No soporto a esas marujas repipis de la peluquería. Vaya coro de ratoncitos castrados, agilipollados, patos mareados olisqueando el ¡Hola! o el Diez Minutos, la madre que las parió… Que esta jauría pusilánime arranque mis orejillas, por favor Dios Todopoderoso, y las mordisqueen a paletadas, como ricas lonchas de queso curado. Vivir en un silencio muy monacal, muy a lo místico, muy flotante, como la Ingrid Bergman toda santa en la peli del italiano o como la Meryl Streep en Memorias de África o como el cura rural hecho polvo de Bresson o como el peludo descarrilado de El gran Lebowski…
Silencio absoluto, Amén, con tal de no volver a oír aquellas estúpidas especulaciones sobre la psicología arquetípica del señor Kiko Hernández, La isla de las tentaciones o las batallitas de la Melyssa y el Tom. La pesada cruz que hay que soportar en esta vida, Jesús. ¿Pero qué digo?, ¿qué dices, Delia? Si yo soy atea. Jodida chiflada. Si yo destruí el crucifijo de Cande la beata por aburrimiento, si yo grité Dios ha muerto en la misa del sobrino aquel, si yo me insinué, mostrándole mis sexys enaguas del Zara, al cura Iván de la parroquia de La Concepción. Y bien que lamió mis tetas como si no hubiera un mañana el muy perro hijo del Señor. ¡Ay, si los feligreses escuchasen el baboso sermón que tarareabas por lo bajini sobre mis tetas! Estás salidísima eh, como la madurita libidinosa de El graduado. Hola, soy Delia y soy cinéfila.
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En fin… Diosito mío, una no está para trastear con simbolitos. Ni para suplicarle al cielo la paz universal, ni para lastimar la muerte de un loqueta que murió hace tropecientos mil millones de años, ni para ser un alma virginal las 24 horas del día, ni para vivir con el careto del castigo y la pena eterna, ni para esperar tu prometedora salvación… Lo que faltaba por oír: castigo eterno y salvación en pleno siglo XXI de la biogenética, Steve Jobs y El Corte Inglés. Idiotas y desgraciados los que se creen condenados, de lenta procesión hacia el Hotel Edén…
Qué mal debe sentar ese empache de alegorías y cancioncillas religiosas a la flora intestinal. Los chiquillos se vuelven muy melindrosos y muy caprichosos después de la sagrada comunión, lo he apreciado con mis lentes. Los chiquillos son capaces de fingir la devoción cristiana con la picardía de recibir sobres con dinerito y videojuegos para la Play. Y después, los muy astutos, simulan una alergia mortal a las verduras para que los papis solo les cocinen chuletas de cerdo con papas fritas o albóndigas en salsa con arroz. Qué pícaros son los chiquillos, adictos a los nuggets del McDonald’s, y qué subnormales son los adultos. Adultos del mundo: merecéis la mutilación de un pie…
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Yo lo tengo claro, yo siempre seré una chiquilla ruin. Una golfa, algo cínica, dispuesta a vacilarme día sí y día también de los y las y les solemnes. A veces creo que mi destino dado por las inescrutables energías entrópicas y El Corte Inglés es burlarme de los cúmulos de sueños, creencias, hábitos, éxitos, orgullos y entretenimientos de la flipada humanidad. Hacerles ver que valen lo mismo que las manadas de hormigas que trepan las paredes de sus sucias habitaciones, igual que los ancestros analfabetos que habitaron las cuevas de Altamira o igual que los viscosos gusanos que perforan y saborean el banquete de carne humana paliducha.
