Roca ungida de pez amarillo uña, lecho de corales y rosaleda embravecida, el mar se llena de espinas y le sale mujo a las gaviotas. Me siento en los callaos de rodillas, queriendo de ti hasta la última gota, hasta la última saliva de tu último aliento, con olor a cilantro y rock and roll. Tengo sed de ti y tus canciones, de tu pelambrera de leña y esos ojos verdes como de claro de pino que me penetraron a solas en la habitación sin luz. Te busco en los espejos de mi memoria, aún con la esperanza de resucitarte, pero se me aparecen otros fantasmas de muerte, lánguidos y sinuosos, con la lengua reseca y blanquecina. Todo lo que tengo de ti es un balbuceo poético y un eterno ronquido de flemas que no me deja dormir ni en tu pecho ni en tu cama. Y es que después de ti no queda por decir nada.

El poeta adolescente

Yo me alongo a ella, a la nada de tu lecho y aún puedo oler tu silueta, como una cicatriz sobre las sábanas. Y mi gesto de pena transforma el llanto en esta torpe indagación de los abismos y rondo por los puentes de tu noche, me cuelgo en las pestañas de unos ojos que se cierran al tacto del agua y transpiran hasta ahogarme. Merodeo por la noche cenagosa y perenne de tu adolescencia y en el monte la quietud se vuelve una sombra que resopla sobre mi nuca. Y quiero verte en el río, barranco abajo, sembrarte junquillos en el alfaque y probar la sal de tu virtud. Quiero tu boca roja y tu labio trémulo, gritar en la oquedad de tu garganta y desgañitar los celajes hasta descolgarlos del techo.

Félix Francisco Casanova
Félix Francisco Casanova y su novia, María José. Foto: José Bernardo Casanova

Eras un muchacho ágil, como un gatopardo al acecho desde las copas de los sauzales. Llegaste desde La Palma a estudiar Filología y en tu tercer año un escape de gas te marchó de la vida. Aquí conociste a tus amigos y a tu novia, a la que le hacías el amor. Tu padre, también poeta, borró su nombre en favor del tuyo, pero todos sabemos que tu impaciencia no te dejaba volver sobre lo escrito, sino romperlo, destrozarlo, enviarlo sin dilación al cubo de la basura por el simple goce de recomenzar. Pero sabemos que Félix Casanova de Ayala te escuchaba y guiaba y corregía los poemas de tu tierno despertar. Y sabemos que tu madre, pianista, murió antes de ti. Y que tu hermano te fotografió desnudo en la bañera donde yaciste hasta que dieron con tu cadáver. Y tus dedos violáceos detuvieron la tinta. Y tu melena se llenó de pronto de canas. Y todos los inviernos del mundo emigraron a Canarias.

Si Tenerife fue la cuna de tu muerte, también será la cuna de la mía. Desdecirte es mi único deseo, sacarte de mis costillas, renunciar a ti y a tus letras de alambre, al perfume de tu madreselva loca, tonta, surrealista, irracional, demasiado torpe a veces, casi siempre desmedida, desinquieta y negruzca, como tiznada por los humos del blues. Mas jamás conoceremos el sexo del agua y la maresía será nuestro único alimento, detenidos por siempre a la orilla de la playa, que es también la orilla del tiempo. Y tu profecía de plata te engrandece, tu mito de niño chico, ese espeluznante arrabal de pena, asco y frenesí de tus poemas. Posas tu mano en los labios, pero nunca hurgas en mi corazón.

Félix Francisco Casanova y la ebriedad de la tristeza

Como una virgen de agosto, espero sobre la arena a que salgas del agua con las yemas arrugadas y las vísceras por fuera. Los espejos pierden su memoria: ya no recuerdan a quién reflejaron antes. Y tú, pequeño Rimbaud isleño, ¿quién eres? Otro escritor incipiente en la punta del olvido. Tu verso preñado de muerte, tu yegua con los ojos encendidos, tu suerte postrada en el espacio insalvable del cuello de una botella. Si el volcán abriera la boca, si vomitara lava sobre la herida, si todo lo que antes fue magma ahora es de piedra, volverías a la vida y en tu lápida no estaría inscrito el nombre de Félix Francisco Casanova, sino el del propio tiempo, el del tiempo mismo de tu poema sin tiempo.

