimir a otras, el de las jefas de multinacionales, no me interesa en absoluto.
La norma y lo visible
Somos hijas de una forma de mirar el mundo que no nos ve. Herencia dominante de un sesgo que nos borra del panorama. Miran buscando gente que tengan cosas que decir y no nos ven. Levantamos la mano en clase y no la ven. No saben que existimos cuando tienen que preparar ponencias con gente experta en alguna materia científica. No nos ven ni siquiera cuando ellos o sus amigos nos agreden. Solo ven nuestros cuerpos cosificados, objetos con tetas y culos, con labios pintados, con faldas y tacones. Con las piernas depiladas. Cosas que solo merecen respeto si son útiles. Las mujeres solo somos visibles como objetos con una única función: complacerles.
Las miradas que por la calle nos desnudan, nos acosan y nos violentan, nos deshumanizan. El patriarcado y la misoginia se acantonan ahí. La otredad es la única patria que nos dejan habitar. Ellos y sus gustos, aficiones, creaciones, su historia y su género: la medida de todas las cosas. Nosotras: lo excepcional, lo raro, lo que no se entiende, el humor y la comedia de segunda, la historia de guerra que nadie cuenta, la cultura con el apellido femenino, no somos periodistas ni médicas solo «guapas». Las mujeres que se autoproclaman «abolicionistas» —de todo menos de sus ideas misóginas, excluyentes y discriminatorias— violentan a otras mujeres y favorecen el mismo juego misógino de siempre. No podemos entre nosotras repetir procesos deshumanizantes. Ni las putas ni las trans son enemigas: no existe un nosotras y un ellas que se enfrentan.
No queremos más 8M. No queremos que para 2023 siga siendo necesario un día en el que el ruido parezca callarse, a ver si así, por una vez, escuchan nuestras voces.
Nuestros derechos siempre cuestionados
Las mujeres vivimos con la sombra de la violencia vigilándonos. Cuando hay situaciones de crisis políticas, económicas, culturales o militares, vemos como el fantasma de un pasado cercano nos vigila desde la esquina de enfrente. Nuestros derechos se ven amenazados y tienden a estar en tela de juicio cuando la vida se pone fea. En las guerras, la pobreza y las catástrofes naturales las mujeres sufrimos el doble. Y perdemos el triple.
Cada año que pasa y debemos seguir reivindicando nuestro derecho a existir en libertad, hemos fracasado. Otro año que no hicimos la revolución. Otro año que no pudimos organizarnos. Otro año que no pudimos quemarlo todo. Qué tristeza que nuestras abuelas sigan teniendo que presenciar esto. Estamos en 2022 y esta lucha está muy lejos de ser ganada. Somos asesinadas, violadas, silenciadas y ninguneadas a diario por el mero hecho de ser leídas como mujeres. No queremos más minutos de silencio. No queremos luchar ni ser activistas: queremos vivir. Todas. ¡Qué no nos estorben!
Pero si no nos dejan otra: nos tendrán enfrente. Siempre combativas y con una furia inagotable. No queremos más 8M. Toda una vida de lucha, esa es mi bandera: para que mis hijas no tengan nunca que dedicar un día al año a hablar de su dolor.
Nunca pude elegir entre ciencias y letras: por eso hice las dos. Hubo un tiempo en el que creí cambiar Periodismo por Medicina. Ahora creo que sin las palabras no se cura. Me gusta caminar, leer en la calle y hablar de política. Danzad, danzad o estaréis perdidos.