Hace tiempo que en Tripticum dejamos de ser solo tres. Ahora somos tres y sus múltiplos. ¿Pero qué sabemos de ellos? Es decir, ¿qué sabemos acerca de nosotros mismos? Por un lado, la Tríada original está compuesta por Mario Yanes, Carla Rivero y Ricardo Marrero Gil. Por otro, la Tripulación la forman Elena Torrent, Alexis Rodríguez y María Cayuela. Otros tantos jóvenes vienen y van, cada mes, para brindarnos su talento y su visión inconformista y primordial del mundo. Por desgracia, no obstante, nuestros nombres son solo nombres y no los seres que habitamos tras ellos. Cada uno de nosotros es parte indispensable del tríptico, que es el pensamiento hecho carne. Hoy la carne se desnuda y se vuelve translúcida, casi del color de las ideas.
¡Intelijencia, dame / el nombre exacto de las cosas! / Que mi palabra sea la cosa misma.
Juan Ramón Jiménez
La epopeya de los orígenes: ¿Qué es esto de Tripticum?
Tripticum nace como proyecto embrionario en un momento de mucho estrés. Mario Yanes, en lugar de centrarse en los exámenes de primero, tonteaba con la idea de crear un blog sobre arte y cultura. ¿Cómo y cuándo? Bastó con escribir a dos amigos (Ricardo y Jose) para arrancar con el primer sí que daría forma a lo que hoy es esta revista digital. Así lo cuenta él: «Nuestro objetivo era impulsar el valor de la cultura desde las islas [Canarias], desde una juventud aventurada. Queríamos marcar un rumbo diferente a los espacios que ya existían, y en ello estamos, en esta ágora cultural que más que una web es un lugar de encuentro, debate y de amor por el arte».
En palabras de Ricardo Marrero, existe una necesidad, una pulsión de difundir y celebrar la cultura. «Sé con absoluta certeza que tanto en forma como en fondo no existe otro proyecto igual a Tripticum», comenta con convencimiento. Asegura, así pues, que no solo confían en él porque funciona como un apéndice autónomo, sino porque nace de un querer sincero y lorquiano. «Cuando encuentras al amor de tu vida, haces lo imposible por conservarlo. Y estoy seguro de que este amor no podría existir en otra parte, porque es un amor por el mundo, por lo humano, por sus productos, artificios y pasiones. Así que supongo que Tripticum es todo eso: el lugar donde escrutar la nada y hacer las preguntas adecuadas desde el corazón». Sin importar, añade, que esas preguntas conduzcan a otros interrogantes aún más difíciles de responder.
«Estudio Ciencias Políticas y Sociología», retoma la palabra Mario Yanes, «y en Tripticum puedo dar rienda suelta a mis pasiones, sin marcos ni límites; y aprendo de todos, compañeros y lectores». Su formación y compromiso personal lo empujan a trabajar en pos del tejido social, del sentimiento comunitario y de la solidaridad. «No podemos ser mejores si se impone el modelo individual del neoliberalismo».
Todos los caminos conducen a Tripticum
Aún más peculiares son las cruzadas personales de Carla Rivero y Elena Torrent, ambas mujeres de ciencia. «Iba caminando desorientada entre los estancos de una feria, y sin querer, como movida por los resortes del destino, encontré una experiencia de vida: Océano África, de Xavier Aldekoa», cuenta Rivero. Y luego continúa: «Fui una renegada, pero cuando tus impulsos te hacen tomar una voz activa, comunitaria y de transformación, cuando de repente te emociona la foto de una biblioteca derruida y te preguntas por qué no estuviste tú también allí, entonces, no te queda más remedio que admitir que esa es tu pasión».
Ahora, al ser interrogada por el título que abandonaría en el hueco de un árbol para convertirse en hallazgo de otros, responde elegantemente porque sabe que tomó la decisión correcta: Las horas, de Michael Cunnigham. Según ella, la palabra nos puede salvar. Tímidamente algo similar propone Alexis cuando le preguntan por los últimos versos en que pensaría y suelta estos de San Juan de la Cruz: Quedéme y olvidéme, / el rostro recliné sobre el Amado, / cesó todo y dejéme, / dejando mi cuidado / entre las azucenas olvidado.
