George Orwell (1903-1950), periodista y escritor británico, retrató la situación política anterior y posterior a la Segunda Guerra a lo largo de us obra, tanto a través de sus novelas como de sus ensayos y artículos periodísticos. Los totalitarismos que caracterizaron buena parte del siglo XX fueron satíricamente reflejados en sus escritos, hasta en forma de fábula, sin perder un ápice de realidad. Lo mejor: solo se quedó corto con 1984 (1949), porque el aparato de vigilancia que caracteriza nuestras sociedades actuales ya quisiera haberlo incluido en la obra original.
Rebelión en la granja: el determinismo de la condición humana
La fábula con la que Orwell quiso reflejar el estalinismo dejó unas reflexiones que, a día de hoy, siguen vigentes cuando se trata de teorizar y pensar sobre el modelo político y social. Los animales de la granja, que consiguen derrocar al señor Jones, su propietario, logran emanciparse y establecerse como una comunidad en la que nadie explota a nadie ni le priva de los frutos de su trabajo. Todos cultivan y producen para todos, como método de avance productivo que, incluso, llega a mejorar los resultados que obtenían cuando era el señor Jones quien manejaba las cuentas.
Y así, reflejando el enorme poder que acumuló Stalin y que desvirtuó hacia un totalitarismo salvaje, una pequeña élite se hace con el control de la granja, domina sobre los demás y expulsa a aquel mínimamente contrario. Con la analogía entre Stalin y Trotski, la cuestión fundamental que subyace era el pensamiento de Orwell: el poder siempre te corrompe y siempre te hace querer acumular más, aunque sea mediante herramientas de dudosa ética.
Un siglo más tarde, seguimos planteando fórmulas y teorías sobre la propia condición humana. ¿Todos somos corrompibles por nacimiento o por educación? Si lo somos por educación, entendiendo que cualquier ser humano nace tabula rasa, quizás habría que redefinir nuestra concepción de poder, la educación sobre el mismo y avanzar en los métodos de control y contrapesos que permitan una sociedad sana y justa. ¿O acaso tocar el poder implica obligatoriamente la corrupción, como creía Orwell? Aceptar ese determinismo solo nos colocaría en muy mala posición para lograr una transformación
1984 o cómo Orwell no se pudo imaginar su peor pesadilla
George Orwell se imaginó que, algunas décadas más tardes, el extenso control gubernamental habría conquistado los avances tecnológicos. Dispositivos de grabación, de audio y de vídeo, para controlar todos los rincones, hasta los más recónditos, de la vida de los ciudadanos. Pero, un momento, ¿estamos hablando de lo que escribió Orwell o de los aparatos que hoy, 2021, llevamos en nuestros bolsillos?
Si el panorama distópico que pintó el escritor inglés era suficientemente aterrador, el que vivimos hoy en día rompe la barrera de los calificativos de una manera estratosférica. Mientras que la vigilancia de Orwell era visible y reprimía cualquier ápice de creatividad y libre albedrío de la que todos eran conscientes, la economía de la vigilancia actual actúa en silencio, escondida.
Ya el objetivo principal no es reprimir (en la mayoría de países occidentales, y matizable hasta cierto punto para algunos ciudadanos), sino que un puñado de empresas tecnológicas acumulen una despreciable cantidad de dinero a cambio de sustraerte toda tu personalidad, hasta en los momentos en los que piensas que estás solo y te descubres a carne viva. Y eso puede ser utilizado en tu contra, por gobiernos y empresas.
¿Qué pensaría Orwell si se enterase que en la mayor democracia del mundo, unas elecciones se vieron trastocadas explotando las debilidades de los votantes, que habían sido extraídas sin ser conscientes? ¿Qué opinaría Orwell si supiese que cada click, cada mensaje, cada movimiento, cada interacción, cada compra, estuviese siendo registrada y almacenada con el fin de influir sobre ti por parte de quien tiene el poder y el dinero? ¿Cómo reaccionaría el escritor inglés si te negasen un crédito o el acceso a una vivienda, porque en tu intimidad has hecho cosas «inaceptables» para quien controla esos procesos, como salir «demasiado» a menudo con tus amigas?
Demasiado orwelliano para el propio George Orwell.
Que no muera la aspidistra y la libertad como bien de mercado
El verdadero Orwell está en esta novela mucho más desconocida que las anteriores. Con un lenguaje franco, alejado de eufemismos, como mostró en sus obras menos famosas, esta historia refleja las graves consecuencias de que las dos grandes instituciones que vertebran la vida en sociedad sean el trabajo y el dinero. Sin trabajo y sin dinero no eres nadie: estás fuera de la sociedad, has fracasado y, prácticamente, pasas a ser un ciudadano de segunda.
La precariedad a la que se enfrentaba continuamente Gordon Comstock, el protagonista de la historia, es la misma que sigue imperando casi cien años después. Estar supeditado a la lógica económica crecentista y devoradora no te deja margen para poder desarrollar lo que tú realmente quieres ser, y a lo que el mercado no le asigna el suficiente valor como para poder dedicarte a ello, puedes dejarlo a un lado y olvidarte de él. Por eso, Comstock odiaba tanto a la aspidistra, la flor que utilizaba la clase media inglesa como símbolo de pertenencia y de reconocimiento de su posición económico-social.
¿Cuánto ha cambiado desde ese entonces? ¿Quién puede ahora dedicarse a lo que quiere sin temer a no llegar a fin de mes? ¿Cómo se puede ser libre y humano en un sistema que absorbe toda tu energía bajo amenaza de colocarte donde colocó a Comstock, apartado? Quien ya tiene una familia detrás con los recursos suficientes para poder permitírselo. Puedes ser libre si tienes el dinero para hacerlo. Entonces, la libertad ha pasado de ser una condición política inherente a ser un bien de mercado, algo que se pueda comprar. ¿Cómo recuperamos esa libertad, esa posibilidad de desarrollarte como persona, como derecho fundamental si es el mercado como institución quien regula las posiciones sociales de cada uno?
Orwell dejó un gran legado intelectual a lo largo de sus obras. Preguntas y reflexiones que, todavía, a pesar del tiempo que ha pasado desde la publicación de sus creaciones, delimitan el marco en el que nos movemos. ¿Qué podemos pensar cuando problemas retratados antes de mediados del siglo XX siguen siendo actuales? La pregunta habrá que situarla en el cómo hemos evolucionado, hacia dónde y bajo qué prisma lo hemos hecho.
Estudio Ciencias Políticas y Sociología en la UC3M y combino mi pasión por los fenómenos políticos y sociales con la cultura, elementos indisociables de una misma y compleja realidad. Desde pequeño me ha encantado escribir y lo utilizo como manera de evasión y difusión.