«El mundo siempre nos quiere muertos, vivimos con esa realidad» dice una de las activistas entrevistadas en el documental Crip Camp, disponible en Netflix desde el 25 de marzo y ganador de la categoría de mejor documental del Festival Sundance. Sí, es una de las últimas producciones de los Obama, también productores de otro documental ganador de un Óscar, American Factory, pero tiene mucho que contarnos.
Cuando se restringe el acceso a una vida digna
Uno de los subtítulos de este documental es el de «revolución»: Crip Camp nos recuerda que si hay algo que necesitamos estos años para mejorar el mundo en el que vivimos es una nueva ola de revoluciones. Es una muestra de que el sistema educa a los colectivos discriminados para seguir dando las gracias por conseguir servicios tan básicos como para llevar una vida digna.
En un momento del documental, Judith Heumann, una de las grandes activistas del movimiento de derechos de las personas con discapacidad y una de las principales protagonistas de este documental arguye: «me gustaría estar aquí diciendo que todo es maravilloso… pero estoy cansada de tener que dar las gracias por tener acceso a cosas tan básicas, ¿sabéis?». Judith se refiere a algo tan simple como poder acceder a cualquier espacio, a eliminar barreras tan básicas como son unas escaleras, que solo requieren pequeñas previsiones en el diseño de instituciones públicas, y que por entonces a ellos les prohibía ir, por ejemplo, a la universidad. Eran derechos básicos que se conculcaban uno tras otro.
Durante gran parte del documental no podía dejar de comparar todas las cosas que veía que estos activistas consiguieron en EE.UU. en los años 70 con la realidad que vivimos hoy en día incluso en los países europeos (donde hacemos tanta gala de ser de los países más «accesibles» del mundo). Precisamente ese es el problema: pensar que todo acaba ahí, que las personas con discapacidad tienen que dar las gracias por tener menos barreras físicas que nunca, cuando todavía perviven duros estigmas sociales.
¿Dónde están las personas?
Creo que en época del coronavirus y, por ende, de cuarentena, todavía nos falta prestar más atención al lado humano de la crisis. Una de las discusiones que apenas ha tenido la importancia que se le presupone, sin embargo, es la de la situación de las personas con discapacidad psicosocial o de aquellas personas con trastornos psicológicos que, al verse privadas de poder salir al exterior, al menos por unos instantes, les quita su más importante medicina, su válvula de escape.
Sí, es cierto que el Gobierno ha adoptado medidas para que las personas con TEA puedan salir al exterior, pero esta es una medida con poca profundidad porque otros problemas persisten, como la falta de medios en el caso de las residencias para personas con discapacidad o los casos que podemos ver en las redes sociales de gente que ha sido devuelta a casa (o incluso detenida) por autoridades que no están formadas. Todavía persisten muchos problemas de sensibilización, y especialmente en épocas tan complicadas como estas tenemos que ser conscientes del infierno que puede suponer para muchas de estas personas cambiar el ritmo de vida.
Una red de lucha interseccional
Pero, volviendo al documental, este está coproducido por James Lebretch, participante de uno de los campamentos más transformadores de la sociedad estadounidense de los años 70: Camp Janed. Aunque parezca que abarca todo el documental, este campamento no es más que una parte de la historia.
Por un lado, este fue uno de los primeros lugares donde las personas con discapacidad encontraron libertad para aceptarse como eran y donde se establecieron lazos de igualdad entre asistentes y usuarios (y todo ello en un ambiente revolucionario, comparable con el de Woodstock). Por otra parte, fue la mecha para la explosión de un barril de ideas que se estaban cociendo en el ambiente de aquellos años y muy relacionado con otros movimientos de derechos civiles que rápidamente acogieron a los activistas con discapacidad. Uno de los ejemplos que aparecen en el documental es el apoyo de las Panteras Negras, así como el de los veteranos de la guerra de Vietnam contra la guerra.
Los derechos de uno, los derechos de todos
Otro de los puntos más interesantes del documental es cuando se adentra en la historia de HolLynn D’Lil, una periodista que se sensibilizó al ingresar al colectivo después de sufrir un atropello que la dejó parapléjica. Esta historia muestra que la discapacidad no es algo con lo que se nace («sino que se hace», si se me permite la licencia de añadir la cita beauvariana) y que nadie está a salvo de sufrir en su vida algún tipo de barrera. E incluso por mucho que no suframos ningún accidente en nuestras vidas, nadie nos dice que, en la recta final de ellas, no suframos de las mismas barreras que sufren las personas con discapacidad desde el principio de las suyas.
Por ello, este documental demuestra que los derechos de las personas con discapacidad convergen con otras luchas de derechos, y que todavía queda mucho camino por recorrer en este sentido.
Comunidad, revolución y poder
Por último, otra de las interminables virtudes de este documental es que está narrado por las personas que vivieron todo aquello en aquellos años, por líderes de su época que nos cuentan cómo era entonces la lucha por los derechos. Nos asombra desafortunadamente descubrir que las cosas no han cambiado tanto como nos gustaría. Quizá este documental sea una chispa para fijarnos en cómo se hacen las revoluciones y cómo nacen.
En él, encontramos todas las problemáticas que afrontan las personas con discapacidad desde su infancia y su adolescencia hasta su época adulta y la vanguardia en la lucha por los derechos y la lucha contra las instituciones hasta que se aprobara la Americans with Disabilities Act (ADA) de 1990, una ley revolucionaria a nivel mundial. El documental nos presenta las discusiones que tuvieron lugar en un escenario tan liberador para todas las personas que acudieron a él, donde todo el mundo actuaba como una comunidad, ayudándose los unos a los otros, donde los asistentes ya no eran los padres y las madres de aquellas chicas y chicos.
Es digna de mención una de las principales temáticas que pone de relieve: la del catastrófico tabú acerca de la sexualidad de las personas con discapacidad y la extirpación que sufren de su derecho a la intimidad, de cómo las personas con discapacidad son constantemente asexuadas y por ello también deshumanizadas. Crip Camp es tan valioso y tan renovador por su capacidad de hacernos ver de qué forma tan humilde surgen las demandas de derechos, y cómo el empoderamiento tiene su origen en la creación de comunidades que se apoyan entre ellas y cómo es su voz la que debemos tener en cuenta.
Intento estudiar algo de Derecho y Ciencias Políticas en la UC3M pero soy seguidor de Richard Ashcroft: de vez en cuando me engancho a mis adicciones y sorprendentemente saco algo productivo. Estudiar Oriente Medio es intentar buscarle los cinco pies al gato, pero yo sigo empecinado con mis pasiones, así como por hacer añicos las barreras sociales. A fin de cuentas, “puede que lo que hacemos no traiga siempre la felicidad, pero si no hacemos nada, no habrá felicidad”.