Tras mucho tiempo de anhelarlo, la última semana de agosto pisé suelo madrileño para algo más que una escala. ¿Mi motivación? Visitar las tres principales joyas de la capital: el Prado, el Thyssen y el Reina Sofía. Así pues, estos tesoros albergan patrimonio de todas partes del mundo, cuya licitud puede ser un debate. Sin embargo, es un valor incalculable que se encuentra no tan lejos de cualquiera de nosotros y más accesible aún cuando somos estudiantes.

Madrid, en efecto, posee estos magníficos puntos culturales que despiertan mil emociones diferentes en cada momento dependiendo del museo, la sala y la pieza que se admira. Es decir, magia pura que sobrepasa cada lienzo, cada tabla, cada hoja, relieve y retablo. Es la cultura entrando por cada poro de tu cuerpo, imágenes grabadas en la retina. Pero también hay mucho más, tanto positiva como negativamente.

‘La Anunciación’

El Museo del Prado no solo es la pinacoteca más relevante de España, sino también una de las más importantes del mundo. Esta alberga obras nacionales de iconos como Goya, Velázquez o Murillo. También el testigo de pintores más allá de la península ibérica como Rubens, Sofonisba o el Greco. No obstante, tal vez por su gran protagonismo en el momento (al ser la guinda de una exposición itinerante) o

La Anunciación

por la atención que ya llevaba puesta de casa, de entre todo lo expuesto, tanto de la colección del Prado como cedido, la Anunciación de Fra Angelico fue el centro de atención (y no solo la mía) durante toda la jornada. De este modo, ahora esto podría convertirse en un análisis de la obra, excusa perfecta para hablar de pan de oro, composición, alegorías y perspectivas, pero más allá de la técnica, la Anunciación irradia magia.

La distribución de las salas está meticulosamente pensada para hacer un recorrido por estilos artísticos, influencias entre artistas y fases de los mismos. Asimismo, el postín del museo permite acercarnos a otros pintores y escultores ya que se ceden obras para exposiciones como la reciente viral Miradas afines, oportunidad única para conocer a Vermeer o Rembrandt y saber más sobre su cercanía estilística con algunos de nuestros paisanos.

Sin embargo, más allá del regalo que es poder hacer un recorrido por la historia de la humanidad, el Prado también es controversia. Principalmente, esta gran pinacoteca recibe diversos comentarios ante su dualidad con respecto a las nuevas tecnologías. Por un lado, el museo cuenta con diversas apps para complementar las visitas e infinidad de contenido en su web sobre artistas y obras. También está presente en las redes sociales, donde se escucha a los visitantes, como recientemente ocurrió con la polémica de Rosa Bonheur, y se hacen recorridos y charlas retransmitidos en directo en diversas de sus plataformas. Por otro lado, está completamente prohibido sacar fotografías. Esta decisión, en pleno siglo XXI, puede parecer injusta, más aún cuando en otros lugares está permitido. Aun así, la situación del Louvre hace sonar las alarmas con sus aglomeraciones, las cuales completan el aforo total en escasas horas.

La sala 206, donde se cura el fascismo

Dando un salto en la historia del arte y alejándonos unos metros del Paseo del Prado, el museo Reina Sofía, de arte contemporáneo, muestra sus intenciones desde el momento en el que uno se ve frente a sus torres de cristal. Con respecto a este lugar, la estrella es clara: Pablo Picasso. Por ser protagonista, es incluso su nacimiento el que determina qué obras se exponen en el Prado y cuáles en el Reina Sofía. Más allá, es uno de los nombres que más se repite y, de nuevo, un artista protagónico en la mayoría de salas y en varias de sus etapas. No obstante, si la obra de Picasso es reseñable en este museo es la sensación que se crea en la sala 206, esta vez no tan mágica, más bien dolorosa.

Durante todo el recorrido, en múltiples salas interconectadas, se hace un viaje por la historia de España en los años 30 mediante diferentes recursos: documentales, películas, esculturas, maquetas, fotografías, pero principalmente, cuadros. En primer lugar, se retratan los antecedentes de la guerra, los principios republicanos, las últimas pinceladas figurativas y los colores vivos. De pronto, el tono se apaga, reflejo claro del contexto de guerra y hambruna, las figuras dejan de ser perceptibles y los colores se oscurecen. De este modo, la pintura se convierte en un tratado histórico de la mano de grandes nombres como Maruja Mallo, Óscar Domínguez o Juan Gris.

