He de admitir que últimamente estoy escuchando más pódcast de lo que lo hacía hace un año. No tantos como me gustaría, eso sí. Las series las tengo un poco abandonadas. Después de ponerme al día en verano, ahora me he quedado algo estancado. Las películas…, bueno, las películas, es cierto que no me llaman tanto. Aunque el otro día vi Mujeres al borde de un ataque de nervios (Almodóvar, 1988), que desde hace tiempo me propuse ver todas las películas del director español. Y la música, ay, la música. Al mínimo momento que tengo, corro a ponerme los auriculares, aunque sea solo para una canción.
Ustedes dirán: «¿Nos vas a contar cómo es tu vida? ¿Por qué importan?». No, no se preocupen. Solo lo he contado para aprovechar y hablar de otro tema que atraviesa, de forma transversal, mi consumo de productos audiovisuales (y el de ustedes): el infinito contenido que tenemos a nuestro alcance y cómo lo utilizamos.
Las vertiginosas nuevas tecnologías
Las nuevas tecnologías y la rápida digitalización de nuestra vida han provocado un cambio radical en la manera en la que consumimos los contenidos culturales. Música, cine y series ya no se escuchan o ven igual que como lo hacíamos hace nada; ya no nos estamos comparando con generaciones anteriores, sino con nosotros mismos.
Ahora, por el precio de una película tenemos, al mes, un catálogo infinito de filmes y series a nuestro alcance, cortesía de plataformas como Netflix o HBO. Por menos del precio de un disco (e incluso gratis, como sucede con Spotify), también tenemos al mes ilimitadas canciones y álbumes.
La aparición de los pódcast ha supuesto un nuevo canal de comunicación de diversas temáticas: entretenimiento, análisis, música o, incluso, la versión en audio de programas de televisión. La oferta es irresistible y, como sucede con el cine o las series, la lista de recomendaciones puede ser extensísima.
Otro caso aparte son los libros (a través del lector electrónico), que si bien no existen plataformas con gran tirada como sí las hay en otros ámbitos, la extensión de estos formatos digitales ha posibilitado rebajar los precios de las lecturas.
¿Aprovechamos los avances tecnológicos?
La cuestión es: ¿tenemos tiempo para aprovechar todo esto? La respuesta es complicada. Yo me atrevería a decir que no; también depende del nivel de vida de cada uno. Dediquemos, durante las siguientes líneas, un tiempo a reflexionar.
Permítanme que empiece por la vida de un estudiante universitario, no solo por tareas académicas -aunque otros módulos educativos no se queden muy atrás- sino también por poseer cierta autonomía económica. La carga de trabajo es considerable, especialmente si tenemos un profesorado que piensa que su asignatura es la única y la más importante del currículo. Pero no entiendan que lo digo en el sentido de que quiera obtener el título universitario sin hacer nada, sino que se puede regular mucho mejor y más eficazmente los trabajos, que permita tener algo de tiempo libre y menos agobio.
Porque hay algo que es cierto: nuestro aprendizaje académico y cultural no se queda solo en los materiales universitarios. El aprendizaje también pasa por leer las novelas que elijamos, ver cine, disfrutar de una serie o escuchar un pódcast. O ir a exposiciones o museos acompañados de nuestros amigos. Y no hablemos ya de aquellos estudiantes que tienen que compaginar sus estudios con trabajos, pues muchas veces necesitan esa aportación económica para continuar en lo académico.
Pero la etapa después de la universidad es el mundo laboral que, desgraciadamente, se nos antoja precario. Y ya lo es para muchos jóvenes (independientemente de su formación académica) y para otros no tan jóvenes. Las condiciones que asfixian a los trabajadores a encadenar contratos temporales, realizar más horas de las estipuladas y cobrar menos de lo legal provoca que el tiempo que queda disponible (sumado a los ánimos para dedicarle tiempo a los productos audiovisuales) se vea ínfimo. En esas condiciones, da igual que la oferta disponible se haya incrementado hasta puntos nunca vistos.
El omnipresente tiempo
El tiempo disponible es el factor transversal a todas las edades. Muchas veces se nos echa en cara (con razón) que vivimos en el flash, en la instantaneidad, que cuando no tenemos un contenido al momento, nos frustramos o no nos gusta (de ahí a que las plataformas presenten las temporadas completas el mismo día y no semana a semana, como se hacía tradicionalmente en la televisión). Pero pocas veces hablamos del otro tiempo, en el que unos nos vemos saturados a veces por la carga de trabajo y otros se ven atravesados por una precariedad que limita el ocio.
Que Internet ha ayudado a la democratización de los contenidos es algo en lo que podemos estar de acuerdo. Pero otro tema es si nuestra vida se ha adaptado a convivir con estas posibilidades que otorgan las tecnologías para el acceso cultural en línea.
No todo es como parece
La expansión de la oferta cultural a través de la red ha supuesto que alcance a más gente y que, relativamente, se convierta en asequible en comparación a lo que se obtiene por ese precio. Pero no siempre es indicador de aumento del consumo cultural (cines, series, música, pódcast, literatura) debido al tiempo que disponemos para ello, pues otros factores de nuestra vida, como la vida académica o el trabajo precario pueden hacer que estos hábitos culturales no crezcan en comparación al momento anterior a la aparición de diversas plataformas de contenido en línea.
Estudio Ciencias Políticas y Sociología en la UC3M y combino mi pasión por los fenómenos políticos y sociales con la cultura, elementos indisociables de una misma y compleja realidad. Desde pequeño me ha encantado escribir y lo utilizo como manera de evasión y difusión.
Sin tiempo para una respuesta extensa; gracias.