En la primera parte de esta crónica de viajes, Mario narró los dos primeros días de nuestro viaje a Lisboa. Pero aún nos quedaban por delante un par de jornadas más. Una siempre tiene que llevarlo todo organizado al milímetro, con itinerarios, horario y precio de los monumentos, lugares que visitar, en los que comer, porque, de lo contrario, entra en pánico. Qué se le va a hacer.
También a una le gusta llevar los mapas en físico. En qué nos vimos de encontrar una oficina de turismo abierta. Pero no sirvió de mucho. La chica que se encontraba detrás del mostrador no consiguió resolver mis inquietudes sobre los planes para los próximos días. A cambio, cogí un ejemplar de cada uno de los mapas que tenían a la vista, porque nunca se sabe cuándo puede ser útil un itinerario de Lisboa en chino.
Manías que tiene una
Lisboa me gustó mucho. Lo que no me gustó tanto fue que no nos diesen las entradas de los monumentos en físico. Porque otra de las manías que tiene una es guardar todas las entradas para luego ponerlas ordenaditas en el corcho de su habitación. Solo en la Catedral nos dieron un pase como Dios manda (y, solo por eso, mereció la pena entrar, aunque el conjunto catedralicio en sí no fuese nada del otro mundo). Es el único trozo de papel de procedencia portuguesa que preside mi altar de corcho y chinchetas.
He de confesar que el mayor de mis miedos era que me robaran. Una prima mía que estuvo allí de Erasmus me advirtió de la cantidad de carteristas que había. Y si una cosa tenía clara, es que, si alguien iba a ser blanco fácil para meter la mano disimuladamente en el bolso y quitarle el móvil, la cartera y todo lo que llevase encima, esa iba a ser yo. Por eso, miraba mis pertenencias constantemente. Y, si no encontraba el móvil o la cartera a la primera, volvía a entrar en pánico. Tampoco ayudó a calmar mis pensamientos intrusivos que un policía aconsejase (o más bien, ordenase) a Mario colocarse la mochila por delante.
Malditos tuk tuk
El tercer día dejamos atrás la ciudad lisboeta para adentrarnos en Sintra, villa portuguesa declarada Patrimonio de la Humanidad. Desde la estación de Rossio, cogimos el tren que nos adentraba en la ciudad de ensueño. En apenas una hora de trayecto estábamos allí. Nada más validar el billete de salida, fuimos recibidos con una bienvenida que no esperábamos, pero que no nos pilló por sorpresa.
Decenas de conductores de tuk tuk (moto taxi descapotable y sin puertas laterales, uno de los medios de transporte más utilizados por los turistas en Portugal) al acecho de captar clientes. Que si les llevamos a la Boca do Inferno en Cascais, que si les acercamos a Cabo da Roca, el punto más occidental de Europa, que si pasamos por Estoril, que si les prometemos esto y aquello. Y nosotros esquivándolos, dando vueltas alrededor de ellos como vacas sin cencerro.
Finalmente, conseguimos llegar al centro de la ciudad (dícese, ir en busca de una oficina de turismo). Calles empedradas, con tiendas escondidas de souvenirs, puentes de madera, todo un cuento de hadas, aunque para ser honestos, un cuento de hadas turístico (sin tarifa reducida para estos pobres estudiantes). Y como toda película de Disney, un castillo y un palacio nos saludaban desde lo más alto de la colina.
Sintra y sus encantos
Después de comer, cogimos un bus que nos subía a la zona más elevada de Sintra. Andando era más de una hora todo cuesta arriba. Y no había ni ganas ni calzado apropiado para semejante ocasión. Rodeados de franceses, alemanes y demás turistas, el autobús pasó por el Castelo Dos Mouros, enclave defensivo erigido por los árabes durante los siglos VIII y IX.
Pero el corazón de Sintra se encuentra en el Palacio da Pena. Esa era nuestra última parada. El Palacio Nacional fue una de las principales residencias de la familia real de Portugal durante el siglo XIX. De estilo romántico, con fachadas de diferentes colores y estatuas mitológicas, el Palacio (y las vistas que se pueden disfrutar desde este) no deja indiferente a nadie. Sus kilométricos y frondosos jardines tampoco.
Dentro de palacio, salas majestuosas, habitaciones privadas y demás estancias suntuosas. Mario y yo nos dedicábamos a leer los cartelitos explicativos en inglés que acompañaban cada habitación, imitando la voz y el acento de los típicos listening de clase de inglés. Solo nos faltó vestir de Desigual.
Menos mal que fuimos
Nuestro último día en Lisboa. Abandonamos el hotel antes de mediodía. Para nuestra suerte, pudimos dejar el equipaje en la recepción del hotel y pasar a recogerlo a media tarde. La mañana no estaba planeada. Lo único que teníamos claro era que íbamos a coger el tranvía todas las veces que nos apeteciese. No llevábamos ninguna recomendación del Panteón de Lisboa. También es verdad que está un poco alejado de la zona propiamente turística y, por dicha razón, pasa un poco desapercibido.
Menos mal que fuimos. Nosotros yendo a decenas de miradores los días anteriores y las mejores vistas de toda la ciudad estaban en el Panteón Nacional de Lisboa. Su amplisíma terraza ofrece una excepcional panorámica con la que no contábamos. En el imponente edificio están enterrados portugueses célebres, desde presidentes del país hasta escritores consagrados.
Parque de las Naciones y fin de viaje
Sobre las cinco de la tarde, pasamos por el hotel a recoger nuestras maletas con algún que otro recuerdo para familiares y amigos. Todavía quedaban cuatro horas para que saliese nuestro autobús con destino Madrid. Una vez llegamos a la Estação do Oriente, dejamos nuestras pertenencias en unas consignas para poder movernos libremente por «la zona nueva de Lisboa», el Parque de las Naciones.
El Parque das Naçoes se desmarca claramente del resto de barrios lisboetas y fue escenario de la Exposición Universal en 1998. A orillas del Tajo, el puente Vasco de Gama (por el que pasamos el primer día) se abría paso. Un teleférico divisaba desde las alturas la pasarela acuática del Caminho da Água.
Sobre las 22.00h del viernes 10 de junio (casualmente, Día Nacional de Portugal), Mario y yo sentados en dos asientos de autobús dejamos atrás el puente 25 de abril. Dijimos adiós a Lisboa e intentamos conciliar el sueño. Quedaban unas seis horas para llegar a Madrid.
Creo que no es casualidad que haya nacido y crecido en una ciudad que se llama igual que uno de los grandes poetas de la historia: Lorca. Lorqui(a)na de corazón y estudiando Periodismo y Humanidades en Madrid, siempre me ha interesado todo lo relacionado con el mundo de las letras, en especial, el arte y la literatura.