En esta sala el estómago se revuelve, el dolor puede casi escaparse del lienzo. Y entre esto, aparece el Guernica, ocupando una habitación completa, majestuoso y gigante. Junto a la enormidad, tan solo una serie de fotografías del proceso de creación del cuadro, con elementos que aún se ven bajo las capas y otros completamente ocultos por la composición final. El Guernica duerme solo, pero no necesita más porque la pared blanca basta para resaltar los grises de la tragedia, y es que no hay rojo más intenso que los grises del Guernica.

Tras visitar el la pieza clave del museo, la experiencia de los años 30 continúa y las tripas se siguen revolviendo más y más al llegar a la propaganda fascista, al cine de exaltación, regresa lo sacro, se marcha el arte diverso y resalta la censura. De por medio, retratos de generales, vídeos de la sección femenina e imágenes de adoctrinamiento en las escuelas que hacen hervir la sangre y llegar a una conclusión: el fascismo se cura en la sala 206.

La última pieza

Ya he comentado la división cronológica que separa a la colección del Prado de la del Reina Sofía con el nacimiento de Picasso. Con esta separación, el público se divide de forma clara según el tipo de arte que les interese, aunque en la mayoría de ocasiones hay tiempo para visitar ambos. Ahora bien, mientras que en estos lugares las corrientes artísticas están bien delimitadas entre sí, y por ende también los gustos, el museo Thyssen-Bornemisza posee un poco de todo, por lo que ir significa ver algo que te guste. Este choque de periodos artísticos es notorio antes incluso de empezar la visita, en el pasillo principal, donde mujeres esculpidas por Rodin nacen de bloques de mármol frente a la atenta mirada de los personajes del Paraíso de Tintoretto.

Asimismo, el Thyssen es una pieza universal del puzle que es el Paseo del Prado, y es que su variedad de obras expuestas es un complemento maravilloso a los demás museos. Por ejemplo, regresando a mi predilección por el museo del Prado, la sala del Thyssen dedicada a los primitivos italianos exalta aún más lo que significa Fra Angelico para el Renacimiento tanto por su evolución con respecto a sus predecesores como la influencia que tuvo en los artistas que fueron después. Del mismo modo, Bernini o Caravaggio aportan una visión clara de la víscera barroca y se repite la presencia constante de Picasso en la planta 0. Por otro lado, el Thyssen

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‘El nacimiento de Venus’, de Rodin. Foto: Tiziri Yanes

nos aleja un poco de la visión tan europea que tenemos del arte y nos presenta obras, muchas figurativas, de la mano de nombres norteamericanos como el del impresionista Theodore Robinson, o uno de mis favoritos, el realista Edward Hopper.

En efecto, el museo Thyssen-Bornemisza es un sitio diseñado para todos los gustos. Tal vez no es donde se encuentra más información facilitada in situ sobre las obras y tal vez paseando por sus salas la cabeza se vaya a pensar cómo llegaron esas piezas a lo que en origen fue una colección privada, pero la presencia de joyas de Durero o Rubens junto a otras de Van Gogh o Gauguin hacen a cualquier visitante sentirse privilegiado.

Más polémica en el Prado

Mientras escribía esto, se publicaba la noticia de que el Museo del Prado ha paralizado, por al menos tres meses, los servicios educativos en la pinacoteca. Pero no es la única problemática del museo. Ante esto solo tengo que añadir que, sin ser yo una eminencia en el campo de la cultura y sin cargar contra los educadores, cada vez son más evidentes los problemas de gestión que afean uno de los lugares más frecuentados y relevantes del panorama artístico internacional.

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En un viaje a Italia descubrí que mi labor en el mundo era reivindicar el arte y el patrimonio. Ahora empiezo el grado en Historia del Arte en la ULL con la intención de poder compartir mi visión de la historia,
de la cultura y de la importancia del legado artístico.


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