Cuando uno se dispone a ver una película, espera encontrar en ella algo: sentirse identificado con el romance de los protagonistas, rememorar un hecho histórico, trasladarse a otra galaxia o, simplemente, desconectar para pasar un rato distraído. Pero otras veces, las propias películas nos ponen frente al espejo y retratan lo más crudo que sucede en nuestra sociedad, en nuestras vidas. Eso es lo que hace Ken Loach en Sorry We Missed You (2019)

Loach, tras Yo, Daniel Blake (2016), vuelve con otra frontal crítica al neoliberalismo que estructura, cada vez más, nuestras sociedades. En Sorry We Missed You retrata una pareja inglesa con dos hijos al límite de la pobreza a pesar de trabajar más de 12 horas diarias, tanto el padre como la madre.

No es lo mismo trabajar «con» que trabajar «para»

La historia, guionizada por Paul Laverty (habitual compañero de Loach), bien podría haberse inspirado en cualquier otra localización. La uberización progresiva de la economía ya es una realidad en nuestros países, tal y como nos lo graba el director inglés. Eso sí, la crítica no es satírica o irónica; el filme es duro y realista, pues muestra el día a día de numerosos trabajadores y familias.

Ricky, el padre, no tiene trabajo, mientras que su mujer, Abbie, que es cuidadora de ancianos y personas con dependencia, está todo el día fuera en las diversas casas de sus pacientes. Pero tiene una oportunidad: puede convertirse en repartidor de paquetes de servicios por internet. Es más, puede ser, él mismo, un empresario. Así se inicia la cinta; Ricky frente al reclutador de repartidores, que le deja todos y cada uno de los puntos bien claros: Ricky no trabajará para la empresa de reparto, trabajará con la misma. No le darán una furgoneta, o se compra una por su cuenta o alquila una a quien se supone que le empleará. Si algún día tiene que ausentarse por motivos personales, o se busca un conductor sustituto o perderá su sueldo de ese día, además de ser sancionado. La mejor expresión de un modelo que ya es presente.

El caso de su mujer es similar: Abbie recorre, durante todo el día, numerosos hogares de personas que requieren de su atención (muchas de ellas, más tiempo de lo que la contratan). De forma acuciante, atraviesa, en transporte público, la ciudad. Antes tenía un coche, pero tuvieron que venderlo para que Ricky pudiese comprar la furgoneta para repartir los paquetes. Era una oportunidad para poder por fin mejorar su calidad de vida.

El dilema: dinero o familia

Si ya de por sí es difícil conciliar y tener una vida personal fuera de los trabajos entre ellos, poder compartir momentos y ayudar a sus hijos que están en el instituto es prácticamente imposible. Padres e hijos apenas coinciden bajo el mismo techo, pues cuando los mayores llegan, los más pequeños ya están durmiendo.

Y ahí es cuando llega uno de los momentos con más tensión de la película: el hijo mayor, Seb, está dejando de ir a clase, de realizar las tareas, y además, también se mete en líos. La desesperación que se palpa en sus padres, incapaces de encontrar soluciones por no poder estar con él y ayudarlo. El dinero o la familia, las dos no pueden ser. El dilema que rompe y fractura familias y proyectos de ellas. La precariedad que no cesa, como bien relató Noemí López Trujillo en El vientre vacío.

La máquina lo es todo, los datos lo son más

Pero también hay un elemento central que puede pasar desapercibido a simple vista: la pequeña máquina que lleva siempre Ricky encima, donde está toda la información de su ruta, de los paquetes, de los destinatarios… Un mensaje que deja muy claro su jefe desde el principio: «Esto [la máquina] lo es todo».

Y es que la uberización de la economía también trae consigo una vertiginosa implantación de la tecnología en todos y cada uno de los ámbitos de nuestra vida. Con un aura de «tecno-optimismo», como refleja el pensador bielorruso Evgeny Morozov, se presenta con la solución para todos nuestros problemas.

Pero la realidad es que esclaviza, los datos se vuelven el centro: quién es capaz de entregar el mayor número de paquetes en el menor tiempo posible, quién hace la ruta más larga de la forma más eficaz y un largo etcétera. La dictadura de los datos, a lo Brittany Kaiser, que encarna la sumisión perfecta: mi jefe soy yo y quien me oprime también soy yo mismo. Puro corpus del neoliberalismo. Misma explotación, pero más agradable para la psique.

El componente político del cine

Decíamos que cuando vemos una película tenemos muchas razones para hacerlo, como la evasión y las ganas de pasar un buen rato. Pero el cine también va más allá de eso, que no deja de tener un componente político. Ken Loach nos pone entre la espada y la pared, mientras nos tira un cubo de agua fría.

Un buen sopapo de realidad, que tiene muy presente la esencia crítica del arte, convertido en un espejo que, como mínimo, nos hace repensar acciones de nuestro día a día quiénes no estamos en el terreno del repartidor. Acciones que teníamos interiorizadas sin saber muy bien por qué. Sorry We Missed You aterriza la compra (a veces desenfrenada) online que, si bien no se señala explícitamente en el filme, tiene un gran nombre propio: Amazon. Loach no deja a nadie indiferente.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *