¿Nunca se han parado a pensar qué pasaría si nos quedásemos sin electricidad, sin satélites, sin señal móvil, sin semáforos? Que los pueblos, las ciudades y los países fueran radicalmente diferentes a como lo son ahora. Quizás, es cierto, no es el momento para elucubrar estas circunstancias, en unos meses en los que ya no hay normalidad y nos hallamos confinados en nuestras casas, con los desplazamientos y actividades bajo mínimos.

Imaginarse qué pasaría habrá pasado por la cabeza de muchos, pero en 2017 José Antonio Pérez Ledó lo puso por escrito y, bajo la dirección de Ana Alonso, el pódcast El gran apagón vio la luz. Una historia que se alargó hasta tres temporadas y que relataba una tormenta solar que, el 13 de abril de 2018, dejaba a todo el planeta sin electricidad ni apenas comunicaciones.

Una tormenta solar que desató el caos

Es fácil hacerse una idea: caos en las calles, disturbios, supermercados sin existencias, bancos desbordados despachando efectivo y un sinfín de tramas que dieron voz Juanra Bonet, Joan Plazaola, Macarena Gómez o Irene Escolar, entre otros. Una de las líneas principales de esta historia sonora es la cuestión sobre si los gobiernos de los países sabían que iba a suceder esta tormenta solar (inevitable, en cualquier caso) pero decidieron no informar a la población. Pues claro, ¿cómo iba el Gobierno de España a tener preparadas existencias de pilas, aguas y comida para que el ejército las repartiera en cuestión de horas por todo el territorio?

Elucubraciones, teorías (conspiranoicas y no conspiranoicas) y, en general, desconfianza hacia los mandatarios de los países. Si se probó (o no) que lo sabían, pero prefirieron no alertar es algo que ustedes tendrán que descubrir escuchando el pódcast. Pero vamos a suponer que sí, que eran conscientes, pero no avisaron a la población para evitar un posible caos.

El debate no es nuevo para el gobierno

En 1778, el rey Federico II de Prusia, anunció un concurso de disertaciones teórico-filosóficas bajo la pregunta «¿Es conveniente engañar al pueblo?». Participaron, en plena época de la Ilustración, académicos como Frèderic de Castillon o Rudolph Zacharias Becker. Todos abordan, desde diferentes ángulos, la problemática de ocultar información a la «plebe», pues en aquella época, la brecha entre gobernantes y gobernados era inmensa y se presuponía una clase ilustrada y que reinaba o asesoraba y otra clase, el pueblo, analfabeto en su mayoría que solo obedecía órdenes.

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Portada de la colección de ensayos. Foto: CECS

El Marqués de Condorcet fue otro filósofo que presentó su escrito. Curiosamente, el título de su ensayo fue justo al revés de la pregunta inicial: «¿Es útil para los hombres ser engañados?». Durante unas cuarenta páginas y subdividiendo la cuestión en varios apartados, Condorcet intenta responder al reto iniciado por Federico II.

Eran otros tiempos, eso sí

La intención del monarca prusiano y de los filósofos que presentaron sus pensamientos era discernir sobre lo que denominaron como «verdades morales», no tanto sobre hechos o decisiones que se pudiesen tomar. El parlamentarismo y los sistemas democráticos todavía no habían llegado.

Eran otros tiempos, está claro, otras situaciones y circunstancias muy distantes a las del 2018 ficticio acechado por una tormenta solar y a las de 2020 amenazados por un virus. Una sociedad muy diferente y una organización política radicalmente opuestas. Pero, en el fondo, en las gestiones de crisis, ya sea la de una tormenta solar o la del coronavirus, subyace el mismo debate: ¿Cuánto tenemos que informar? ¿Cuándo? ¿Mejor dar estos detalles o no?

La respuesta a estas preguntas no depende tanto de si entiendes que el gobierno tiene que ser tecnocrático o no, sino si esa clase política está separada y a «otro nivel» de los votantes, de la sociedad en general. Es decir, si te acercas a una concepción más cercana a la del «filósofo-rey» de Platón, en la que solo deben gobernar aquellos preparados porque el resto «no lo entendería».

El error de este Gobierno es dejar medidas sin explicar

En la gestión actual, la falta de claridad y de buena comunicación es uno de los errores que está cometiendo el Gobierno de España. Que no se concrete bien o que se comunique de forma que se piense que los ciudadanos son menores de edad como para estar explicando todo y para tomar algunas medidas. El ejemplo más fácil, y más reciente, es el de los niños, cuando hace una semana se autorizaba a que los menores de 14 años pudieran salir de casa. No obstante, solo para acompañar a sus progenitores al supermercado o a la farmacia.