Quiero morir y que arrojen mi cuerpo desnudo a un descampado cualquiera y ser devorada por aves de rapiña, gusanos y moscas. Alcanzar la codiciada armonía universal, la unión divina y cósmica cantada por los profetas barbudos de antaño, a través de salvajes picotazos, mordiscos, magulladuras y carne roja, abierta al aire tibio de una tarde insignificante de luto. Que las moscas vivan de mí y prosigan su vida absurda, ciega y ruidosa. Hermanas mías, enjambres de moscas de mi corazón, patria de bichos ciegos, fundámonos en un abrazo inmortal de arañas, ranas, mariposas, cucarachas, polillas, mosquitos, saltamontes, ciempiés. Mirémonos a los ojos y reconozcamos nuestra misma ignorancia, podredumbre, y temblor ante los enigmáticos vaivenes de la vida. Mi verdadera patria son los graciosos estampidos de las moscas contra una ventana que da al mar. El sentido de esta vida: asombrarse, procrearse, aburrirse y morirse. Una orgía decadente, un beso que termina cansando, una carta de amor que nos hace llorar. ¿Pero qué hago?, ¿qué haces, Delia? Si esto es pura filosofía, pura borrachera de profeta, megalomanía crónica. Frivolízate, Delia, por favor. Contén la musa. Banalízate, sé una cincuentona normal, sé como Milagros. Sé un poco racional, escéptica, ¿no? Modérate. No dejes corretear a la inspiración como una loca en paños menores, hija mía…
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Ahora siento que me da el bajón, la insobornable morriña de la siesta de las cuatro. Voy a caer tiesa, planchada en la cama deshecha, el cuarto tirado, los platos sin fregar… Ay, Lombrices Mías, ¿qué será de este extraño universo sin una burlona profesional como yo, sin un gesto de ironía, sin el rostro de Jesús, Buda o Confucio untado en diarrea, purpurina y pintalabios, sin parodiarnos un rato antes de dormir, sin mi carcajada siempre a la espalda?, ¿podrá soportar la humanidad el sufrimiento sin mi presencia? No sé, puede que la humanidad lo soporte todo. Incluso, en los minutos previos a su extinción la imagino bailando boleros de Antonio Machín sin atisbo de preocupación o echándose partiditas de ajedrez o del Fortnite o fumándose un cigarrillo mientras observan los penosos avances, las grúas de aquí para allá, de una obra que aniquilará el meteorito V-456 en dos o tres minutos. La humanidad entera fulminada de un solo hachazo. Sin dejar restos de suciedad, huellas. Todos bien calladitos. Sin formar una fila india.
Y es que, yo no soy nadie para decirlo, pero somos unos juguetitos estropeados del azar que suplican a la vieja sordera del cielo el endiosamiento de la humanidad, la absoluta anulación del mal de la especie, la realización de todas las vanidades, la absoluta conversión en un grotesco ideal de cartón piedra con la sonrisita light de un Paulo Coelho o un Pedro Sánchez. Bichos míos, nacimos cojitos de una pata. Joder, vuelvo a fliparme con sentencias filosóficas, qué necesidad de dar por culo, de blasfemar y patalear como una chiquilla. Eso es la filosofía: las pataletas de un niñato con buen vocabulario. Y vuelve y vuelve con los aforismos, la jodida… ¡Manténgase tiesa Delia!… Joder qué mono de Pringles…
¿Qué me pasa hoy?, ¿qué te pasa hoy, Delia?… ¿Quieres revelar los secretos del universo o ir a El Corte Inglés?… Sí, sí, sí, nacer implica cojear, recibir infinitos palos y noes y andar a tientas entre las resignación y la rebeldía, la esperanza y la desilusión, El Corte Inglés o Ropas Telde… Y es así según mis humildes pareceres. ¿Cuántos habrán soñado, al igual que yo, con la glorificación de mi persona, con dejar un legado valioso a los descendientes, con llenarse de diplomas, premios, aplausos y cosas por el estilo? Esa enfermedad adolescente quedó atrás, en el cajón de casa papá. Pertenezco a esa mayoría de la humanidad, sin delirios de grandeza, excesivamente humilde y buena gente, que será olvido dos o tres días después de su muerte, al igual que las hormigas, los lagartos gigantes o las nubes que se deshacen ahora en el cielo…
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Hoy mi cabeza es un disparate, un triste tango al son de violentos espasmos de epilepsia, un hablar de violines desafinados, un desparramar palabras y palabras sinsentido, sin propósito, un auténtico dar por culo. Un jugar con la palabrejas como juegan los chiquillos del Sanabria al Angry birds lite: sin afán de trascendencias, ni didactismo, ni profesionalidad, sin la intención de ser útil a otros… Jugar por diversión, por placer, por hacer algo con el tiempo… ¿Cómo puedo soltar estas sinrazones por la boca?, ¿seguro que hay alguien, alguna energía inconsciente, que me obliga a soltar estas chorradas? Vamos a echar balones fuera, la culpa no es mía. Manifiéstese ser superior, fuerza entrópica, éter incognoscible, que me hace darle vueltas al coco como una puta loca. Toc toc, toc toc, ¿hay alguien ahí que me intenta convertir en una moralista, una analista de actualidad o algo así?
