La pregunta del millón. Del millón de años que quedan para hacer todas las revoluciones pertinentes que le den respuesta, concretamente. Del millón de horas de tertulias en facultades estériles sobre la relación médica-paciente que nunca van a la raíz, sino que se conforman en educar sanitarias que responden a los dolores como si fueran inteligencias artificiales. Kapuściński dijo algo como que ni los cínicos ni las malas personas podían ser buenos periodistas: creo que con el personal sanitario en general, y con las médicas en particular, pasa lo mismo. Si se quieren buenos médicos, deberían educarse y construirse buenas personas. Pero y esto, ¿cómo lo hacemos?
Buenas personas, buenas médicas y buenas estudiantes
Tal y como está planteado el sistema educativo, hay días en los que madrugar cuesta especialmente: poner la alarma a las 6 para que un puñado de médicos te ignoren en las prácticas de hospital o para que te lean un powerpoint que no actualizan desde los 90, pues no suena muy alentador. Desde luego tampoco parece educativo ni constituyente de ese ágora de debate, reflexión y pensamiento crítico que, en teoría, deberían ser las aulas. No puede ser que las facultades sean espacios donde acumular páginas y páginas pendientes de memorizar. Me cuesta acostumbrarme a someter mis conocimientos a evaluación con preguntas tipo test. A y B son correctas: el sistema educativo no educa.
Ser una buena persona es una cuestión compleja. Querer serlo, lo es todavía más. Humildad, resiliencia y decisión: creo que son algunos de los ingredientes de la receta. Por el camino de nuestra educación como sanitarias aparecen un sinfín de preguntas sin respuesta entre las que nadamos. A algunas la ficción nos acompaña y alumbra el sendero. En el frenesí diario, y sobretodo en las proximidades a los periodos de exámenes, muchas buscamos historias sencillas con personajes alentadoras. En una de esas tesituras me crucé con New Amsterdam (2018). Una serie de médicos y médicas que tiene la particularidad de desarrollarse en un hospital público en Estados Unidos. Personajes fuertes y entrañables que traen a la palestra de lo mainstream debates y cuestiones que inundan las cabezas de muchas.
New Amsterdam: la ficción que acompaña y desvela vulnerabilidades
Voy avanzando en la trama y cogiendo recortes de quienes me inspiran a la clase de médica que me gustaría ser mañana. La cercanía de Helen Sharpe, la solidaridad de Max Goodwin, la agilidad de Lauren Bloom y la humanidad de Iggy Froome. Cada uno encarna cualidades que quiero hacer mías. Pienso mucho en cómo haré en mi futura profesión para plantarle cara a la enfermedad y acompañar a quienes me compartan su dolor. La medicina es un área que siempre se ha presentado ante mi con una complejidad aterradora: además de las innegables dificultades de la fisiopatología humana, lo más difícil parece tratar con personas que sufren sin perder de vista la empatía. A ser humanas no nos enseñan en clase.
Mis amigas y yo nos planteamos muchas veces como hacer que los pacientes se sientan escuchados. Hace unos días una de ellas afirmaba con serena rotundidad que es muy sencillo: escuchándole de verdad. A veces pareciera que estos debates de sobremesa universitaria llegasen tarde: en un mundo que desde el momento en el que nacemos nos está educando para la individualidad, la competitividad y el egoísmo, plantearse la profesionalidad en términos de humildad y solidaridad parece muy lejano. De la misma manera, parecería absurdo exigir a cualquier profesional que, tras 24 horas trabajando, te atienda con rigor y tenga las herramientas intelectuales y emocionales para acompañarte.
Los médicos del New Amsterdam se muestran como personas vulnerables que, más allá de los clásicos y banales salseos de las series de médicos, tienen miedos, enfermedades y tristezas que les atraviesan. Un buen punto de partida, para poder empatizar con quien ve a la enfermedad y a la muerte rondarle, es asumir que enfermar es inherente al existir humano, y eso también interpela a las médicas y demás personal sanitario. Las mejoras y las reflexiones entorno a la tan hablada relación médica-paciente deben ir de la mano del avance y la transformación social. La medicina forma parte de ese todo que debe revolucionarse.
La receta: movilizarse por la transformación social
Propongo tres frentes por los que afrontar la batalla de ser mejores médicas: tomar conciencia política del entorno en el que se desarrolla nuestra existencia y la de los demás, exigir condiciones de trabajo y vida dignas para los profesionales y trabajadores de todos los sectores y, por último, dar valor a las artes y a la ficción porque, muchas veces, es ahí —o aquí— dónde podemos encontrar las respuestas a los temores inevitables de ser humanas. Las guardias de 24 horas deben extinguirse urgentemente, así como los estudiantes de medicina desmovilizados y despolitizados.
No sé cómo hacer para ser mejores médicas o para educar a las nuevas generaciones en este sentido. Solo sé que con la educación absorbida por la competitividad y la extirpación del pensamiento crítico, con la sanidad pública vendida al capitalismo más salvaje que precariza a sus trabajadores: desde que luego que así es muy difícil ser buenas médicas y buenas personas. Ojalá pronto las aulas de medicina estén plagadas de debates sociales y los hospitales, que ahora abanderan el conservadurismo, comiencen a ser espacios seguros donde la transformación social sea una realidad diaria. Creo que quiero ser Max Goodwin.
Nunca pude elegir entre ciencias y letras: por eso hice las dos. Hubo un tiempo en el que creí cambiar Periodismo por Medicina. Ahora creo que sin las palabras no se cura. Me gusta caminar, leer en la calle y hablar de política. Danzad, danzad o estaréis perdidos.