Lo de Torrent sucede a la inversa: al terminar sus estudios en Periodismo emprende la carrera de Medicina. Lo cuenta así: «Lo que hago en Tripticum es crecer. Conocí a algunas de las personas que están aquí por otros derroteros de la vida, sentí que una parte de mí, más literaria, periodística y escritora, hizo por fin clic con mi otra mitad, más científica y numérica. Aquí he encontrado un espacio donde avanzar, como dijo San Juan de la Cruz, “más adentro en la espesura»».
Escribir desde la tribuna
Por su parte, la pasión por la escritura y la lectura a María Cayuela le viene desde niña, aunque lo primero lo desarrollaría hasta bien entrada en la adolescencia. «Escribir es una forma de reivindicación, pero también una manera de liberar emociones, emociones reprimidas que no nos atrevemos a poner de manifiesto o que simplemente no nos apetece compartir con los que nos rodean. Algo así, como escribir para desahogarnos o para estar más conformes con nosotros mismos. Escribir en Tripticum es una oportunidad de aprendizaje tanto para los lectores como para los que escribimos. El hecho de que los lectores empaticen, se interesen, se emocionen, se sientan reflejados o simplemente pasen un buen rato con el contenido que se publica son motivos suficientes para querer formar parte del equipo».
Para Elena, el periodismo es un servicio a la humanidad, una ventana al mundo. Una ventana un poco especial, porque nos pone los paisajes delante, nos presenta el mundo en el que vivimos aunque no podamos movernos. «El periodismo», defiende, «son los ojos de la humanidad: omnipotentes, omnipresentes y todo lo omnisciente que puede ser la vida humana. El periodismo nos trae a la palma de nuestras manos los recovecos de un sistema corrupto, las realidades de las gentes de otros países y sus costumbres, nos enseña ciencia a todas, nos cuenta cómo fue la historia y las luchas de quienes nos precedieron. El periodismo es nuestra mirada cuando no podemos estar físicamente en algún sitio (y siempre hay lugares en los que no podemos estar). O al menos eso debería ser el periodismo. Casi por definición, debe enmarcarse en el camino que pretende alcanzar “la verdad”. Y como ese es un concepto amplio, difuso y diverso, el periodismo debe ser exhaustivo y sobre todo, pasional».
¿Qué significa pensar desde el prisma de Tripticum?
Adquiero un tono grave, mis ojos se clavan en los azules de Alexis Rodríguez. Cuchareo en el café y pregunto: ¿qué pretendes conseguir con tus artículos de Tripticum? Se toma un momento para responder: «Mi principal propósito consiste en invitar a ciertas obras que reúnen un rasgo particular e imprescindible para el arte: la realización de un ejercicio honesto y franco de introspección humana. Con la ayuda de Luis Buñuel, Alex Majoli, Ingmar Bergman…, y la predisposición del lector, busco la pronunciación de un interrogante: ¿Qué es el ser humano? Me gustaría que mis artículos estén siempre orientados hacia ese fin. Devolver al lector hacia lo que hay adentro». Sin saberlo, algo parecido había respondido Ricardo Marrero con anterioridad.
—¿A quién le escribes?
—Confieso que a menudo a un viejo amor no correspondido o a mi mismo. En ambos casos, como alegoría de la propia existencia humana. Cuando juego, como Cortázar, a esto del periodismo literario solo espero que exista una verdad profunda, primitiva y universal. Y espero también que alguien se pueda identificar con ella o que, por el contrario, sea lo suficientemente sugerente como para despertarle la convicción de una refutación. Por el camino, procuro ahogar mi ego y el de los propios lectores: ars gratia artis.
Preguntas al azar I
Sobra algo de tiempo para una ronda de preguntas divertidas, que no superfluas.
Carla, ¿quiénes son tus referentes periodístico-literarios? ¿Cómo se refleja eso en tu trabajo en Tripticum? «En las miserias del camino lector hay apenas elegancia, poca sabiduría, salvo la animadversión hacia todo lo acabado en Coehlo. En ese caldo del que salen estas palabras hierve Gabo, por haberme iluminado con su expresión, también Oriana Fallaci, quien supo trasladar la belleza de la crueldad, un Juan José Millás en cuyas columnas sigo perdiéndome con una sonrisa ladeada. También Manuel Vicent, Agustín Espinosa, Truman Capote, Luz Sánchez-Mellado o Elena Poniatowska, descubrimiento reciente. Supongo que ese hilo infinito de autores (Pepe Naranjo, Xavier Aldekoa, Olga Rodríguez, Leila Guerreiro, etc.) afectan a mi labor en Tripticum de la siguiente manera: la veracidad del detalle, el intento de encontrar la belleza en la expresión, esa ingenua idea de que el lector intentará entender qué hay detrás, tratarlo de igual, y pincharlo hasta que sangre, aunque siempre disto e intento acortar las distancias en cada nueva publicación».
