Desde hace algo más de un mes, en el sur de Tenerife, en el municipio de Adeje, un grupo amplio de personas acampa para impedir —con cierto éxito de momento— la construcción de un nuevo megaproyecto turístico. En compañía de cardones y pardelas, personas de todas las edades están pensando y creando el habitar del futuro: ese lugar donde ondea la bandera de la libertad y la esperanza. El Puertito de Adeje es una de las últimas zonas vírgenes que quedan en este municipio asolado por el turismo y su destrucción: es la casa de numerosas especies protegidas, terrestres y marinas, de restos arqueológicos y de muchas canarias que disfrutan, con respeto, de la belleza natural de nuestra tierra. 

Allí, entre lonas, tierra y esperanza, construyen un mundo más soportable personas de distintos sentires, distintos orígenes, distintas vidas. Los días pasan, el sol raja las piedras y la tierra baña la piel, la ropa, los zapatos, el alma. Todas cuidan de todas. El apoyo de la población canaria es prácticamente unánime. Remamos entre muchas y todo suma: visitar, pernoctar, agua, fruta, comida, libros, retweets, conversar, apoyar.  El calor colectivo, desde dentro y desde fuera del campamento, mantiene encendida la lucha. Sin embargo, estamos en deuda —eterna— con quienes han puesto, y están poniendo, el cuerpo para proteger lo que es de todas. Dejaron de lado todo lo que les era personal para entregarse a lo colectivo: la lucha siempre delante, porque es inherente a la vida. Mientras unos señores encorbatados con billetes de otras firman chanchullos en sus impolutos despachos, en Adeje un grupo —amplio— de gente, valiente, mira al expolio a los ojos e interpone su cuerpo entre una pala y la vida. 

En contra de Cuna del Alma: a favor del Puertito

Hubo alguien que un buen día se despertó y decidió que todo este pedazo de tierra era suyo. Una persona que tenía mucho dinero, pero no suficiente —parece ser que nunca lo es—. Así que tocó la puerta de las instituciones, siempre sedientas de billetes con sabor a expolio. Estos, ante la atenta reverencia de quién carece de escrúpulos y valores, pusieron a su nombre un cacho de la Isla. Así, cuerpos, plantas, animales, aguas y territorio fueron despojados de su identidad, de su riqueza, de su hogar y de su futuro. Ojalá esto fuera una fábula ridícula y no la triste historia de Canarias. Nuestras reivindicaciones son locales, porque las vidas están entretejidas con la existencia del territorio en el que suceden, pero la lucha por un habitar digno es mundial. 

Adeje es un municipio sureño atestado de hoteles, turistas borrachos y playas cementadas. Desde hace 35 años, José Miguel Fraga es su alcalde. Instituciones y dueños —extranjeros— de grandes cadenas hoteleras firman papelitos para construir y destruir a su antojo: trapiches entre ricos que, con calma, chupan la sangre —y el alma— de las personas que aquí nacimos y aquí queremos morir. Un pacto entre las élites: ustedes, empresarios, derrochen los recursos de este fisco de tierra y nosotros, caciques, nos hacemos cada vez más innecesariamente ricos. A la múa. La población canaria se opuso al hotel de La Tejita, a la destrucción de Chira-Soria y al Puertito de Adeje: no hay argumentos válidos para apostar por un modelo turístico desfasado, insostenible, destructor y empobrecedor. 

En el barranco del Puertito —ahora medio empichado medio no, gracias a las activistas— anidan pardelas, crecen cardones, viborinas, tabaibas dulces, nadan animales por un enclave de interés científico y duermen restos arqueológicos. Un empresario belga decidió que nada de eso importa, nada de lo que en estas Islas sucede —de hecho— y, expropiando terrenos por 12.000 euros, pretende construir villas de lujo que se venderán por 4 millones. Las instituciones están siendo cómplices de la venta de nuestra tierra y, por consiguiente, nuestras a vidas al dueño de Cuna del Alma —o Tumba del Alma, como han bautizado las activistas a este atentado— y a quienes tengan 4 millones en el bolsillo para vivir en un espacio que siempre fue de todas. Que alguien, por favor, nos explique dónde vamos a vivir la gente canaria si nos ponen las viviendas a estos precios y los sueldos a estos otros. Pretenden privatizar una playa, poner piche dónde había cardones y barcos de estética pirata con música altísima que ensucian el mar que baña nuestras costas. Un proyecto turístico que se ha elaborado de espaldas a la legalidad, según denuncian activistas y organizaciones ecológicas. Acudir a la acampada del Puertito es un deber. 

La vida debe ser —y es— otra cosa 

La forma de organización social que venimos arrastrando está muriendo, agoniza ante nuestros ojos, bajo nuestros pies, en nuestras carteras flacas, en nuestros corazones exhala su último aliento. Sobrevivimos, como podemos, a las crisis que han venido y a las que asoman por el horizonte: esta forma de no-vida carece de sentido, nos condena y nos encadena a creer el artificio de que el cemento es progreso. Se desbaratan las Islas que son nuestra casa por todas sus costuras: el turismo trae pobreza y destrucción del medioambiente. Pareciera que en los senderos de nuestros pueblos brotan las ganas de romper toda este miseria. Estamos viviendo eso que el Consejo Nocturno escribió en Un habitar más fuerte que la metrópoli (2018): «Ruptura, por tanto, con cualquier avatar del paradigma de gobierno en favor de un paradigma del habitar». La revolución es aquí, es ahora, es ya. Entre todas la estamos gestando y su nacimiento no lo podemos frenar. 

En el Puertito reside parte de nuestra historia, especies protegidas, yacimientos guanches: es cierto. También es cierto que para el inicio de la obra se ha vulnerado la legislación vigente de mil maneras, maneras caciquiles, sucias, rastreras, deshonestas. Sin embargo, si no fuera así, seguiríamos defendiendo nuestra tierra. Aunque no hubiese nada de valor para nadie, ni para la ciencia, ni para la belleza, ni para la historia: no podemos seguir expandiendo la metrópoli en vez de darle la mano a la naturaleza que nos alberga, nos cobija y de la que la humanidad forma parte. Las humanas no somos entes aislados, somos seres vivientes, mortales y animales. Nuestras vidas vienen de la naturaleza y a ella volverán: «bajo la metrópoli el aire puede ser acondicionado, los animales constituyen una bonita decoración de interiores y los “parques naturales” portan este título solo gracias a una legislación específica y a la instalación de cuarteles militares […] bajo la metrópoli no hay más que el Hombre gobernando, produciendo y construyendo lo real». 

Para crear estos espacios socializados, que se extiendan y pervivan a lo largo del globo, debemos estar conectadas con nuestro pasado, nuestros orígenes, nuestros saberes, nuestro devenir, nuestra flora y nuestra fauna. La historia no se entiende sin la geografía en la que transcurre. El medio natural no es solo el escenario, inerte, en el que sucede el progreso —capitalista, colonial, dominador—. La vida ha de estar en el centro de cualquier debate y cualquier propuesta colectiva. Las políticas extractivistas no tienen cabida, más nunca, en esta tierra —La Tierra—: «como si no hubiera más naturaleza que la producida o la alterada».

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Nunca pude elegir entre ciencias y letras: por eso hice las dos. Hubo un tiempo en el que creí cambiar Periodismo por Medicina. Ahora creo que sin las palabras no se cura. Me gusta caminar, leer en la calle y hablar de política. Danzad, danzad o estaréis perdidos.


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