El tiempo es oro…. Quisiera saber quién fue el sabiondo que pronunció por vez primera esta sentencia. El listillo de Fran la dice a cada rato, siempre, como si fuera su mantra, su versículo predilecto de la Biblia, su nombre y apellidos del DNI. El tío está muy obsesionado con que cada minuto que pasa es oro desperdiciado y que cualquier perezoso que malgasta sus benditos días rascándose los huevos al sol merece el susto de la guillotina, el hediondo olor de sus pis y sus vómitos y sus piedras del riñón y, si me apuras, hasta el castigo del más crudo y sanguinario holocausto casero a base de calderazos en el cogote y virutas de pimienta ardiendo en la lengua.
Parece ser que el repelente de Fran fantasea con una gloriosa población de seres agitados las 24 horas del día, sin sueño, productores y consumidores infatigables de mierda nueva, maquinitas innovadoras con reconocimiento de voz, ideas inconcebibles la semana pasada, robots que memorizan las arrugas y ojeras de tu careto, relojes que hacen ring ring como un teléfono o ropa que parece obra de la excitada alucinación de un psicótico… ¿Qué pasa querido Fran si yo solo quiero tumbarme a la bartola en la arena para quemarme al sol y vivir y morir desnudo e inútil como los lagartos, las cucarachas o las olas del mar?… ¿Qué pasa si mi única utilidad es burlarme de ti y ser el grano en el culo de toda tu plebe?… ¿Qué pasa si el oro del tiempo se oxida y se aja como la juventud de tu piel?
La objeción de Fran
Conozco el blanco de tus reproches. Me llamarás eterno niñato que teme madurar, dirás que mis insultos provienen del incurable resentimiento de un miserable fracasado e inadaptado a las severas reglas de tu jungla que tanto defiende las virtudes del egoísmo, la competencia y las palmaditas del éxito. Que si soy un ingenuo, un bebecito inseguro que teme asumir la carga de la responsabilidad, la dignidad de un trabajo cualquiera de 8 horas o el valor de dejar de ser un gandul que se pasa la vida más empanado que la cara de la luna. Pero olvidas que un niñato solo quiere jugar al fútbol, viajar, reír, enamorarse, fantasear y reñir con sus papás. No les interesa las prisas de tu tiempo es oro. Todo niñato alberga vocación de fracasado, de parásito inútil, de mendigo feliz. Pero tú y los tuyos nos confinan como sardinas uniformadas en lata en esos centros penitenciarios que llamamos colegios y nos meten en la cabeza que hay que aspirar a ser un señorito de provecho, el alumno más original y disciplinado para machacar al enemigo a las puertas de una entrevista laboral y que hay que ser muy respetuosos y muy felices e inconformistas y más creativos que el genio de Leonardo Da Vinci.
Hay que darse de baja de ese criadero de caricaturas que viven a la sombra de un hermoso futuro imaginado que nunca jamás llega. Nunca llega ese aplauso, esa divertida entrevista en El Hormiguero, esa fotografía en la alfombra roja de los Oscar, esa casa con jardín para montar una barbacoa, ese inolvidable verano en las playas de Brasil, el descenso del mesías, la extinción de la ruindad y estupidez humana, ese éxito de ventas, ese ascenso monumental de seguidores en Twitter… Sudamos y nos enfangamos en el lodo como ansiosos gorrinos y al terminar el día solo nos queda el cansancio, la cama, la tele, un beso y la imagen difuminada de un sueño soleado que se va disipando con las fatigas y automatismos cotidianos de todas las generaciones habidas y por haber. Y entonces llega una borrachera de fin de semana con amigos y recuerdas con los ojitos encandilados todo los sueños enterrados en ese cementerio sin cadáveres que es tu memoria. Te ríes de tus viejas ilusiones, de tu asombrosa nada mortal, y brindas por seguir compartiendo la nostalgia, la risa y el fracaso con los tuyos. Al final tu esperanza se reduce a rezar por la permanencia de un beso antes de irte a dormir. Te quedarás con el calor del sol, con unos ojos pegados como un beso a tus últimas palabras y con la convicción de que a ratos fuiste el hombre más amado, más vivo y más inmortal… Quizá el único hombre feliz en la tierra.
