6.

En la noche del 28 de diciembre, cuatro desconocidos se sentaron a beber. Jugaron al «yo nunca» por darse el gusto de fingir que seguían siendo amigos. Un año es mucho tiempo. Como en una mala comedia tipo Love Actually (Richard Curtis, 2003), se pasaron el turno entre bromas y canciones diegéticas. Al final de la ronda, cada uno debía responder a la pregunta más difícil: ¿eran más felices que un año atrás? Aseguraron todos que sí. Lo dijo alguien a quien se niegan a entender, una chica con depresión, otra que estudia algo que jamás desempeñará y un cuarto que reúne todas las anteriores. En el after emocional, a uno le dio por confesar: yo nunca, nunca te he seguido queriendo. Y, pese al pasar de los años y las miradas entre atónitas e incrédulas, dio un largo trago. 

FIN DEL EPÍLOGO 


3.

«Alone is alone… not alive», le reprochaba también lentamente al micrófono Adam Driver en Marriage Story. La confirmación de uno de los actores más prometedores de la última década y el regreso de Scarlett Johansson al «cine de teatro» viene de la mano del digno sucesor del mejor Woody Allen, el neoyorquino Noah Baumbach. Como Greta Gerwig en Frances Ha (Baumbach, 2012), el reto actoral no es otro que encarnar la sensación de soledad compartida por toda una generación que no sabe ni quererse ni dejarse marchar. 

La cinta, estrenada en Netflix el mes (y el año, si se me permite el chiste) pasado, tiene un solo defecto: las limitadas proyecciones en salas. Porque es de esas películas que hay que disfrutar en pantalla, de las de llorar acompañado. Se lo perdonamos a Baumbach por los exquisitos diálogos, por los monólogos de una Laura Dern más que en forma y las discusiones (¡entra en el enlace!) de un matrimonio que se desmorona, se hiere y se quiere a pedazos. Y también por el valiente acierto de limitar el metraje a un cachito de la historia: cuando el espectador pide más y clama por respuestas, Baumbach susurra que no, que basta con un beso en la mejilla. Y, por contradecir a Nino Bravo, en lugar de una flor, unos cordones desatados. Atar la aventura intergaláctica del amor hubiese sido mucho más que un error, una locura.

FIN DEL ACTO SEGUNDO

2.

A veces ejercito el periodismo, pero seamos francos: soy un escribiente que no escribe. No  puedo evitar por mucho tiempo la conjugación de todas las versiones de mi «yo» inventado porque no soporto la idea de que el periodismo pase por la negación de uno mismo. ¿Hay peor falta de respeto, peor engaño para un lector de mediano intelecto? Como decía, este escribidor dedica más tiempo a exprimir el lirismo de una hojarasca seca, a buscar la verdad de las cosas prosaicas  y a evitar cuchillos en la costillas. Y todo eso en espejos vacíos. Me da pereza la banalidad de las cosas.

Harto del encogimiento de hombros, elaboré una respuesta para aquellos amigos que me acusan de hablar demasiado lento: «Todo lo que digo lo he escrito antes». Dejo posarse cada letra en su pista de aterrizaje y, a trompicones, voy dibujando un maleficio de mariposa lorquiana. Esa es la película que me monto en la cabeza, claro. La realidad soy yo titubeando, apostando siempre por salir del paso ante el miedo de sonar pedante. Y lo cierto es que me da pavor la idea de que la versión que conozco de mí mismo solo exista aquí, sobre el papel.

Por eso soy un escribiente que casi ya no escribe. Trato de evitar reencontrarme mucho con mí mismo, con viejos temores y amores, no vaya a ser que me quede encerrado a solas con alguien que hable mi lenguaje. 

FIN DEL ACTO PRIMERO

5.

Si algo se aprende de Love Actually es que somos galaxias. Que latimos al ritmo de agujeros negros, que estamos todos conectados y que nos estiramos hacia el infinito. Que a veces nos enamoramos de una constelación de lunares en la espalda, de un planeta lejano o que somos marcianos que no terminan de encajar en la Tierra. Que el amor es extraterrestre, etcétera. El amor, en realidad (love, actually: recuerden el false friend), es la tristeza del verano, una ínsula en la que nos gustaría naufragar. Pero como San Borondón, el amor es una isla intermitente.

Habrá a quien Love Actually le parezca una fábula. De hecho, lo es. Pudo haber escrito Esopo ese fragmento de la canción «I feel it in my fingers, I feel it in my toes». Ahora en serio. ¿Acaso no es así de crudo y de difuso el amor? Una careta que nos ponemos y quitamos, que nos ilusiona y entristece, que maquilla las noches y supura los días en los que no hay sutura que valga. Y sí, nos la suda un poco Hugh Grant y sabemos que lo del chaval pillado de la que canta hacia el final «All I want for Christmas» no va a durar, pero quién no querría un cartel (¡que alguien exorcice a Boris Johnson de esta imagen!) que gritara en silencio «To me, you are perfect».

Hasta preferimos la franqueza del matrimonio acabado que interpretan Emma Thompson y Alan Rickman al mensaje que recibimos anoche (Fin de Año) de ese Alguien que creíamos haber enterrado y por el que resulta que seguimos bebiendo en estúpidas (aunque enternecedoras) reuniones navideñas. 

FIN DEL ACTO TERCERO

4.

Escribe, loco, escribe

en lo febril de la noche,

bajo el ruido del coche,

escribe, loco, escribe.

Y aunque sabe que no vive,

qué hermosa esta locura.

Escribe, loco: «La premura

te aguarda y acompaña».

Si el ayer también te daña, 

¿el mañana no te cura?

FIN DEL INTERLUDIO (‘La autopista intergaláctica’)

1.

Cantaba Joan Dausà en Barcelona, nit d’estiu (Dani de la Orden, 2013): «Yo nunca, nunca he pensado que sería más feliz a tu lado». Y cuando nadie miraba en el cine, aprovechando el despiste de la risa y los morreos con las luces apagadas, levanté despacito la copa y de un sorbo vacié el vaso. 

FIN DEL PRÓLOGO

Este texto ha sido concebido para ser leído en dos sentidos: en el orden lógico de sucesión de los párrafos y en la secuencia numérica establecida por el autor en la que se explicita el final de cada parte.

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El periodismo me queda de paso. Escribo. Arte, misantropía y revolución. Excelsior.


Un comentario en «Love, actually»

  1. Siempre digo:« La soledad en compañía es la peor de las soledades».
    Que el aforismo anterior forme eslabón con la cadena humana que nos rodea no me consuela, pero con toda honestidad sí me ayuda a dormir. Persiguiendo el amor «enseñado» nos perdemos el disfrute de una soledad que nos acerca, como nada ni nadie, a nosotros mismos. ¿ Es un miedo aprendido? ¿Es un deseo de preservación?
    Después de leer tus contundentes pensamientos purgados en un preciso desorden y recurriendo a este verso de la copla:« Lo mismo que el fuego fatuo lo mismito es el querer; le huyes y te persigue, le llamas y echa a correr», me atrevo a considerar que el amor como finalidad está abocado al fracaso. Dejemos que sea él quien decida cuándo y mientras que sea la soledad nuestra indecente confesora.

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