Hay ciertas épocas en las que la vida se convierte en un caos. Aspectos externos, aspectos internos, todo se une para que se desestabilice un poco y empiecen a fallar ciertas cosas. Aún así, entre tanto, aparecen días o momentos que resetean antes de volver a sumirse en el embrollo. Esas han sido mis últimas semanas: una sucesión de entregas con fecha límite de los TFGs, algún examen final y la preparación para una mudanza que nunca quise que llegara. Y entre medias, unos fines de semana que aliviaban lo anterior y que, en alguna ocasión, cerraron unos círculos y abrieron otros.

¿Fútbol?

Cuando uno lleva unos cinco años viviendo fuera de casa, siempre recibe con agrado las visitas de familiares que vienen desde las islas. En esta ocasión, vinieron por primera vez mis tíos y mis primos pequeños, ilusionados de poder visitar Madrid. Y, por circunstancias de la vida, ese fin de semana coincidía con la final de la Champions League que disputaba el Real Madrid en París, y el club había habilitado el Bernabéu, su estadio, para verlo a través de las pantallas. Así que ellos, futboleros hasta la médula (aunque solo uno «merengue»), nos contagiaron ese espíritu y nos buscamos la vida de todas las formas para conseguir unas entradas. Y después de buscar y pelearlas durante unos días, las conseguimos: y allí nos plantamos, unos futboleros de pro y otros del momento. Quién me diría a mí, que llevaba desconectado del fútbol mucho tiempo, que ya no lo seguía con el mismo interés, que allí consiguiéramos llegar. Y cómo bien dijo alguno en alguna ocasión, la ilusión de los pequeños (en este caso, mis primos), lo valía todo.

«Menos mal que está ese al lado para salvar la canción»

Otra semana pasó y otro fin de semana llegó dispuesto a hacer borrón y cuenta nueva. Otro, que como Ricardo puede atestiguar (siempre le mandaba unas fotos sobre la actividad de esos días, cada cual a más orprendente), fue un tanto inesperado. Y más que inesperado, en el fondo, era uno de esos círculos que se cerró. Al igual que con mis padres bebí mucho de la influencia de cantautores como Pedro Guerra (de esto hablaremos después), con mi tía Mary no escuché otra cosa que no fuese Alejandro Sanz (con el permiso de Rocío Jurado). Nunca me gustó (o nunca quise escucharlo bien) y siempre nos metíamos con él el resto de la familia: que si no sabía cantar, que vaya «quejumero»… Hasta mi abuelo dijo, viendo un concierto en directo por la tele suyo, que «menos mal que estaba el chico ese ahí [Dani Martín] para arreglar la canción, porque si esperamos por Alejandro…».

Hasta que ya saben, como bien dicen mis padres, el amor hace muchas cosas y el siguiente fin de semana estaba en el concierto de Alejandro Sanz, para el que teníamos entradas desde hacía unos meses. Había intentado aprenderme y escuchar la mayoría de canciones (creo que con cierto éxito), pero al estar allí y comenzar el concierto, comprendí que ese círculo que abrió mi tía, desde que era pequeño en su Corolla, se cerró en aquel instante. Me había empezado a gustar Sanz, sobre todo de sus primeros discos, y fui a un concierto suyo. La vida, da muchas vueltas.

Recorrido por los volcanes y un casi ascenso para terminar

La semana siguió llegando, con sus «estreses» y sus entregas de última hora, pero lo mismo lo hizo el fin de semana, con el que ponía rumbo para las islas. Un afortunado sorteo que ganó María nos colocó rumbo a la isla de La Palma, que nos brindó unos volcánicos días, apacibles y agradables, por todos los puntos de su orografía, ahora un poco maltrecha por la herida del Cumbre Vieja. Pero qué bien sienta la desconexión y el descanso cuando, además, estás con la persona adecuada a tu lado.

Se cierra o se abre otro círculo

Y antes de poner rumbo de vuelta a la Península, otro círculo se cerró (o se abrió, como quieran verlo). El cantautor Joan Manuel Serrat, que tanto ha sonado en mi casa, está realizando su última gira, antes de retirarse de los escenarios. Desde hacía casi medio año, mis padres habían comprado sus respectivas entradas, para disfrutar de uno de los maestros que han dejado huella en sus vidas y, por tanto, en la de mi hermana y la mía. Yo, que soy de la generación posterior de cantautores, como Ismael Serrano o Pedro Guerra; y mi hermana, que no escucha mucho el género, fuimos junto a mis padres. Mi madre, que quería vender nuestras entradas para que fuese alguien que lo escuchase (tener madres para esto), se encontró con la fiel oposición de mi padre, que quería que disfrutásemos de lo que era, en cualquier caso, un momento histórico.

En el fondo, así fue. A pesar de conocer apenas unas canciones, la presencia de Serrat en el escenario (maestro de muchos otros), la importancia que ha tenido su música en el panorama español, su compromiso político y su talante durante y entre las canciones, bien mereció la pena acudir. Eso sí: algo arrepentido por no haberlo escuchado más en profundidad antes. Así que el círculo, más que cerrarse, se abrió y las melodías de Serrat ya me acompañan algo más. Gracias, papás.

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Estudio Ciencias Políticas y Sociología en la UC3M y combino mi pasión por los fenómenos políticos y sociales con la cultura, elementos indisociables de una misma y compleja realidad. Desde pequeño me ha encantado escribir y lo utilizo como manera de evasión y difusión.


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