La canícula me sorprende fregando los cacharros bajo el chorro del grifo. El agua corre sobre la calzada de piche, pero yo levanto la mirada al cielo y veo las andoriñas anunciando el viento. Los sonidos del alisio se acercan deslizándose como suspiros y la Isla se mece en la cuna del Atlántico. Nunca alcanzo a ver la orilla. El aire es toda ardor y levitamos sobre el suelo, nos convertimos en una bola blanda de carne humedecida. La lengua se pega al paladar y tú coges el abanico y te sacudes las moscas y le pides a abuelo que saque las sillas a la puerta en cuanto cae el último sol de la tarde y todo se viste de azul. Yo aún no lo sé, pero vivimos en la Cueva de guanches de Óscar Domínguez y el único error que cometí fue salir de ahí en busca de las luces.
Sobre el muro de piedra, el horizonte se funde y me resulta imposible distinguir el mar de todo lo demás; las nubes son solo peces y yo me siento a jugar a las cocinitas debajo de tu silla. Y apenas me doy cuenta, pero los veranos van quemando mi infancia y se quedan grabados en los surcos de mi frente. Una sombra marrón me sale en la barbilla y me empiezo a cobijar en otras latitudes, comienzo a dormir en otras camas, pero creo que te haría muy feliz saber que nunca jamás volví a sentirme tan seguro como cuando jugaba bajo el hueco de tu silla.
Ahora vago por una de esas ciudades infinitas que me recuerdan que la frontera es siempre una herida abierta y las eses sibilantes van quedando atrás. Por eso me sorprendo cuando cruzo la sala y te veo allí, al otro lado, esperándome a mí. De pronto, me quedo a solas. Los turistas se desvanecen y el museo se sume en el silencio y solo estamos tú y yo en una habitación que se abre bajo mis pies y me engulle en un abismo con olor a junio y a Clipper de fresa.
Cosas que no te interesan
A ti no te hubiera gustado La planxadora ni ninguna de las otras pinturas modernillas. Y quizás yo hubiese intentado convencerte de lo contrario. Te hubiera hablado de las influencias fauvistas, del uso y la calidez del color, de la vivacidad del trazo, de la construcción del espacio a lo Henri Matisse, de lo duro que era arrojar luz en los años de posguerra y cómo conseguía alumbrar la oquedad de una España atravesada por la pena. Porque Rogent es ante todo la resurrección de las vanguardias, un artista discreto y olvidado que despertó la admiración de figuras tan destacadas como el artista Joan Miró o el filósofo Ortega y Gasset. De hecho, probablemente te contaría que murió en un trágico accidente cuando acudía al encuentro con Pablo Picasso y que también están ahí, en esta obra, las huellas de un protocubismo entre el paisajismo de Cézanne y Las señoritas de Aviñón.
Y te hablaría del vitalismo, de la crítica social, del moldeado de la figura, del foco de luz que aísla a esta obra del resto de cuadros de la sala, de la dimensión metapictórica que introduce el marco colgado al fondo, de la vida urbana, de la modernidad en la Barcelona burguesa, de Ramon Rogent como una ventana al arte contemporáneo actual… Pero a ti, insisto, no te importaría nada de esto. Tú me preguntarías desde la cocina si me apetece tortilla con papas arrugadas recalentadas del día anterior. Y yo, sentado en tu silla, te diría que sí.
La planxadora: la mujer sin rostro
La mujer sin rostro es mi madre, mi abuela. Quizás es la vecina del quinto, un ama de casa, alguien que trabaja en la masía de una familia con apellido compuesto. Puede ser la mujer que barre las calles con una hoja de palmera, la señora de la limpieza, la que te llena el plato de croquetas, la que espera sentada a que se haga de noche en los días de verano. Mi abuela es una mujer cansada de las cosas menores porque nunca tuvo elección. Su fuerza nace como las tomateras que crecen en la aridez de la tierra en el sur de la Isla, donde trabajó como tantas otras jóvenes en plena dictadura. Más tarde se casó y tuvo hijas y luego nietos y nunca se cuestionó si Kant o Nietzsche tenían razón.
Y, sin embargo, yo escudriño este cuadro y la veo a ella. Porque nunca, ni en los días más calurosos de la época estival, dejó de planchar las camisas de mi abuelo. Su único sino fue nacer en una época, en un país. Y pese a todo me pregunto si, en realidad, quien estuvo más cerca de la razón fue siempre ella.
Ficha técnica
FICHA TÉCNICA
- Título: La planxadora
- Autor: Ramon Rogent (Barcelona, 1920 – Plan d’Orgon, 1958)
- Año: 1949
- Técnica: Óleo sobre lienzo
- Contexto artístico: Arte de posguerra
- Localización: Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC)
El periodismo me queda de paso. Escribo. Arte, misantropía y revolución. Excelsior.