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Félix Francisco Casanova de pequeño. Foto: Autor desconocido

Pero eres solo una flor que asoma de la tumba y los pocos que te leen son los únicos que danzan tu baile macabro y psicodélico. Y aunque tus textos viajan bajo el ala de Aramburu, ¿de qué sirve conquistar la tierra yerma? La fecundidad de este archipiélago se esfumó contigo, con tu espíritu rebelde, con tus poemas de mierda y tu fantástica novela. Tu novela lírica y surrealista, tu parodia a Sábato, tu Don de Vorace. Y, en efecto, voracidad es lo único que entendías. De resto solo fuiste una pulsión, un latir de palabras nuevas que aprendías, una estela brillante de la que nunca supimos el destino.

Eres un buen momento para morirme

¿Qué más da? Caerán los astros y estallarán contra el suelo, los perros esconderán el rabo entre las piernas, el sepulturero hará el amor con las jóvenes nínfulas vestidas de encajes del color del semen. Y tú, creyéndote de nuevo en los 70, te reirás de Franco con tu Equipo Hovno, esa insolente firma que creaste junto a tu amigo-poeta-rockero-desgarbado Ángel Mollá. Y te meterás con las muchachas, leerás a Kafka, te pondrás de marihuana y beberás cubas libres en la azotea, recitarás junto al piano de cola, rodarás borracho por la alfombra, insultarás a los maricas, gritarás a ritmo de Led Zepelin, te enamorarás de Catherine Deneuve, hablarás por el teléfono fijo durante horas y visitarás el nuevo París junto a papá y José Bernardo.

Pero, en el fondo, nada de eso pasará. Como tampoco vendrá tu veinte cumpleaños. Ni las veinte velas quemarán el aire. Ni las ciudades se inundarán de llamas ante tu poema ígneo y tu prosa flamígera. Y no habrá veinte cruces ni veinte peces de estanque ni siquiera veinte estanterías. No habrá más de ti sino una herida, tres cuentos, un centenar de poemas y un diario manuscrito del año 74 que garabateabas como cualquier niñato engreído. Como cualquier niño que se aburre porque las horas no pasan y se sabe dueño de un tiempo distinto.

«Yo quiero escribir sobre el placer de dar una puñalada en una noche de lluvia, la locura del alcohol en la sangre y el miedo dulce que me reconforta». Te fuiste y te lo llevaste todo contigo. ¿Cuándo volverás a nacer?

Félix Francisco Casanova
Félix Francisco Casanova, el Rimabud canario. Foto: José Bernardo Casanova

Nota biográfica

Félix Francisco Casanova (1956 – 1976) nació en la isla de La Palma en el seno de una familia acomodada de artistas. Su madre, una reputada pianista, murió de forma prematura. Se crio junto a su padre, el también poeta Félix Casanova de Ayala, y su hermano, José Bernardo Casanova. Cursó estudios de Filología Hispánica en la Universidad de La Laguna, en Tenerife, hasta que murió en su tercer año de carrera, cuando tenía 19 años. La causa de su deceso se debió a un escape de gas mientras se bañaba, aunque la controversia en torno al suceso se extiende hasta nuestros días.

La editorial Demipage, bajo la supervisión (y, en algunos casos, corrección) de su padre, publicó su obra completa, que incluye su novela El don de Vorace, varios poemarios en solitario, entre los que destaca La memoria olvidada, así como algunos en colaboración con el patriarca de los Casanova. También abarca las producciones literarias de Equipo Hovno (significa mierda en checo, para evitar la censura), que Félix Francisco Casanova fundó junto a Ángel Mollá, y su diario personal, que tituló Hubiera o hubiese amado. El poeta Fernando Aramburu es un embajador de su obra en toda España, aunque la fuerza de su pluma ha hecho vibrar a lectores y estudiosos de todas partes del mundo, en especial Francia.

Como se comprende por su juventud, se trata de un poeta un tanto irregular, pero desde muy temprano se advierte en él una mirada poética particularísima que su padre se encarga de explotar en el mejor de los sentidos. Lo hace, además, desde un lenguaje complejo, maduro y personal que bebe de una refinada tradición literaria, pero también del surrealismo, el dadaísmo y las vanguardias. Ganador de varios premios tanto de novela como de poesía, sentía una gran pasión por el rock, tenía una banda y pasaba mucho tiempo con su familia y amigos. Era un devorador de libros y escribía de un modo espontáneo y frenético, a borbotones. Algunos han apodado a Félix Francisco Casanova como el Rimbaud canario, por la antítesis entre su rostro angelical de muchacho y la acidez de la búsqueda infernal de sus poemas, en los que figuras como el agua, la muerte, el amor, la música, el sueño y la droga desempeñan un papel crucial.


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