No se explicó el porqué de esta decisión y por qué no se hacía extensivo a dar un paseo. Podías pensar, en un intento de comprender al Gobierno, que se hacía para limitar al máximo los desplazamientos y no aumentar el riesgo. Pero esto solo era una teoría a la que podías llegar intentando pensar en frío.

Se acerca a un trato un tanto paternalista

En este caso, no solo se cometió un error de comunicación, sino que no se confió en los ciudadanos. Unos ciudadanos, eso sí, que, salvo mínimas excepciones, ha cumplido con rigurosidad el confinamiento, con un comportamiento ejemplar que ha permitido bajar la curva. ¿Por qué ahora no iban a poder cumplir las normas saliendo a dar un paseo con los más pequeños? Fue una situación un tanto paternalista que nos acerca a esa visión de la política que acentúa la brecha entre gobernantes y gobernados y que, además, deja el caldo de cultivo perfecto para una ofensiva de la oposición y de parte de la población española. Algunos, eso sí, de los que se legisle como se legisle, van a estar en desacuerdo.

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Pablo Iglesias y Salvador Illa en rueda de prensa. Foto: La Información

No obstante, y con total acierto, el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, y el ministro de Sanidad, Salvador Illa, salieron a rectificar y explicar bien las nuevas medidas.

No puedes dejar a los demás que expliquen por ti

Confiar a los medios de comunicación y de la sociedad la potestad de teorizar sobre el porqué de esta decisión y de esta otra, máxime en momentos de crisis, solo perjudica más que beneficia. Y el Marqués de Condorcet lo tenía claro: «¿Acaso no podría ser peligroso que conozca [el pueblo] algunas de estas verdades de modo aislado, ya que este conocimiento podría conducirle a errores funestos al no conocer todas las relaciones de estas verdades?». No solo es más peligroso (se pierde rigor aprovechado por una oposición y una extrema oposición que solo sabe incendiar; cuanta menos pólvora dispongan, mejor) sino que se aleja de la concepción de la política como oficio cercano y no distanciado de la sociedad. Una premisa con la que nació Podemos, partido miembro de la coalición.

En España, como en la gran mayoría de países, un sector para nada desdeñable de la población tiene desapego por la política. Esta queda reducida a votar cada cuatro años en muchas ocasiones. Por eso, es muy importante para este gobierno (y para cualquier otro) que sea capaz de transmitir a la perfección sus medidas. Mensajes claros y explicativos que ni tengan un tono paternalista ni escatimen en detalles. Solo a un reducido grupo de personas (juristas, politólogos por lo social; virólogos y epidemiólogos por lo sanitario) que conocen a la perfección los procedimientos y los engranajes de las medidas lo entenderán con un solo titular. Pero no dejan de ser una minoría que no tiene que ser el prototipo que contemple el Gobierno.

«Saber las verdades no nos librará de los errores, pero disminuirá su número»

El resto no tiene por qué conocer estos procesos y formará su opinión en base a la información que reciba por otros medios (reenviados de WhatsApp, publicaciones en Facebook, un telediario de pasada), y es ahí donde tienes las de perder porque quien le explicará serán tus detractores (con infinidad de bulos, como hemos visto circular estos días). Ya lo advirtió el politólogo estadounidense John Zaller, en su libro La naturaleza y los orígenes de la opinión pública, que es el ciudadano con cierto interés (sofisticación media) quien se vuelve más permeable o influenciable. Pues el menos sofisticado recibirá menos información y tendrá menos interés en formarse una opinión -tiene menos consistencia ideológica- y el más sofisticado no aceptará tan fácilmente la información y la contrastará y acumulará datos coherentes.

En medio de una tormenta solar que apague el planeta, en medio de una crisis sanitaria que paralice nuestras vidas y, sobre todo, en medio de nuestra vida normal (que vuelva ya, por favor), todos los gobiernos deben tener presente a Condorcet para hacer un buen papel: «De este modo, que se conozcan casi todas las verdades no nos librará de los errores, pero disminuirá su número».

Que dignifiquen la política, la acerquen al lugar de donde nunca tuvo que irse. Que, como dijo el abogado Uribe en El gran apagón, que las instituciones sean respetadas, también, por sus representantes.

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Estudio Ciencias Políticas y Sociología en la UC3M y combino mi pasión por los fenómenos políticos y sociales con la cultura, elementos indisociables de una misma y compleja realidad. Desde pequeño me ha encantado escribir y lo utilizo como manera de evasión y difusión.


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