Últimamente, me he dado cuenta de dos cosas. La primera, que cada vez que me enfrento a estas hojas en blanco, donde ahora estoy escribiendo estas líneas, solo me surgen preguntas con las que arrancar el texto. La segunda, que en cuanto detecto que me gusta algo que me llega, me cuesta no obsesionarme (sanamente, ya me entienden). Para muestra, un botón: ya he comentado por estos lares en no pocas ocasiones la devoción que tengo por las lecturas de Maggie O’Farrell o de Sally Rooney, y de cómo ‘atraco’ sus creaciones y no paro de mencionarlas y recomendarlas.
Hace más o menos un año desde que terminé las diez temporadas de Friends, y prácticamente lo mismo desde la única vez que escribí sobre la serie en Tripticum, con motivo del reencuentro. Sin embargo, aquí estoy, doce meses más tarde, no solo dedicándole unas líneas sino también reviéndola, sin orden ni concierto, como hice por primera vez: en las sobremesas.
No paro de volver a Central Perk
Por algún motivo que desconozco, me atrae, me engancha y se pone por delante de otras alternativas seriéfilas que tengo. Desde que la terminé, he visto otras, claro está: Ted Lasso, The Morning Show o Normal People. Todas ellas me han gustado y las he disfrutado (qué calma da Normal People, por favor, no dejen de verla), pero por un motivo u otro, siempre termino volviendo a Central Perk.
Es fascinante la capacidad que tenemos, como seres humanos, de atarnos a lugares, eventos y contenidos. Cómo una canción nos puede sanar o nos puede destrozar, cómo un libro nos puede reconstruir o cómo una película o una serie nos puede marcar y atravesar. O cómo cualquiera de estas creaciones nos puede hacer sentir en casa, en nuestro lugar cómodo.
Pensando en este texto me acordé de una carta que escribí en Posdata, nuestro buzón postal (que sigue abierto para que nos mandes tus misivas). En ella, reconocía a Andrés Suárez y a El Canto del Loco como máquinas capaces de teletransportarme a sitios seguros, según lo que quisiera evocar. Si lo veo en perspectiva, añadiría algún elemento más (la propia Friends) y pintaría un mapa con cada uno de ellos.
¿Se puede seguir de luto por el final de una serie o libro?
Alguna podrá pensar que ya estoy otra vez aquí dando la vara con tanta cuestión personal, con tanta cursilería y con tanto desbordamiento. Lo pensará con razón (disculpas adelantadas), pero he de reconocer que le estoy cogiendo el gustillo. Es solo desde lo personal desde donde uno es capaz de evocar y transmitir.
Medio en broma, medio en serio, suelo decir que todavía sigo de luto por el final de Friends, que no seré capaz de engañarlos comenzando Cómo conocí a vuestra madre o Big Bang Theory y que por eso, tiempo más tarde, sigo volviendo a ver sus capítulos.
La otra realidad es que todas, sin excepción, tenemos ese mapa compuesto por todos aquellos lugares, marcados con la chincheta de un álbum, de una película, de un libro o de un cuadro, que conforman nuestra casa. Y cuando necesitamos cierta seguridad, cierta certeza o cierta tranquilidad, nos enfundamos en nuestro avión particular y nos trasladamos allí.
Y lo hacemos porque solo desde el sentimiento nos sentimos, valga la redundancia, vivos. Una persona cercana, a la que quiero y admiro, solía decir esa frase de «a veces siento (demasiado)». Quizás no puede haber más verdad en una oración que en esta, más sentimiento que en estas cuatro palabras y más vida que en ese paréntesis.
Un mapa con el que jugar
Nuestra vida está compuesta de lo demás, no solo de nosotros mismos. Y tengamos 15, 22, 43 o 54 años, todos tenemos ese rincón en el que cobijarnos, esos lugares a los que acudir y sentirnos protegidos y alejados, como se dice en esta época, de toda perturbación. Un mapa con el que jugar, con el que saltar de una época a otra, de una sensación a otra y sentir que estamos aquí, en este momento.
Así que ahora, cuando yo mismo trato de encontrar una respuesta o una justificación a por qué sigo cayendo en los mismos artistas y en los mismos capítulos, veo ese mapa y comprendo un poco mejor qué canción está sonando o qué libro estoy recordando. Y me respondo, por fin, a por qué siempre termino recurriendo a lo mismo en determinadas circunstancias. Por eso, y por que sí, sin más justificación, porque me gusta Friends.