Decir que esto es una entrevista sería un insulto a la inteligencia de los lectores, una traición al suceso mismo. Lo que aquí reproduzco es, en realidad, una conversación sincera entre iguales. No hubo esta vez ni entrevistador ni entrevistado, aunque tampoco alumno ni profesor. Con la misma confianza de dos amigos que se encuentran después de mucho tiempo, pero desde el rigor intelectual propio del ámbito universitario, la recién doctorada Alba Marín, profesora del grado de Información y Comunicación en Francia, desentraña los tejemanejes del mundo del doctorado con una franqueza reveladora. Charlar con Marín es aprender. Algo que no es siempre evidente entre las ásperas paredes de una universidad con olor a rancio. ¿Su receta? Una pizca de suerte y, sobre todo, mucho trabajo.

Una tesis a caballo entre España y Francia

Más que un despacho, esto parece uno de esos espacios de coworking. «Sí. Yo también flipé un poco con eso al principio. Pero ya estoy acostumbrada».

¿Y llegas a concentrarte en este tetris de escritorios? «Sí, sin ningún problema. Salvo cuando está Monsieur V. Habla mucho».

Llevas una semana siendo doctora. ¿Ya te lo crees? «Aún no. De hecho, no sé cuándo me sentiré como tal. Leía hace poco sobre el “síndrome del impostor”, un trastorno mental que sufren los investigadores jóvenes. Son muchos años con el nivel de exigencia por las nubes y cuando se supera la barrera de la tesis, casi que no lo asimilas».

«En España se regalan los ‘cum laude’»

¿Tampoco ayuda que hayas recibido la máxima calificación por parte de un tribunal internacional? «Ahí está la paradoja: el sentimiento no se adecúa a la realidad. Evidentemente, han sido cuatro años de esfuerzo hasta lograr un resultado de calidad. Además, mi tesis es doble. Eso implica adaptarme a dos metodologías de trabajo, a dos tradiciones de investigación completamente asimétricas. Aunque, por otro lado, también debo reconocer que hay un exceso de cum laude en España. Se ha normalizado y desvirtuado hasta el punto de que la máxima calificación no es un premio, sino un requisito indispensable. No obtenerla te penaliza».

Han pasado meses entre la entrega de tu tesis y su defensa pública. ¿Cómo calificarías el proceso? «Horrible».

¿En una palabra? «Sí. Todo el mundo te dirá lo mismo. Al tratarse de una tesis en cotutela, se vuelve incluso más complejo. Solo conformar un tribunal con los requisitos exigidos en cada universidad [la Universidad de Sevilla y la Communauté Université Grenoble Alpes] es una odisea. A eso se le suma la normativa de la mención internacional y europea. Y cuando por fin lo consigues te das cuenta de que todavía tienes que reunirlos en el mismo lugar el mismo día. En mi caso, a dos portugueses, un francés y dos españoles». 

Como para contar un chiste. «Básicamente».

«Hay vida más allá de la tesis»

Pero poca broma, en realidad. Te hace la entrevista un estudiante universitario que ha recibido cero información sobre el mundo del doctorado. «Lo sé. Y eso es un problema. Yo misma sufrí esa ausencia de información en el propio seno de la comunidad universitaria. En primero de licenciatura de Periodismo tuve la asignatura de Teoría de la Comunicación. Por primera vez me di cuenta de que alguien tenía que investigar en esta área, una de tantas entre las ciencias sociales. Sin embargo, cuando le pedí más información al profesor en cuestión, me recomendó que esperara a tercero. Nunca más respondió a mis correos. Cuando en cuarto me decidí por dirigir mi carrera académica hacia al ámbito de la investigación ya era demasiado tarde para obtener una beca predoctoral».

¿Serías capaz de hacer un cálculo del tiempo que has invertido en tu tesis o prefieres no pensarlo demasiado? «Durante los últimos cuatro años le he dedicado todo mi tiempo a la tesis. Eso implica jornadas intensivas de lunes a domingo. A mitad de camino, además, me ofrecieron un contrato para dar clases en la Universidad Savoie Mont Blanc, por lo que la carga de trabajo se multiplicó. Así que mucho. Mucho tiempo».

Y al final, ¿cuál es  el sentimiento que te queda? «Por supuesto, orgullo. Todos mis proyectos los empiezo como un reto personal. Intuía que podía salir bien, pero es un proceso de maduración intelectual. Conozco a compañeros que acaban hartos de su propia tesis, pero yo estoy muy contenta. Eso sí, hubo un punto de inflexión: me dije que tenía que reducir el ritmo o iba a acabar muy mal. Hay vida más allá de la tesis. Tenemos familias, parejas… La tesis también te enseña, por esa parte, una lección personal fundamental».

«Hay un desajuste en el reparto de tareas entre el profesorado»

Además de en la empresa videográfica MR Filmmakers, ¿has tenido alguna otra experiencia laboral? «Prácticas. Trabajé dos veranos en unos informativos de Canal Extremadura y tres meses en Cadena SER».

¿Y no crees que es nocivo que los profesores universitarios no tengan experiencia práctica en la materia que imparten? «Por supuesto. Es una de las críticas permanentes que tuve en mi etapa de estudiante. Ahora que conozco las dos partes, creo que el problema está en el diseño de los planes de estudio. Las asignaturas de corte teórico deberían recaer en profesores investigadores. Esto es fundamental porque es la base del conocimiento y del sentido crítico de los profesionales de la comunicación. Ahora bien, la responsabilidad de asignaturas más prácticas es de profesores profesionalizados. La figura del profesor adjunto viene muy bien para estas carencias, pero desafortunadamente se ha precarizado. El perfil de los docentes debería ajustarse a las asignaturas que imparten».

