Desde hace un tiempo, tenemos nuevos compañeros de vida. Están ahí. Metidos en nuestra vida. Lo están tanto, que a veces tiende a desaparecer su concepción indepediente. Se convierten en invisibles porque los concebimos unidos a nosotros mismos.

Son los dispositivos móviles, pero también las redes sociales, sin olvidarnos de los opacos algoritmos, que son quienes nos dicen qué tenemos que ver y qué tenemos que leer en ellas.

No es objeto de este texto hacer una llamada antitecnología o antinternet, sino simplemente provocar una reflexión sobre estos medios. Los mismos medios en los que se ha escrito esto y los que permiten que el lector pueda leerlo.

Una de las premisas con las que nació Internet era la de ser una red global alejada de instituciones y gobiernos, que favoreciera el intercambio de conocimiento de manera abierta y democratizadora. Que fuese libre para que cualquier persona en cualquier rincón del planeta pudiese acceder sin estar sujeto a nada que no fuesen sus propios pensamientos. Sin embargo, el panorama actual se sitúa muy lejos de ese objetivo.

Todos los caminos llevan a «GAFAM»

La aglutinación de todos los productos y servicios en unas pocas manos han invertido totalmente ese planteamiento inicial al concentrarlo en un puñado de empresas, supeditadas, por supuesto, al capital. Y están ahí. Nuestro servicio de correo es Gmail. Alguna vez hemos comprado a través de Amazon. Si nuestro móvil no es Android, será iOS, o tu ordenador, que, si no es Windows, será un Mac. Quizás no tengamos una cuenta en Facebook o en Instagram, pero nuestro servicio de mensajería favorito es WhatsApp, para comunicarnos con nuestros cercanos.

Esto responde a lo que se denomina como «GAFAM», el selecto club de empresas que controlan y guían (que también permiten) nuestra actividad en Internet: Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft. Por tanto, el único fin de ellas es ingresar dinero, tener un negocio rentable. Conectarte no es su fin, es su medio. Su fin es enriquecerse cada vez más. Solo hay que echarle un vistazo a la lista Forbes para ver a qué se dedican muchos de los multimillonarios de nuestro planeta.

¿Hay libertad en Internet?

Byung-Chul Han, filósofo surcoreano, escribió Psicopolítica (2014), un ensayo en el que teoriza sobre la diferencia del poder neoliberal actual, que va más a la psique, a la mente, en contraposición con el poder antiguo, más autoritario, que va al cuerpo en sí mismo. La diferencia radica en que el primero es capaz de obtener la información que necesita sin utilizar la fuerza, como sí lo hace el segundo; en el poder neoliberal, voluntariamente cada sujeto se la proporciona y actúa en un marco de total «libertad» (pervirtiendo su inicial sentido). Es decir, que subimos la foto de lo que estamos comiendo en ese restaurante porque queremos, escribimos que por fin hemos conseguido esa prenda de ropa porque queremos y tuiteamos que ya hemos vuelto a casa después de unas vacaciones, también porque queremos. 

Pero no nos damos cuenta de dos cuestiones. La primera y más evidente, es que no somos seres aislados, somos seres políticos y sociales, y que esa «libertad» de la que creemos gozar viene condicionada por nuestro entorno y, por tanto, ya deja de ser libertad como tal. Esto se ejemplifica en que si no subimos (aunque sea, de vez en cuando) una instantánea a Instagram o, simplemente, no tenemos Facebook, nos sentimos aislados y excluidos, pues pasamos a «no existir». «No sé nada de ti desde hace tiempo, como ya no subes nada a tu Facebook», un mantra repetido y que vendría a sustituir al tradicional «no sé nada de ti, hace tiempo que no me llamas para quedar». Por tanto, no actuamos con libertad, sino que actuamos por nuestros instintos más primarios de no quedarnos fuera y conseguir la aceptación social.

No obstante, esta no es la razón principal ni la novedosa, tampoco es exclusiva. Aun sin las redes en la ecuación, también estaramos condicionados por nuestro entorno en muchas de nuestras decisiones, pensamientos y actividades.

