Primer contacto
Casualidad o no, según la Real Academia Española, el término tríptico cuenta con tres acepciones. Ninguna de ellas tiene tanto valor como la propia etimología de la palabra, proveniente del griego: tri significa ‘tres’, mientras que ptychos se entiende como ‘pliegues’. Es decir, el tríptico es fundamentalmente una obra tripartita que cuenta con una estructura meridional y dos laterales que, a menudo, se pliegan sobre el centro. Si discriminamos uno de los elementos que la componen, la obra final se desvirtúa.
En Tripticum, esa misma sinergia es la que nos mueve y conmueve. Sabemos que la realidad, que el arte y la cultura, que el mismo pensamiento y todas las cosas que se resguardan bajo su paraguas, no son más que una sucesión de complejísimos pliegues. Así que tríptico no solo es el celebérrimo Jardín de las delicias, sino también toda obra que tenga por ambición existir en comunión con otras.
Las tres unidades aristotélicas del teatro clásico, la Santísima Trinidad, la Triple Alianza, las tres leyes de Newton, cualquier polígono triangular, las tres dimensiones que perciben nuestro sentidos, la trilogía de El Señor de los Anillos, la regla aritmética de tres, Mario y yo y esta criaturita que parece desprenderse de la carne, el Estudio Op. 10 nº 3 de Chopin, la fábula de los tres cerditos, una carta plegada, Las Tres Gracias de Rubens, Before Sunrise y Before Sunset y Before Midnight, el Tríptico elemental de España de Val del Omar (Aguaspejo granadino, Fuegos en Castilla, Acariño galaico)… Que le den a la RAE: un tríptico es, en definitiva, la conjunción y.
—Ricardo Marrero Gil
Imaginemos el tríptico desde dentro

Cuando uno se refiere a un «tríptico», la primera imagen que siempre se nos suele venir a la cabeza es la pintura de El Bosco. Y aunque no sea esa y sea cualquier otra, nos imaginamos una composición ya hecha, dibujada y pensada. A mí me gusta verlo al revés, totalmente en blanco.
El tríptico nos da los moldes o, al menos, un lugar donde poder expresarnos. Eso, para mí, es la esencia de Tripticum. Tripticum no es una obra terminada, una fotografía bien definida de sus personajes, espacios y colores. Al contrario, está empezando a encontrar su rumbo, pues creo que los dos años que estamos cumpliendo es nada más que el inicio de este ágora cultural compartida.
El pincel y los lápices no pertenecen a nadie en exclusiva: ni quienes escribimos todos los miércoles e intentamos mantener el marco, ni quienes lo hacen los lunes con su entusiasmo y tinta inconfundible, ni quienes lo hacen los sábados en esa ventana abierta. Lo hacemos entre todos, con ustedes, lectores, en una pieza en blanco (cada vez menos) que vamos construyendo cada semana que pasa.
Eso es el tríptico, y eso es Tripticum: un lienzo sin estrenar que se caracteriza tanto por lo que se va trazando como por el ambiente fraternal de quienes lo van componiendo. Por ello, es lugar de discusión, debate, periodismo y literatura. Pero también de familia, amistad y, por qué no, de amor.
—Mario Yanes
La carcasa

1675 – 1700. Cuero, Madera, Metal, Seda, Papel. Sala 060. Foto: Museo del Prado
Una web. A saber la de improperios con los que nos machacarían los flamencos si viesen que la última expresión del tríptico es un diseño virtual, alegórico y abstracto, donde se emplean palabras en vez de trazos. Pero ya duermo tranquila al haber encontrado una posible respuesta a su crujir de dedos: un tríptico de madera. Este es el estuche para braserillo de jade y plata dorada con dos mascarones perteneciente a la colección del Museo del Prado. Hecho en el siglo XVII, el utensilio forrado sirve para conservar un vaso de gran calidad artística procedente de la Colección Real de Felipe V. Una pomposidad más de los snobs aristocráticos que se transforma en un tríptico abridero.
Es la metamorfosis del tiempo la que descubre nuevos métodos para la composición. El lienzo por la fotografía, por la imagen filmada, por el verso con sabor a vodka, por el soporte, ¿incluso por los tres dedos metidos? Tres etapas en las que se intuyen una vida segmentada en el nacimiento, la plenitud y la muerte. Espacios interconectados y separados entre sí, con un límite y una significación complementaria, que tratan de sobrevivir cuando se repliegan sobre sí mismos y encierran con un ligero chasquido el misterio.
Tripticum es un bebé que apenas gatea, va llorando y moqueando las alfombras donde caen sus rollizas rodillas y palmea de alegría cuando recibe más likes que visitas. Comienza a hablar y, aunque sus progenitores —y yo como tía de sus futuras tropelías— le repetimos en sueños cultura, va soltando vocablos como divulgación, arte, amor, creación, y agua, mucha agua, para seguir alimentando esta esperanza. Solo esperamos que se queden ustedes para enseñarle muchas más.
—Carla Rivero