¿Qué ocurre en los casos en los que esto no sucede así? «Que a los alumnos se les enseña cosas estúpidas e inútiles a raíz de este desajuste. De cualquier modo, no creo que la universidad sea la responsable de suplir la parte práctica al completo. Muchas veces, lo que debe hacer es simplemente disponer de las herramientas necesarias para que los estudiantes puedan explotar y explorar las distintas vías profesionalizantes por su cuenta. Recuerdo que en la Universidad de Sevilla yo era una de las pocas que cada vez que podía cogía las cámaras y me ponía a experimentar a partir de los conocimientos teóricos que recibía en clase».

«El doctorado es un proceso de autoaprendizaje»

También hay excelentes investigadores que son horribles enseñantes. «Esa doble vertiente es propia del sistema de enseñanza superior español. Aquí, en Francia, existen figuras que se dedican exclusivamente a una tarea. Por otro lado, los profesores no recibimos ninguna formación pedagógica. En cuanto se me presentó la oportunidad, acudí a seminarios y talleres no solo por el currículum de méritos, sino por necesidad. Yo sabía hacer una exposición pública, defender una idea científica, pero no impartir una clase. Incluso hablé con mi padre, que es profesor de Historia para que me diera algún consejo. Cuando no hay interés por parte del profesor, la calidad del grado se resiente muchísimo. Y lo peor es que  apenas les afecta».

Y volviendo al mundo del doctorando, ¿cómo lo calificarías? «Es muy bonito, pero también durísimo y precario. Me quedo con la enseñanza de un profesor del Máster: el doctorado es una carrera de fondo, no de velocidad. Así que soy optimista, pero crítica. El doctorado no solo te permite acceder a un nivel de conocimiento y a unos contactos con un enorme grado de afinidad, sino que se trata de un proceso de autoaprendizaje. Te pone a prueba y te enseña hasta dónde eres capaz de llegar y de qué manera». 

«El nivel de precarización en España es tal que los profesores dan clases gratis: eso es explotación laboral»

Y tú que conoces los dos mundos, ¿te quedas con Francia o con España? «Los sistemas son muy diferentes. Yo vengo de la cultura universitaria española, por lo que mi visión está muy sesgada. Dicho esto, me quedo con Francia. Por una sola razón: las oportunidades».

¿En qué sentido? «En el sentido de que aquí ves que es posible hacer carrera académica sin morirte de hambre, ¿sabes? No es que sea más fácil, sino que ves que hay más vacantes, es más frecuente que convoquen plazas, ves a profesores jóvenes cobrando por su trabajo… Parece una tontería, pero aquí si das clases te pagan. Aunque seas un ayudante de laboratorio de lenguas y tengas dos horas semanales».

¿Y en España? «En España la precarización es tal que mis compañeros trabajan gratis solo por aumentar el currículum. Es una barbaridad. Es explotación laboral en la misma universidad. Y está a la orden del día porque lo tenemos completamente interiorizado. Cuando me ofrecieron un contrato remunerado en Francia fue un shock. Y luego me dije “Espérate, claro que te van a pagar por hacer tu trabajo”».

Creo que cuatro años en el gremio te permiten ofrecer un juicio sobradamente legítimo acerca de cuál es el problema. «El sistema está colapsado y saturado. A puestos de nivel medio-bajo se presentan doctores con un nivel de formación altísimo. Cuando nosotros, los recién doctorados, intentamos competir por esas plazas, estamos completamente desbancados».


La evolución del documental audiovisual. De los formatos interactivos a las experiencias inmersivas

Y como en La resistencia, un poquito de spam. Mi tesis se centra en las narrativas digitales aplicadas al documental. La desarrollo a partir de tres estudios de caso. ¿Qué pasa con los relatos que buscan la representación de la realidad de forma alternativa? ¿Cómo se transforman los discursos y los procesos de creación y producción cuando se emplea, por ejemplo, la realidad virtual? Mi hipótesis, muy resumidamente, es bastante abierta. Defiendo que el formato determina el relato y que estos van más allá de la mera representación para buscar una acción directa del espectador o usuario. Todos estos cambios hacen necesaria una revisión de las teorías y enfoques del documental. Por otro lado, soy de las que piensan que el documental tiene un elemento periodístico. De hecho, todo mi marco teórico se centra en evidenciar esta característica de hibridación presente a lo largo de la historia del documental. Al final, no son mundos tan distantes…».


Tiempos difíciles para la carrera científica en España

¿Cuál es la vía de escape para esos jóvenes investigadores que no logran entrar en el sistema? «Irse fuera de España. Al menos hasta que se invierta en políticas económicas para el sector educativo. Una pena».

Para compensar, una pregunta algo más optimista: ¿ahora qué? «¿Y eso es más optimista? [risas]».

Coño, sí. Es lo inexplorado, ¿no? «Bueno, no lo he explorado, pero sé qué se viene. De momento, lo que haré es irme a donde me acepten. Si me decanto por España, sé que lo que me espera es hacerme un hueco entre las plazas más precarias para ir escalando poco a poco. Fíjate que allí a lo máximo que puedo optar ahora es a un puesto de sustituta interina o ayudante-doctora».

¿Y aquí? «En un plazo de tres años podría optar a ser profesora titular».

Guau. «Sí, nada que ver».

Y entonces en tu ránking de universidades en las que te gustaría trabajar, ¿Francia se lleva la palma? [Silencio].

¿En el mundo ideal? «En el mundo ideal me gustaría trabajar en España pero con las condiciones laborales y científicas de Francia».

Universidades del mundo, al habla Alba Marín. [Risas].


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