Gaviota: nueva escuela literaria
Los sueños se contentarán con un concierto de ducha con los ojos bien cerrados, el agua tibia, y sin temor a que la voz cantante enturbie la tranquilidad de unos vecinos silenciosos como gatos. Creo que la falta de sueños cumplidos que caracteriza la esencia de este mundo fue el origen de mi diario y de mi megalómana pretensión de fundar una nueva literatura que abarcara los desperdicios, la basurilla del olvido, lo microscópico, lo inútil y lo menospreciado en universidades, oficinas, periódicos y televisiones. El peral de abuelo daba más frutos podridos que maduros y yo probaba con amargura las peras podridas… Recuerdo que mi inspiración de edificar un nuevo canon literario surgió mientras veía el pico ensangrentado de una gaviota. De repente, sin apenas darme cuenta, comencé hablar como si fuera la gaviota. Qué rico el almuerzo, quién fuera humano para disponer de una servilleta que limpié los restos de sangre o un babero para comer sin pringar mi plumaje. Luego tocó reproducir el monólogo de una bacteria y el de una uña harta de convivir cara a cara con la punta de los dedos. ¿Por qué un dedo y no una boca o una oreja? Una boca llena de uñas esmaltadas y una mano de delicados dientes de leche. Así comencé a ser la voz de todo lo viviente y consagré mi destino a la resurrección de la voz de los muertos, los patos, los árboles, las algas y la memoria de los sueños acribillados por el paso del tiempo.
Jamás olvidaré el día que le revelé entusiasmado mi secreto a Fran. Me recibió a las 8 de la tarde en el lujoso salón de su chalet. Me invitó a una copita de vino tinto y después me observó con sus ojos hinchados y de un verde, que bajo la luz algo rojiza y pornográfica del salón, pareció verde fosforito. No dejó de peinarse su bigote grasiento de monsieur parisino y burgués del siglo XIX con sus dedos rechonchos y como forzudos de tanto teclear eslóganes populistas para pequeños negocios locales. Al terminar de contarle las consecuencias de mi encuentro con la gaviota, comenzó a reírse como si yo fuera un bufón y me repitió el sermón de siempre: Amigo, nada de lo que haces sirve para nada. Para echarse unas risas y ya… Al menos escribe para transformar las cosas o algo. O de los colectivos oprimidos que eso está muy de moda y si eres bueno y fanático te da algo de visibilidad. Aprovecha las oportunidades y no seas tonto, que vida solo hay una y no más.
Nunca nos entenderemos. Pensé en darle una paliza, estrangularlo, y escribir con la tinta de su sangre uno de sus eslóganes favoritos en la pared del salón. Ofrecer a los policías la irónica y vanguardista escena de un crimen promocionado por el sugerente eslogan: The sky is the limit. Quizá esta época necesite recordar, para echar por tierra sus aires de suficiencia, que los dioses, si quisieran, nos borrarían la soberbia de un plumazo o que la brutalidad e impiedad puede residir en un alma humana de lo más normalita. Como el alma de un recepcionista, de un segurita o del simpático frutero de la esquina que siempre pregunta qué tal los niños. Pienso que sería algo útil y eficiente convertirse en asesino a sueldo y masacrar a los líderes espirituales y políticos de la sociedad y usar su sangre para escribir sus discursos redentores en las fachadas de sus casas. Aquellos cegatos que predican que eres infeliz por tu culpa y cosas así serían los primero de la lista. Y yo me pintaría la comisura del labio con un fisco de sangre como un acto de complicidad con todos los criminales y con esa gaviota hambrienta que echó en falta un babero y una servilleta.
El creador y un eco como de literatura
Me paso la vida registrando todas estas nimiedades que van sucediéndose como nubes en el cielo de mi imaginación. Estoy tomando sol en un rinconcito apartado del muelle. Mi cuerpo inmóvil, más inútil que una piedrecilla o que un tronco arrastrado por las aguas de un barranco. Más solo y hundido que el fondo ciego del mar. Aprovecho para cerrar los ojos y observar que la luz del sol sobre mis párpados dibuja como un cielo rojizo y de finas estrías luminosas. Después de alrededor de una hora de silencio comienzo a escuchar a un nervioso charlatán que se queja de que un tal Fran, idólatra de la utilidad, no deja de repetir que el tiempo es oro. Y dejo que hable, que hable y que hable sin parar tonterías, ocurrencias, impertinencias, brusquedades. Parlotear como un perro que ladra sin obedecer a ningún plan, a nadie, ni a sí mismo… Termino descubriendo afinidades entre el charlatán, Fran y yo.
Nunca nadie sabrá nada de este caprichoso monólogo sin propósito que escuché por casualidad en el muelle. Ya se perdió en la bruma del olvido y quizás Fran ya fue asesinado por aquel enfurecido charlatán especialista en el arte de la ociosidad. Quién sabe. El tiempo es oro y quizá el charlatán renunció por una vez a su pasividad y le asestó una piña o un navajazo a Fran. Nadie puede saberlo. Lo único que sé es que ya es hora de darse un baño. Así que abro los ojos, estiro un poco los brazos de forma espasmódica, casi epiléptica, y me tiro de cabeza al mar.
El tiempo es oro y yo solo quiero una playa, sol y una triste y cómica historia para divertirme y no dejar nunca de fantasear, ni de ser un niñato, un purulento grano en el culo para los demás.
Autoficción de un estudiante de Periodismo: "Solo deseo andar a ras de tierra, desplazarme con la ligereza del aire y la monotonía del agua, encontrarme con la grandeza de alguna piedra. De resto, tan solo hay negación de mí mismo. Cáscaras de nuez vacías".