El 2021 me ha dado fuerte. Un fuerte dolor de cabeza hace ahora tres noches. ¿Por qué, 2021, por qué, qué te he hecho yo para merecer esto? No, no me refiero a que esté confinada al estar en contacto con un positivo, válgame. El 2021 ha sido más cruel e imprevisible que cualesquiera que fueran las argucias de mi madre para nunca comprarme aquel telescopio que me permitiera vislumbrar la segunda estrella a la derecha, porque se ha llevado a Christopher Plummer. Sí, a Hal, el padre gay de Beginners (Mills, 2010). Lo demás poco me importa ya. Tenía algo preparado, pero esto es, sin duda, una excusa para hablar de la vejez, de la sencillez, de los buenos momentos que tuvieron lugar sobre la almohada y el sofá. Así que no lo desaprovecharemos.

Soy mayor y tremendamente sexy

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A sabiendas de las bromas que pueden suscitar ese ladillo hacia mi persona… La película de Mike Mills se enciende en una sala en penumbras, con olor a naftalina y roscas acumuladas entre los asientos. Estamos en el Monopol y Oliver, el protagonista, descubre que su padre después de 40 años de matrimonio con su recién fallecida madre es gay. Lo imagina de distintas maneras, con un jersey de punto lila, con algo de clase e ironía, con cierta chulería que no sabe de dónde ha sacado. Pronto, la imagen que retorna es la de un hombre mayor que se confiesa ante su hijo.

El modelo de abuelo sabio, erudito, que guiaba los pasos de toda la saga familiar, ha desaparecido de la faz de la tierra. En un tiempo de incertidumbre y bochorno ante la confesión (inadmisible) de que no sabemos qué (coño) hacer, las cabezas del rebaño se tiran por los despeñaderos antes de que su tribu los condene.

La dependencia, la soledad, esos hirsutos pelos que sobresalen del bigote, ese olor concentrado, revelan que un día mi madre llegará a esa tercera edad de la que las pensiones huyen. Mientras que la imagen deslumbrante de Jennifer López recorre las redes sociales a sus vibrantes cinco décadas, hay quien tiene se avergüenza de usar bastón, ¡pero no! Hal va a la discoteca a ligar, ¡y vuelve borracho, yo también soy Hal, todos somos Hal!

A veces, veo a las señoras que salen con su grupo de amigas, arregladas y altaneras, y puedo separarlas de sus tocados y adornos hasta convertirlas en la imagen que mi abuela me transmitía a las siete de la mañana recién despierta: la de un bebé recién vivido.

También las veo reírse, hacerse la manicura, y las puedo vislumbrar tomándose una cerveza con alcohol para menear la cintura de titanio. O murmullar y decir tropelías sobre el cura cuando va pasando el cepillo por el centro del pasillo de la iglesia. Nosotras, como abuelas, ¿a dónde iremos? ¿Preferiremos irnos de after o ya quedaremos con una botella de vino en Google Meet?

Y el amor se nos hizo grande y nos devoró

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Love is love, dicen. Puta mierda. No es que el amor por sí mismo no ejerza una excusa infranqueable, no, sino que más allá del propio sentimiento y sus deseos, sobreviene la dignidad humana. Los derechos humanos amparan que estés con quien te dé la gana. Y sufras, y vivas, y obstruyas tus poros al derramar lágrimas por x. Vuelvo a Hal, que está con ganas de vivir a pesar de su edad y no cede ni un solo minuto a pesar de que le cuelguen de las narices unos tubos llenos de oxígeno metanfetoso.

Descubre a Andy, que le regala fuegos artificiales. Descubre que con casi nada puede sembrar ilusión entre los catálogos de tíos macizos y de diseños de interiores que poblaban sus estanterías cuando vivía en un matrimonio heterosexual al que, en sueños rogaba, le diera paz. Ahora, prefiere los gusanos de jardín, y duerme la siesta tendido en el suelo, sobre una alfombra acolchada, encima del brazo de su amante, intentando contar las pulsaciones y riéndose quedamente del vigor de ese corazón que jamás querrá hacer suyo.

A Plummer lo conocemos por ser, la mayoría de las veces, un señor elegante, estirado y reflexivo, con un toque noir a lo Todo el dinero del mundo (Scott, 2017) que se dedicaba a desprender un ligero olor a One Million por los cuatro costados. ¡Fue Tólstoi, César, Fred! Y en el recuerdo de aquel capitán Von Trapp en Sonrisas y lágrimas, decidió interpretar a un hombre enfermo y enamorado.

¿A dónde vamos cuando se vacía el jarro de flores, Christopher Plummer?

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Las flores son el recuerdo. La mirada perdida, el olvido. Esa maquinilla de afeitar, un gesto. Y la atención, el amor contenido.

El canadiense dijo cuando recibió su único Óscar por este filme que había estado preparando el discurso de agradecimiento desde que estaba en el interior de su madre. ¿Recuerdas aquello, hace ya mil millones de años luz? Ese rincón tan oscuro y cálido, lleno de paredes húmedas que te daban de comer, entre los pliegues de carne en donde se escapa alguna voz diciendo tu nombre. Desde allí, desde aquel entonces, sabías que algún día alcanzarías por ver la luz que a ella también acompañó.

Una de las cosas que le dice Hal a su hijo es que teme que él espere a por un león y no se conforme con la tierna solicitud de una jirafa. Oliver esperaría, dice. Y Hal, que ya no tiene tiempo, espera que no le falte demasiado para encontrarse con esa alma gemela en la que, muy en el fondo, siempre ha creído.

Parece que piensa que como padres nadie nos enseña a saber qué debemos decir, o no, a nuestra progenie. Los vemos crecer como margaritas en primavera, luego los cogemos y los llevamos a un invernadero espacioso y ventilado para cuidarlos de los aguijones de las abejas y de las inclemencias del tiempo, y después, cuando el viento se ha llevado los aperos, los sostenes de hierro y las macetas y nosotros estamos titiritando sobre una silla que observa, esperamos a que las mansas lluvias los cuiden.

Esa fe ciega en que las enseñanzas que tuvimos encuentren su camino si toda la buenaventura corre a nuestro lado. Porque un hombre anciano ve más allá de sí mismo. Hasta de su propia muerte, hasta del ocaso de las laderas que brotan en febrero cuando nos quedamos a merced de la marea.

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Periodista. "Porque algún día seré todas las cosas que amo".


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