María, ¿qué o quién te acompaña en esos viernes noche en los que llueve y hace un frío solitario? «Decía Borges que “el libro constituye nuestro único elemento de salvación”; un libro siempre es buena compañía, rebuscar entre los libros que hay pendientes por leer o volver a leer por segunda, tercera o cuarta vez los libros favoritos. Ver una película o una serie, escuchar música, descubrir nuevos artistas y nuevas canciones o simplemente tumbarse en la cama a pensar y reflexionar son un buen plan de viernes y de siempre».
Preguntas al azar II
Ricardo, ¿quién dirías que se reencarnó en ti? ¿O quién habita dentro de ti? «Me parece una pregunta muy divertida. Me recuerda a Hasta no verte Jesús mío, de Elena Poniatowska. Yo, que me alimento del nihilismo, el existencialismo galo y el ateísmo, me lo paso pipa con estas ocurrencias esotéricas. Eso sí, a veces me cruzo con los espejos y me parece ver un destello del bicho kafkiano. Y por si la pregunta va por ahí: me hubiera gustado ser un aprendiz cualquiera en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Como ahora, un anónimo con afición al ron y el culto al espíritu».
También a Ricardo, ¿en qué momento de la historia te hubiese gustado vivir? ¿Por qué? «No me preocupa tanto el cuándo como el dónde. Siento que mi forma de entender el mundo está transversalizada por el influjo griego, por la tradición latina y el pensamiento europeo. Y luego están todas las contradicciones: revolucionario y pacifista, misántropo y humanista, canario y universal. Todas estas identidades —y alguna que otra más— coexisten bien en la contemporaneidad. Aunque mentiría si dijera que no me hubiera fascinado bailar en el París de la Belle Époque, aplaudir a Clara Campoamor, charlar en los cafés de intelectuales vanguardistas de la década de los 30, redactar unas líneas en Cahiers du cinéma junto a Truffaut o escarbar en busca de playas durante las barricadas de mayo del 68».
Preguntas al azar III
Elena, después de leer los largos manuales de fisiología, ¿con qué lectura te entretienes a medianoche? «A medianoche me entretengo con casi cualquier novela, me gustan los clásicos, las novelas sentimentales y las filosóficas, las obras de teatro y la poesía: eso es todo lo que habita mi mesilla de noche. El periodismo influye en mi desarrollo como sanitaria en tanto que me proporciona una visión del mundo más plural. Los problemas de la carcasa, como tu los llamas, se ven influidos por todas las demás carcasas que habitan este planeta y las relaciones que entre ellas se establecen. Olvidarse de la humanidad y centrarse en las probetas es algo que mi faceta periodística me impedirá hacer. La humanidad está formada por células: las patologías de ellas nos atañen a todas y las injusticias sociales hacen sufrir a nuestra fisiología».
Alexis, ¿cuál fue el primer libro que te gustó y por qué? ¿Cuántos años tenías? «A los 5 o 6 años solía leer un librito infantil e ilustrado titulado El ratoncito Pérez, de Olga Lecaye. Antes de dormirme, entre largos bostezos, exigencias mudas de amor maternal, tumbado en la cama, abría mi librito (porque era y es mi librito) y releía aquellas páginas diminutas, horizontales, compuestas de una o dos frases. Me empeñaba en contemplar, con verdadero asombro y obstinación inocente de niño, los diferentes dibujos que poblaban esas aventuras del ratón Pérez. A día de hoy, las imágenes que discurren por mi imaginación conservan algo de esa tonalidad de cielo blanco y abandonado de invierno y de luces columpiándose en velas, que pronto se irán tras la noche».
Cuando piensa que nadie lo escucha, Mario Yanes le susurra a María Cayuela: «Tripticum es el amor de mi vida». Cumplimos dos años y se lo debemos a ustedes. Gracias, lectores. Gracias a todos los que forman parte del tríptico.