Voy a utilizar este espacio para instar a quienes me lean a movilizarse. Contra las injusticias y los dolores que atraviesan nuestras vidas en estos momentos. Poco más de 6 kilómetros hacia el Teide, desde el lugar en el que escribo estas líneas, está Las Raíces: una zona muy fría y muy lluviosa, por encima del Aeropuerto de Tenerife Norte, en la que malviven y sobreviven —con la responsabilidad y el beneplácito institucional— unas 2000 personas migrantes que han llegado a Canarias en los últimos meses. Estas 2000 personas han sido instaladas —en realidad, quise decir hacinadas— en lo que oficialmente llaman «recurso de emergencia» pero que en palabras de quienes tenemos alma es un precario y retentivo campamento. Esto está pasando ahí al ladito, y aquí debajo, a la luz y al calor de la lumbre metropolitana, no pasa nada. La vida sigue igual con tanto dolor tan cerquita.
Migrar no es delito: es un derecho
El 5 de febrero llegaron las primeras personas que iban a ser alojadas en este antiguo acuartelamiento militar: según titula eldiario.es, ese día en Tenerife había una temperatura de 8 grados y alerta por nevadas. Desde esa fecha, ha nevado, ha diluviado y ha hecho un frío tremendo en la comodidad —y el privilegio— de las casas laguneras. Es ahora en abril que parece asomar el sol muy a lo lejos. Resfriado asegurado si la ventana se quedaba abierta una rendija durante las noches. Para quienes conozcan el frío lagunero: imagina este invierno en una tienda de campaña.
Ha llovido mucho en estos últimos meses: imagínense, si pueden, lo que habrá sido vivir en eso en carpas, con suelos permeables, sin abrigo, con escasez de comida y compartiendo habitáculo con un montón de personas desconocidas. Sintetizo: hablamos de que más de 2000 personas están siendo retenidas en nuestras islas, en contra de su voluntad, como si fueran terribles delincuentes cuando su único pecado ha sido migrar. Según la Declaración Universal de los Derechos Humanos:
«9. Nadie podrá ser detenido, desterrado ni preso arbitrariamente.
13. Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado. Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio, y a regresar a su país.
14. En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país.
15. Toda persona tiene derecho a una nacionalidad. A nadie se privará arbitrariamente de su nacionalidad ni del derecho a cambiar de nacionalidad».
Migrar es un derecho que, además, atraviesa la existencia de muchísimos pueblos a lo ancho del globo. La historia reciente de Canarias está especialmente vinculada a los movimientos migratorios, por ejemplo, hacia América. Con el fin de combatir los bulos racistas que han corrido y recorrido las redes sociales en este último año, se han rescatado las historias de las canarias que llegaron a Venezuela, allá por 1949, por vía marítima, en condiciones poco salubres y, por supuesto, en situación de ilegalidad administrativa.
Qué triste que, colectivamente, hayamos borrado esos episodios de la memoria colectiva o sintamos, en una proliferación racista y colonial, que nos deben el respaldo y la acogida que no les estamos dando. Tal vez, es así como funcionan las lógicas de la opresión —como explicaba Magda Piñeyro en su cuenta de Instagram—: se constituye una otredad inhumana, leemos los cuerpos de los otros como objetos, no sintientes, no sufrientes, no humanos como nosotros.
La solidaridad: la única herramienta
Todo el tiempo, durante este largo año —no olvidemos que, antes del traslado al campamento de la vergüenza en Las Raíces, estas personas durmieron mucho tiempo sobre el duro y frío cemento del muelle de Arguineguín, en Gran Canaria—, he tenido el sentimiento y la percepción de que nadie hace nada. Ni las imágenes tan impactantes que inundan las redes sociales a diario, ni el dolor, la tristeza, la muerte y la pobreza en los ojos y cuerpos de estas personas han sido capaces de generar una respuesta masiva, colectiva, contundente.
Canarias es, legalmente, parte de España y, sin embargo, rellenan horas y horas de informativos nacionales, de tertulias y debates, hablando sobre absolutamente cualquier cosa que pase en Madrid: ¿Dónde está la solidaridad, la lucha compartida, el compromiso con lo que está pasando aquí? La situación que soportan quienes han llegado a estas costas atlánticas es, a todas luces, producto de las políticas migratorias consensuadas a nivel estatal y respaldadas a nivel autonómico. Es decir, además de las consecuencias del racismo institucional debemos soportar, e intentar paliar, su falta de solidaridad y su absoluto —y cómplice— silencio.
A veces, caer en argumentos y reflexiones de la índole de «nadie hace nada» no solo es ser partícipe de una mentira —sí que hay «alguienes» haciendo cosas— sino que es una trampa rápida para la desesperanza y la inacción. Hay muchas personas, muchísimas, poniendo el cuerpo para apoyar a las que se encuentran en esa situación límite. Son muchos los ejemplos: por ejemplo, aquella noche de noviembre en la que la sociedad canariona salió a las calles en cuestión de minutos para socorrer a quienes el Estado —una vez más— había dejado abandonados en una plaza de la capital.
Nos devuelven la esperanza, también, las historias y testimonios de esas mujeres que se organizan para llevar comida hasta Las Raíces o el trabajo incansable y fundamental que se está haciendo desde la Asamblea de Apoyo a Migrantes de Tenerife. También los trabajos periodísticos, y fotoperiodísticos, de profesionales como Natalia González Vargas o Andrea Domínguez que nos ayudan a poner rostros al dolor de lo que algunos llaman «el embudo migratorio» en la Ruta Canaria.
Nosotras también migramos
Lo que está pasando merece, y requiere, toda la solidaridad y el apoyo de los dos millones de personas que habitamos las Islas —como mínimo—. Se dice siempre que «Canarias es solidaria» y puede que en parte sea cierto, pero debemos hacernos cargo de esa otra parte en la que no es así. Canarias es una tierra criolla que ha pactado con las élites coloniales euroblancas, de manera que en nuestras fronteras contribuimos al señalamiento de otros cuerpos como racializados. Deconstruyamos el racismo que habita en nuestras instituciones, conozcamos nuestra historia y construyamos un nuevo pueblo canario en el que no sea posible que unas leyes foráneas nos conviertan en cárcel de quienes solo quieren vivir.
Tenemos que hacer más. No quiero seguir siendo cómplice del dolor ajeno en la comodidad de mi sillón, con comida y agua caliente, Netflix y mi familia cerca. Seamos conscientes ya y reaccionemos ya, de forma contundente: tras cada titular que rece «Llega una embarcación al Puerto de la Restinga, en El Hierro», lo que en realidad se nos está queriendo decir es que El Hierro es la última oportunidad de llegar a tierra sanas y salvas, ¿cuántas vidas habrán seguido de largo hacia «la noche más larga»? Como dije , todas estas líneas son, en realidad, una llamada a la acción: concienciarse y conocer está bien, pero no sirve de nada si no se actúa en consecuencia.
Y no nos olvidemos nunca más: nosotras también migramos —en este tiempo verbal, según quién lo lea, laten un pasado, un presente y un futuro—.