El 2022 viene con ánimo, resuelto, casi que esperanzador. No, espera, eso fue lo que creímos de 2021. Dicen por ahí que el ciclo no terminará, por lo menos, hasta que estemos independizadas y ya, si eso, con una nómina, agua y luz, comida, seguro del coche y tal vez cierta acompañante cuyo nombre el destino aún quiere mantener oculto, levantaremos cabeza. Qué materialista soy, ¿no? Pues vayamos a una triquiñuela más superficial: Emily in Paris. La serie de Netflix estrenó la segunda temporada y una amiga —de esas buenas amigas a las que odias sin razón en un principio— me comentó que la protagonista le recordaba a mí, más bien, a mis historietas. Así que, voilà, la curiosidad me pudo y en un par de noches logré el milagro de preguntarme: ¿qué coño le pasa a Emily?
Atrás, se vienen spoilers.
Emily llega a París para representar la mente estadounidense de una empresa que se ha hecho con la firma de márquetin francesa Savoir, dedicada a los productos de lujo. La serie es un conjunto de clichés que han sido ampliamente criticados, aunque no deja de ser lo esperado por parte de la plataforma de streaming. Ni me escandaliza después del empacho navideño. Ahora bien, ¿cómo es que en dos temporadas no has aprendido a hablar francés? ¿De qué vas? ¿Dónde está la sección de guion?
Babel está cerrada por obras, by Emily
Los erasmus son los únicos individuos en la Tierra a quienes se permite la desfachatez de instalarse en un país del que desconocen su idioma, cultura, funcionamiento e historia. Todas hemos tenido alguna compañera que se prepara el nivel mínimo de B1 en italiano para aprobar la prueba previa y pasar unos meses disfrutando o, para quienes prefieren ir a lo seguro, el inglés de Polonia y aquí no te he visto. ¡Si hasta los erasmus franceses estudian para no suspender!
Sin duda, cualquiera diría oui a una oportunidad profesional de tal calibre, sin embargo, ¿qué trabajadora en su sano juicio no estudiaría por las noches y a destiempo para llegar a comprender a sus compañeras? Porque, analicemos, de la veintena de empleados que puede tener la plantilla de Savoir, solo se relaciona con tres personas —su jefa, a la que le presuponemos un buen nivel de inglés por los contactos internacionales con los que ha de hablar, y dos compañeros extravagantes que juegan en la fina línea de la amenaza competitiva—; y que no se olvide, la anterior responsable de márquetin desaparece sin dejar rastro tras huir despavorida de la protagonista en los primeros capítulos al esta hablarle en inglés, ¡como si hubiera utilizado polvos Flu! ¡Que vienen los yanquis!
La inclusión e integración en el trabajo es una de las grandes preocupaciones de cualquier persona que empieza en un sitio nuevo. Pasando una media de ocho horas diarias, un cómputo que supera al familiar, sentir que la mesa y el ambiente del lugar es afable resulta indispensable para la salud tanto mental como física de quien ha de aguantar las intempestivas sacudidas del día. De repente, tu jefa te suelta que es una falta de educación que siquiera hayas venido sin saber el idioma. No deja de tener razón. Yo hubiera llorado todo el día. Emily no. Emily es una estadounidense blanca que reparte recetas innovadoras de márquetin cual máquina de hacer roscas.
El inglés, siendo la tercera lengua a nivel mundial, se ha convertido en la herramienta vehicular de prácticamente todos los organismos internacionales. Imaginemos que hubiera sido una protagonista peruana, española, nigeriana o china… Fin de la temporada. Otro caso similar que recuerda a esta pantomima del idioma es el protagonista de Narcos (Brancato, 2015), Steve Murphy, que cuando llega a Colombia para capturar a Pablo Escobar se sirve de Pedro Pascal en el papel de Peña para traducirlo. Démosle un pase por ser aquella época, ahora teniendo Duolingo… Qué sabré yo.
L’amour o la complication ?
Otro juego de espejos que plantea la serie, y del que buena parte de los consumidores creo que han renegado, es de la complicación amorosa. Emily se presenta a sí misma como amiga de su amiga, cumplidora de los valores que se atribuyen a la amistad… C’est vrai? Por un momento, hubo un destello de bisexualidad en el intercambio de besos sorprendidos entre Camille y Emily al conocerse por primera vez comprando rosas, ¡puf, que es la novia del buenorro del piso de abajo! ¿Cómo iban a liar a una puritana estadounidense con esta mujer francesa experta en arte y heredera de una exitosa marca teniendo a una pléyade de hombres cishetero babeando a cada taconeo que da? Pamplinas.
La cuestión es que, si eres una amiga sincera, le cuentas a tu querida alma de viaje de vida que te pirra ese novio suyo que ya no la quiere porque él y tú se han enamorado profundamente ¡y a primera vista! Habrá de pasar tiempo, sí, y es verdad que en principio solo te quedas por un año en París, pero no has construido ningún tipo de lazo con esa persona como para que reniegues de esa luz. Es inverosímil y hasta irritante el lío de faldas. A todas estas, la responsabilidad cae en Emily, no dejemos que Gabrielle, el chef maravilloso, ponga un poquito de sensatez a la situación y se encargue de sus actos.