El Éter: Sí.
Delia: ¿Qué?… ¿Quién dijo: sí?
El Éter: Sí, sí…
Delia: Joder, joder, dos veces… ¿qué pasa? ¡Salga de aquí! Esta no es su casa, ¡pronúnciese!, ¡le invoco!, ¡dé señales, dé signos, dé presencias, dé presentimientos…!
El Éter: Delia.
Delia: Sí, sí, ¿qué pasa?, ¿quién eres?, ¿qué quieres?, ¿qué haces aquí?, ¿qué voz tan grave?, ¿Pavarotti?
El Éter: Delia.
Delia: Que me digas ya, coño…, cacho taladro.
El Éter: Delia…, eh perdona si titubeo… eh, cómo decirlo… eh, ¿a ver cómo lo digo?… Eh, eh… ¿Quieres ir esta noche a El Corte Inglés conmigo?… Eh, alas 11. Tú, yo, eh El Corte Inglés… No sé eh…
Delia: (Ay, suena como un Pavarotti tímido) ¡No entiendo nada! Ni siquiera le conozco, señorito. Es usted muy echado para adelante.
El Éter: Quizá… Bueno, soy El Éter eh… Eh soy impulsivo, salvaje, irracional, todo carnal…, eh incapaz de refrenarme. Una bestia indomable, dicen. ¿Entiendes?
Delia: Sí, sí…, comprendo. La bella y la bestia, ¿no? Como la peli.
El Éter: Así es. La bella y la bestia. Eh, ¿me concedes tu mano?, ¿eh paseamos, querida?
Delia: Dale.
El Éter: Eh…, qué mano tan lisa, querida, parece un smartphone… Venga, vamos un rato a eh El Corte Inglés.
Delia: Soy la bella. Soy la bella de la bestia.
El Éter: Y yo la bestia eh, la bestia de la bella eh eh… Vamos, venga, que nos da un corte de digestión…
(Delia y El Éter se miran a los ojos. Sus corazones laten con brío latino. Se besan apasionadamente. Se oyen fuegos artificiales en Santa Cruz de Tenerife. El cielo es un magnífico festival de colores. Suena el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven. Paulo Coelho aplaude desde su balcón repleto de geranios de la Calle Castillo. Steve Jobs llora desde una nube áurea del cielo y se enjuga sus lágrimas celestes con un iPod touch. Qué casualidad, erupciona El Teide. Delia y El Éter corren, dando saltitos cual imitadores de Pipi Calzaslargas, hacia El Corte Inglés. La vida, Diosito mío, es una fiesta).
Pero, ¿qué digo?, ¿qué hago aquí?, ¿qué cojones te pasa, Alexis?, ¿a qué viene este esperpento?
El Éter: Déjate de preguntas y vente pa El Corte Inglés, cagón. Si no te va a dar un corte de digestión eh… Acuérdate de todo lo que te digo. Muchos son los llamados, pocos los elegidos…
Yo: Mierda, me toca a mí. El éter me ha elegido de entre los mortales. Igual que a Delia.
El Éter: Eh no seas tímido. Te noto un poco tenso eh… Vente con Deli, anda… Esto es una revelación, amigo. Parece que no eres consciente de que estás hablando eh con el éter. Lo incognoscible, lo inefable, lo inaprehensible, lo invisible, amigo… ¡Lo invisible! El Tao, joder.
Yo: Pues…, ¡venga! No sé decir que no, soy demasiado humilde. En seguida tiro para allí, espérame. Termino de lavarme los pies con agua fría y voy.
A los cómicos que viajan a ninguna parte