El pasado junio, en la ciudad de Tulsa, Oklahoma, el por aquel entonces presidente de los Estados Unidos, Donald Trump pudo experimentar en primera persona el tremendo alcance del fenómeno fan cuando a su acto de campaña en el que se esperaban casi veinte mil personas apenas acudieron seis mil. Este fue el resultado de un plan urdido entre la comunidad de adolescentes aficionadas al pop coreano (k-pop) que, poniendo en marcha sus estrategias de acción rápida y coordinada, se propusieron boicotear el mitin republicano reservando asientos que acabarían no siendo ocupados.

Las kpopers han boicoteado un mítin de Trump y plantado cara al «Make America Great Again»

Con las mismas herramientas con las que se organizan para tuitear juntas a una hora determinada y así ganar la máxima visibilidad en la red, las stans (fans acérrimas) estadounidenses han sido este verano capaces de plantar cara al Make America Great Again, otorgándole sentido político a una comunidad a la que se creía demasiado ocupada forrando carpetas con fotos de sus ídolos.

Pertenecer a un fandom —decidas llamarlo así o decidas llamarlo Sociedad Filatélica y Numismática— es sin duda una experiencia diversa que puede ir desde participar casualmente en algún foro especializado hasta invertir todo tu dinero en una primera edición de El Gran Gatsby. Aun así, por muy diversas que sean las formas que puede tomar la experiencia fan, esta se ha demostrado incapaz de escapar del estigma de género: que el objeto de admiración sea un producto comercial asociado a las mujeres o a «lo femenino» implica automáticamente la menor valoración social, cuando no directamente la ridiculización pública.

«Ya madurarán, ya aprenderán a escoger lo que es bueno de verdad»

Desde fuera de sus comunidades de fans, estas chicas, generalmente adolescentes o adultas jóvenes, son percibidas como unas lloronas histéricas que solo siguen a sus ídolos por razones superficiales; «su afán es transitorio, ya madurarán, ya aprenderán a escoger lo que es bueno de verdad».

Estos tonos condescendientes con las admiradoras ya los manejó el biógrafo de Liszt, el compositor romántico que desataba pasiones en el XIX, y también el mismo Theodor Adorno, sociólogo de la Escuela de Frankfurt que consideraba consumidoras alienadas e irracionales a quienes preferían el swing de Benny Goodman frente a las sinfonías de Beethoven. Desde entonces las fans de Sinatra, Los Beatles, Duran Duran, Backstreet Boys, Justin Bieber, One Direction o BTS han sido sujeto de las críticas más malintencionadas de quienes no entienden o se niegan a entender.

Sed amables y escuchad a Harry Styles

Se niegan a entender que ser escuchadas y ser tomadas en serio es tan fundamental cuando apenas han empezado el instituto como cuando son adultas —si no más— y que sus intereses son tan legítimos en un momento como en otro. Puede que en unos años ya no les digan lo mismo las canciones de letras simples y melodías repetitivas; puede que ver a su ídolo en vivo deje de hacerles gritar; puede que llegue un momento en el que decidan descolgar los posters de la pared de su habitación, es parte del crecimiento. Pero, hasta entonces, habrán podido pertenecer a una comunidad capaz de organizarse para hacer cosas tan valiosas como ridiculizar a Trump o boicotear hashtags de supremacistas blancos. Todo esto, con suerte, con el apoyo y la comprensión de la gente de su alrededor.

Ser una chica adolescente ya es suficientemente complicado como para, además, tener que soportar los prejuicios y comentarios socarrones de quien se cree en el derecho de opinar sobre tus aficiones. Sed amables. Y escuchad a Harry Styles. Que no está tan mal.

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Estudio Ciencias Políticas y Estudios Internacionales sobre todo en enero y en mayo. El resto del tiempo escucho coplas, leo papers y bailo swing. Creo en la justicia social y en mis amigas.


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