Qué digo, así no hubiéramos pasado de la primera temporada y, si me lo permites, te adelanto cuál será el transcurso de la tercera de haberla: indecisión entre el londinense y el normando, un poquito de drama, rupturas y algún giro de guion, ¡y o te dejo atrás sobre esta vespa exclusiva valorada en millones de euros que conduzco sin ningún tipo de control por parte de seguridad o siempre te amaré, mon amour!
La verdadera protagonista
A mí no me interesa en absoluto Emily. Es una suerte de Emma, sin el ingenio y la ironía dadas por Austen, que aburre con sus chiquilladas y produce cierta inquietud con esa sonrisa y actitud siempre tan positivas. Ahora, la auténtica protagonista de la historia, quien de veras merece una serie sobre sus orígenes, ascenso y estilo de vida no es otra que: Sylvie Grateau. La jefa, aún con los estereotipos franceses que desprende, es una versión de —alabada sea Meryl Streep— El diablo viste de Prada que vive separada de su marido, dueña de su éxito y destino, que desplanta a la americana y pone contra las cuerdas a las presentes.
Es sexy, es mayor, es apasionada y consciente de sus meteduras de pata. Es a ella a quien aspiramos ser, desde la juventud libre y desprejuiciada, aunque hay un titubeo acerca de la diferencia de edad con su nuevo amante, ¡pero ya, se lo come delante de sus amigas y de la camarera! No obstante, esta defensa del cuerpo y la personalidad de la mujer mayor contrapone, sobremanera, a las esqueléticas tallas de todo el casting. Hay representación asiática, afrodescendiente, ucraniana —razonablemente criticada por el tremendo topicazo de ladrona que meten en este personaje—, de jóvenes y viejos, gays, estrafalarios, ¿y las lesbianas? ¿Y las gordas? ¿Los cuerpos no normativos dónde están?
Las productoras siguen empeñándose en crear ficciones de escaparate, cercanas a la sobremesa de Antena 3, sin diferencias, alternativas o estilos que amplíen la mirada y asuman la diversidad que vive y se respira, también, en París. La victoria es gracias a los intereses económicos que las rodean, como muestra el último escándalo que ha terminado por sepultar a los Globo de Oro. ¡Qué oportunidad perdida! En esa mezcla habida entre moda, extranjeros y locales, redes sociales y un escenario de ensueño había un material prometedor. Intentaron encontrar en la vivaracha amiga Mindy —otro personaje a ser la protagonista por su descaro y evolución personal— un oasis en el que su voz atrae el rastro de músicos callejeros de orígenes desconocidos. Insuficiente. La historia solo se desarrolla en el centro de la gran ciudad, alejándose de los suburbios y sus consecuentes realidades, convirtiéndose en un anuncio de la ciudad gala, al estilo de los recientes estrenos de Woody Allen, que elude cualquier motivo por el que trascender.
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El poder del perro es la obra aclamada del ya ido 2021, pero como aún no ha sido la ceremonia de los Oscar, tienes tiempo. Además, sabiendo Jane Campion es de las mejores directoras de lo que va de siglo (con perdón a Greta Gerwig, Anna Boden, Sofia Coppola, Lynne Ramsay, Carla Simón, Belén Funes, Emerald Fennell o Chloé Zhao, qué gustito da escribir tantos nombres), destacando en su filmografía El Piano, hay que sentarse a contemplarla. Atenta a los detalles.
Forma parte de un universo onírico que se bisbisea entre laderas tormentosas y pisadas huecas… Abramos el melón, ¿desde cuándo Benedict Cumberbatch es TAN erótico? Ese contraplano corto, sencillo y directo, de un hombre saliendo del agua, cuya mata de pelo queda húmeda sobre la espalda… ¡Por favor! Sin contar con el momento pañuelo, fumando con el chico, o embarrado, ¿qué otros intérpretes masculinos han demostrado sin pudor su sensualidad, el mismo Harvey Keitel en El Piano, los vaqueros de Brokeback Mountain, tal vez Gary Oldman melenudo en la fallida La letra escarlata? Las propuestas, en comentarios, y atenta a los detalles.
Y la invitación a otra segunda temporada de serie conocida es Vida perfecta. La historia ideada por Leticia Dolera cuenta los avatares de tres amigas treinteañeras que se encuentran con que su vida no es, ni de lejos, tal y como hubieran imaginado. Los vaivenes de las promesas rotas por el tiempo y las expectativas de una generación nacida al amparo de los ochenta las empuja mientras la tierna y áspera amistad que se profesan las mantiene, no a salvo, sino vivas. La viñeta resume lo indecible:
P.D.: Me chivan que el nombre de aquella acompañante misteriosa del primer párrafo no deja de ser otra que… El alquiler.
Periodista. "Porque algún día seré todas las cosas que amo".