La cultura está viva. Y cuando algo está tan vivo es difícil de matar.

No me refiero a acabar con la cultura, sino a hablar sobre ella. Porque para poder hablar sobre algo hay que, si no matarlo, al menos congelarlo. Es como una fotografía fija. Para que me entendáis mejor, es como si quisierais escribir un libro de Historia sobre algo que está ocurriendo hoy en día. Todavía no habrá pasado suficiente tiempo para madurarlo, para que la gente lo examine y saque sus conclusiones. Así es como me siento yo escribiendo sobre cultura. Escribiendo sobre películas, series, libros o música.

La cultura como bien intransferible

No espero que compartáis mi visión: cada uno es libre de hablar sobre lo que le guste saltándose o no la censura del spoiler instaurada ya en nuestros días (por mi parte, soy partidario de que nos la saltemos, y además con ganas, porque si una obra es buena, lo será las veces que hagan falta y, cuando llegues al final, la disfrutarás igual). 

Pero, en todo caso, si hay algo que no se me quita de la cabeza es precisamente la dificultad de ponerme a escribir sobre algo que todavía estoy disfrutando. Por eso creo que nunca seré buen escritor cultural, porque he nacido para absorber las cosas y dejarlas morir lentamente en mi cabeza; y de repente rescatar el poso de la copa abandonada, que no son nada más que mis sensaciones sobre esa cosa. Es como si hubiese algo dentro de mí que me impidiese hacerlo. Por eso he empezado blogs de música sin ser capaz de seguirlos más allá de un mes: porque acababa describiendo mis sensaciones, y creo que eso es algo personal e intransferible.

‘Lola’, el aclamado cortometraje, une cultura, familia, tradición y novedad. Vídeo: Disney

Compartir cultura es una forma de querer

A la vez, empero, precisamente esa es la magia de la cultura: cada quien la toma como la quiere. Y, a ser posible, se comparte con aquellas personas que queremos que también la disfruten. Pero lo que nunca vamos a poder controlar es si a esas personas les gustará lo que les hemos ofrecido o no. Es una sorpresa. Lo mismo ocurre con los regalos de Navidad, solo que este es un contrato gratuito y el producto, inmaterial. Este símil nos permite entender por qué todos los años esperamos el momento para reunirnos con la familia: es algo repetitivo, pero familiar. Siempre parecido, pero con matices. La mezcla ideal: un poco de tradición y un poco de novedad.

Por eso, yo seguiré matando la cultura las veces que haga falta en mi cabeza para revivirla también las veces que haga falta. Porque cada vez será una experiencia distinta y cada vez me enseñará cosas nuevas. Y siempre me quedaré esa sensación: que no querré que las cosas buenas acaben. Estas Navidades, difundid cultura aunque no podáis estar cerca de vuestros seres queridos. 

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Intento estudiar algo de Derecho y Ciencias Políticas en la UC3M pero soy seguidor de Richard Ashcroft: de vez en cuando me engancho a mis adicciones y sorprendentemente saco algo productivo. Estudiar Oriente Medio es intentar buscarle los cinco pies al gato, pero yo sigo empecinado con mis pasiones, así como por hacer añicos las barreras sociales. A fin de cuentas, “puede que lo que hacemos no traiga siempre la felicidad, pero si no hacemos nada, no habrá felicidad”.


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