Muchas fueron las aventuras del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, pero pocas me sirven como esta para ilustrar lo que vengo hoy a decir. Mientras don Quijote y Sancho se encontraban descansando en un claro del bosque, vieron a otro caballero andante conocido por varios nombres: el «Caballero del Bosque» o el «Caballero de los Espejos» que tras un intercambio de palabras con nuestro protagonista, afirmó haber vencido al caballero de la Triste Figura. Esta mentira tendría como consecuencia la derrota del Caballero de los Espejos a manos de don Quijote. Tras revelar que la identidad del misterioso jinete es Sansón Carrasco, vecino de Don Quijote, que había intentado que el famoso hidalgo recuperara el sentido con más pena que gloria, charla así con su escudero:
—Por cierto, señor Sansón Carrasco, que tenemos nuestro merecido (…). Don Quijote loco, nosotros cuerdos: él se va sano y riendo, vuesa merced queda molido y triste. Sepamos, pues, ahora, cuál es más loco: ¿el que lo es por no poder menos, o el que lo es por su voluntad?
A lo que respondió Sansón:
—La diferencia que hay entre esos dos locos es que el que lo es por fuerza lo será siempre, y el que lo es de grado lo dejará de ser cuando quisiere.
El hidalgo y la pandemia
Hay muchas cosas que no somos y de las que me temo, no somos conscientes. En el caso de don Quijote, un famoso caballero que vive grandes aventuras para merecer el amor de Dulcinea del Toboso. Lo que cabe preguntarse es: ¿qué no somos y no vemos?
Creo que si para algo ha servido el COVID-19 es para ponernos frente a un espejo (frente al Caballero de los Espejos, diría Cervantes). De repente, parece que todo a nuestro alrededor no tiene sentido porque todo se ha derrumbado en nuestras narices. Nuestros planes, nuestros sueños y peor aún: nuestras expectativas. Tal vez nos pase un poco como a don Quijote: que por fuerza seremos siempre locos.
Desmontando prejuicios
La literatura universal está bien, pero en política no pinta nada. Lo siento, pero no me creo los grandes relatos que nos afanamos en buscar, ni tampoco veo gigantes donde hay molinos. No me creo la épica de los «despiadados holandeses» frente a los «inocentes sureños». Tampoco me creo que esto es culpa de «los políticos que nos gobiernan, que son unos incompetentes» (inserte aquí su prejuicio ideológico), ni mucho menos que toda época pasada fue mejor («los políticos ya no son como antes»). Tampoco creía eso que todos oíamos al principio del confinamiento: «no nos lo vamos a tomar en serio porque a los españoles nos gustan las terracitas y la cervecita, y ahora que empieza el calor… puf, prepárate» (el típico Spain is different que es agotador).
Nuestro espejo son los aplausos a las ocho de cada tarde, la UME acudiendo allí donde se les llama para construir hospitales de campaña, los sanitarios dejándose la piel tratando de ayudar todo lo posible (aun cuando no cuentan ni por asomo con los recursos suficientes), la cajera de tu barrio que da la cara todos los días, y también son los panes, bizcochos y galletas que toda la sociedad española se ha puesto a hacer en casa. Lo que antes no valorábamos, ahora se ha convertido en esencial; peluquerías, panaderías, los dependientes del supermercado, los médicos y enfermeros. A todos los que actuáis para que a otros no les falte ni les pase nada: os doy las gracias, gracias de corazón.
Una política tridimensional
Tampoco soy de esos que creen que «ha tenido que venir una pandemia para valorar las cosas». Pero sí soy de esos que creen que tal vez y solo tal vez, después de esto aprendamos a valorar un poquito más a los que tenemos a nuestro alrededor, sean mayores, niños o el repartidor de Amazon. Tanto MBA para esto. Ironías del destino, supongo. Sí creo que no tuvo que aparecer ningún espejo para demostrar que la sociedad española es abierta, tolerante, respetuosa y comprometida con no dejar a nadie atrás (y esto que digo no es ninguna ensoñación del Quijote).
Estos valores también están en la política, que, para mí, tiene tres dimensiones: ancho, largo y alto. Es decir, debe aterrizar en la realidad para poder entenderse y no quedarse en ideas vagas. Pero igual que creo eso, creo que nuestros políticos son conscientes del reto que afrontamos como sociedad, que el camino no será de rosas pero que habrá que arrimar el hombro. Utilizar la hipérbole en redes sociales, o en la tribuna del Congreso, no es recomendable si lo que quieres es hacer algo que tenga un impacto real en la vida de la gente. Claro que si lo que buscas es animar a tu tribu, hazlo. Unos se dejaron consumir por el odio, la rabia, la desesperanza y la frustración sin pensar si quiera en lo que hacían. Otros (como el Ayuntamiento de Madrid y su oposición) se remangaron, bajaron al barro y mostraron esperanza entre tanto sueño roto.
El fiel escudero
Algunos se piensan que los aplausos son para sí mismos, reduciendo la política al teatro de lo absurdo, defendiendo lo indefendible y convirtiendo en normal lo surrealista. Devolver la política al sitio donde pertenece no es tanto un fin como una actitud que está al alcance de todos.
Como si de un verso kavafiano se tratara, ni Ítaca ni nuestras instituciones nos han abandonado, sino que siempre nos acompañan en nuestras duras travesías, aunque a veces no lo creamos, como hace Sancho Panza con su señor, don Quijote de la Mancha.
Si pudiera pensar en futuro condicional acabaría disfrutando del gerundio ¿Acaso no es lo que hacemos todos? «Sapere aude».