Internet no es neutro

La segunda cuestión, quizás más escondida pero fundamental, remite al hecho de que internet no es neutro. Sería tremendamente injusto centrar el foco, la culpa, sobre el individuo que decide crearse un perfil en Facebook porque todos sus amigos lo tienen y que luego termina con cuentas en alguna otra red social. Obviamos, por tanto, que internet no es un lugar aséptico, ni blanco ni negro. No es neutro no esencialmente, sino por culpa de las grandes compañías que acaparan nuestro tiempo en la red («GAFAM» más Twitter) y que han visto el mayor negocio de la historia en la red.

En el idílico Silicon Valley, compiten por ver quién es capaz de crear una aplicación que más gente atrape, no por ver quién es capaz de aportar más a la sociedad conectada. El fin de Facebook, de Twitter y de cualquier otra red social no es conectarnos (es su medio), sino ganar dinero (su fin).  

Los artífices del éxito son neurocientíficos

Marta Peirano, periodista especializada en tecnología, escribió el año pasado El enemigo conoce al sistema, un exhaustivo análisis sobre la historia de Internet y de cómo hemos llegado al punto al que nos referíamos al principio de este artículo. En un apartado, ejemplifica cómo el artífice del éxito de una aplicación o red social no es el empresario que tuvo la idea ni el ingeniero que la desarrolló (que también), sino que son muchos psicólogos, neurocientíficos e investigadores los que se esfuerzan al máximo por conseguir el mayor grado de adicción al producto que se está vendiendo: la red social. 

Para mantenernos enganchados, para que estemos constantemente deslizando hacia abajo para que se carguen las ultimísimas novedades, no vale solo con una interfaz llamativa o funcionalidades útiles (¿cuántas de las que nos venden lo son?), sino que el contenido que se reciba tiene que ser lo más adictivo posible. Esto se consigue a través de los algoritmos que aprenden cada vez más de nosotros (no para mejorar el servicio, sino para enriquecerse aún más), para mostrarnos eso que nos engancha.

La competencia de Netflix es tu sueño

El mejor ejemplo es el algoritmo de YouTube, del que habla Peirano y que está muy bien explicado en este vídeo de DW en español. Está preparado para mostrarnos vídeos cada vez más extremos. Es decir, que si vemos un vídeo sobre gente probando a ser vegetarianos, nos irá mostrando poco a poco vídeos de veganos. Puede ser inocuo, pero no lo es cuando los contenidos son políticos y se desvían, por ejemplo, hacia la extrema derecha. Una inmensa mayoría no parará de verlos y se engancharán a ellos por el enfado que les produce. El algoritmo ha acertado de pleno.

De esta forma, la estructura ha cambiado. No hay más que ver las declaraciones del CEO de Netflix, cuando afirma que su competidor no es HBO o cualquier otra plataforma de streaming, sino nuestro sueño. El punto al que hemos llegado se torna lo suficientemente peligroso como para hacer una reflexión.

¿Cómo podemos actuar libremente en Internet si estamos supeditados a las empresas que lo han acaparado? Si quitamos la parte más social, es decir, la de «quedarse fuera» (una situación que no es nueva pero que es más personal), es imposible ser libre si hay unas compañías que quieren que permanezcas el máximo tiempo posible y veas lo que quieren que veas para conseguir la mayor cantidad de datos sobre ti y poder venderlos, que es el motivo por el que están en el sector. Para otro largo debate da la legitimidad de hacer negocio con nuestros pensamientos y nuestros datos.

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Estudio Ciencias Políticas y Sociología en la UC3M y combino mi pasión por los fenómenos políticos y sociales con la cultura, elementos indisociables de una misma y compleja realidad. Desde pequeño me ha encantado escribir y lo utilizo como manera de evasión y difusión.


Un comentario en «Internet o cómo los algoritmos anulan la libertad»

  1. La clave es poder llegar a ser conscientes de que nos manipulan. Ahí tenemos que hacer mucho hincapié en poder concienciar por todo tipo de medios. (Libros, Cine, etc) Dado que esto afecta a nuestra comunicación e interrelación con los demás y por ende a nuestra comprensión del mundo .La palanca de Pavlov no puede dominar nuestras vidas

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