Siempre suelo ponerme más nostálgico por estas fechas. Quizás porque cada año la vuelta a la rutina es más pronto, o porque el periodo estival cada vez es menor. Hasta ese punto en que no siempre el verano se corresponde con las vacaciones, pero sí las vacaciones con parte del verano.
En otras ocasiones he hablado de la falta de tiempo, de la necesidad de poder ir a otro ritmo y de bajar la lista de pendientes (se ha convertido en un tópico, ¿pero es así o no lo es?) y, por fin, parece que llegan esos momentos.
Todos tenemos un ‘puerto escondido’ al que volver
Desempolvé la literatura que me esperaba en mi lector de libros electrónicos y seguí las recomendaciones pendientes. Decidí retomar de nuevo la novela negra, que tanto me cautivó con la saga de El Baztán de Dolores Redondo, y de Navarra pasé a Cantabria. María Oruña, con Puerto Escondido, sigue la pista a Valentina Redondo, teniente de la Guardia Civil, en diversos casos que se suceden por la costa norte de la península.
He de admitir que me costó «hincarles el diente», que su primera entrega se me atascó con la mezcla de sus historias y saltos temporales. Pero que una vez pasas al segundo, solo puedes devorarlos entre arena, sofá y cama. Y cuando llegas al final, te vuelve esa sensación de vacío, de decir: ¿y ahora qué?
¿Ahora qué?
El «ahora qué» tomó forma de ganas de visitar Cantabria (algo de lo que ya me habían prevenido cuando me los recomendaron) y redescubrir el paisaje verde, tranquilo y fresco que, en muchas ocasiones, queda fuera del foco del turismo, y que Oruña ha reflejado en sus libros de forma apasionada, al igual que lo hizo Redondo con el Valle del Baztán en Navarra.
En una de esas conversaciones estivales, nos dimos cuenta de la enorme capacidad que tienen estas novelas ambientadas en nuestro país por atraernos hacia sus lugares. Quizás porque estamos poco acostumbrados a libros que concurran aquí, en España, sobre todo en zonas alejadas de los de siempre (Madrid, Barcelona), y nos descubren sitios que se suman a la lista de destinos pendientes.
‘V’, ‘T’, ‘M’
Recuerdo que la primera vez que estuve de vacaciones en Murcia, hace ya tres veranos (porque ‘verano’ y ‘vacaciones’ también llevan la M de la región desde hace algunos años), al marcharme me preguntaron sobre la impresión que me había causado esos lares mediterráneos. Fui honesto: me sorprendió, porque en el fondo, estamos muy poco acostumbrados a conocer todo aquello que se mueve fuera de la órbita de las grandes urbes (al igual que pasa con los libros). Me había gustado y había disfrutado mucho (lo sigo haciendo) de norte a sur, de Bullas a Calabardina, de Caravaca a San Pedro del Pinatar. Pero del viaje no me esperaba «nada» en particular, por la sencilla razón que, al igual que les sucederá a muchos, de ciertas regiones de nuestro país no tenemos idea.
Las diversas lecturas y mis vacaciones en Murcia me abrieron un gran filón: nuestros grandes destinos de ensueño suelen ser lejanos e idílicos. Y mientras señalamos la luna con el dedo, nos perdemos los lugares que, cerca y rodeados de nuestros compatriotas, nos tienen mucho que enseñar. Cantabria me queda como uno de los sitios a los que escapar en cuanto haya ocasión (quizás serán vacaciones, pero no verano), que visitar Navarra tras la lectura de la trilogía de El Baztán supuso unos de mis mejores días de paz.
Ahora, que perdemos tanto las vacaciones como el verano, solo me queda apurar los viajes a través de la lectura (quizás Vitoria-Gasteiz, por las novelas de Eva García Sáenz de Urturi) y otros a través de la pantalla. Tenerife y Murcia, como siempre, han sido casa y familia desde donde disfrutar de lo nuestro. Sigamos volando mientras podamos.