Desde que soy pequeña, la radio me atrapó. Mi padre ponía Radio Las Palmas al despertarnos y desayunar antes del instituto y del colegio. Crecí escuchando a Mara González conversar con los oyentes, recibía llamadas y felicitaba cumpleaños. Todas mis mañanas empezaban con su: «¡Buenos días, Tamaragua!» Crecí y estudié Periodismo: la radio siguió siendo objeto de mi amor. Es un espacio íntimo y romántico. Quienes se dedican a las ondas nos acompañan de una manera muy hermosa y, en cierta medida, nosotros a ellos también. Ahora pasan las noches de mi larguísima etapa universitaria enredada en mantas y voces que se sienten como un abrazo. Pareciera que mi generación está impregnada de nostalgia de unos tiempos analógicos: yo ya no quiero hacer un podcast, quiero llamar y participar en la lista de Bob Pop en el Hoy por Hoy de los lunes. Pero como siempre escucho el programa por la noche, aquí está mi lista de hoy:
Gilmore Girls (Sherman-Palladino, 2000)
Una serie de los 2000 que tiene todo lo que necesitamos las niñas de esa época: pantalones de talle bajo, faldas de cuadros, protagonistas mujeres y una relación madre-hija funcional. Rory y Lorelai Gilmore son dos personajes entrañables que parecen transitar la vida entre la rebeldía y una perfección no planificada. Son madre e hija y les encanta el cine. Se quieren, se escuchan, se acompañan: se equivocan y se piden perdón. La serie transcurre mientras ambas crecen y se enamoran: construyendo sus vidas en un pequeño pueblo de Connecticut. La historia de estas dos mujeres se ve atravesada por una conflictiva relación con los padres de Lorelai, abuelos de Rory, así como por la calidez en la que se desarrollan las amistades, profundas, con los demás habitantes del pueblo. Una reflexión sobre la idea de familia que traspasa la frontera de la sangre. Los episodios duran media hora y es una serie feliz, bonita, que te abraza. Todos necesitamos historias agradables de familias funcionales y mujeres que siguen adelante siempre.
Mean Girls (Fey, 2004)
Un icono, también, de los 2000. La protagonista es Lindsay Lohan —con eso debería bastar para que quedara absolutamente justificado porqué es mi zona de confort—. Adolescentes siendo adolescentes, hacen trastadas y se ponen ropas fabulosas. Son malas e incomprendidas. Todo lo que cualquier niña soñó cuando estaba en secundaria. Eso y taquillas que decorar con lentejuelas. Mean Girls es como un espejo: nosotras también tenemos nuestro Burn Book mental. La maldad habita en nuestros cuerpos, ahora machacados por la cercanía de los treinta, pero ojalá lo hiciera emulando la fabulosa interpretación de Rachel McAdams. Nos educaron para ser capaces de destruir a cualquiera con cotilleos baratos, casi siempre sin querer hacerlo, por ser la más gustada, la más validada, la más guapa, la reina. Si pudiera volver atrás, a cuando tenía quince años, haría dos cosas: compartir la corona entre todas las mujeres de mi clase y chillar a mis amigas que «¡On Wednesdays, we wear pink!».
Pride and Prejudice (Wright, 2005)
Honestamente, ojalá pudiera leerme este libro una vez a la semana. Pero como no puedo empaparme de las letras de Jane Austen en hora y media pues debo conformarme con ver la película numerosas ocasiones. Junto con Sister Act y Ghost creo que es el largometraje que más veces he visto en mi cuarto de siglo. La primera vez que leí esta historia tenía 18 años. Llegué a la última página y lo volví a empezar de nuevo. Gracias Jane Austen y Mr Darcy por arruinarme mi vida amorosa irremediablemente. Una historia de amor lenta mediada por un uso pomposo y profundo de las palabras. Personajes que encarnan virtudes y desgracias del orgullo y también del prejuicio. Una niña de casi treinta necesita ver cada pocos meses a Keira Knightley y a Matthew Macfadyen rozarse las manos en pantalla. Puedo sentir cómo aguantan la respiración. Atravesamos —o atravieso, nunca sé muy bien dónde está la línea entre lo personal y lo colectivo— una época de crisis de los valores tradicionales: ¿nos queremos casar? ¿O queremos destruir la institución del matrimonio por capitalista y patriarcal? Quiero vivir y sentir el amor en todas sus expresiones —solo sentir se parece a estar viva— pero alejada de toda opresión, violencia e imposición. Quiero ser libre, un poco como Elizabeth Bennet.
Las folías (de libertad)
Mi padre siempre ha tenido, y tiene, muy buen gusto musical. O al menos lo que yo considero un buen gusto musical. Me descubrió a Lola Flores, Queen, Sabina y, sobre todo, Taburiente y Los Sabandeños. Las noches que echaban Tenderete en TVE en mi casa había una cita ineludible. Y, sinceramente, yo lo odiaba. Quería invertir mis noches en ver Hannah Montana, Raven o High School Musical por enésima vez. Cuando era niña y adolescente no lo entendía, pero ver a mi padre emocionarse con las malagueñas sembró en mí la semilla de mi conciencia política. Hace poco descubrí una investigación de un reconocido historiador canario que habló sobre el folclore maldito: la música tradicional canaria cómo un reducto de rebeldía y de esa ancestral querencia de estar libre de cadenas. El sonido de las chácaras y del timple me devuelve a un lugar seguro y tranquilo de la infancia. Me devuelve a mis raíces, me recuerda que yo estoy aquí —en la vida— por aquellos que lucharon antes de que yo. Sé quién soy y de dónde vengo cuando escucho ese «al canario le partieron el pico con una azada». Después llegué a Taller Canario y La Maleta le dio sentido a esta angustia que duerme en mi estómago: «no quiero más maletas en la historia de la insular miseria». Qué bueno y qué lindo escuchar las voces de otros que sintieron, y sienten, lo que yo, lo que nosotros.
El Faro, de Mara Torres en Cadena Ser
Hay días en que me atrevería a decir que las entrevistas son ese género que hace mágica la profesión de periodista. Luego recuerdo el trabajo, impagable, que hacen los periodistas de investigación destapando abusos y corrupciones político-empresariales; pero ese es otro tema. Todo el mundo quiere, y merece, contar su historia. Hablar de su vida, narrar cómo ha sido llegar hasta aquí. Aprendemos de las historias ajenas, de su fortaleza y de su debilidad, de cómo se sobreponen y surfean las adversidades. Es acogedor el espacio que de madrugada genera Mara Torres. Nos evoca el mar, a sus invitados y a quienes la escuchamos, nos traslada hasta él y nos emociona. Luego nos arrullan las historias vitales de sus entrevistados, sus emociones, sus más, sus menos, sus momentos felices y sus personas anheladas con las que querrían visitar un faro. La intensidad precisa que necesito en mis noches insomnes y estudiantiles. Gracias por la voz y la cercanía.
Bienvenidos al Show de Amaia (2022)
En mayo del 2022, atravesé una época convulsa de mi vida y Amaia publicó su disco Cuando no sé quien soy. Pareció caído del cielo. De pronto puso palabras y ritmo a un sentir que no sabía soltar, verbalizar, navegar. Me sentí acompañada profundamente. Todo el disco es un paseo por las incoherencias y dudas de alguien que se está haciendo adulta sin saber muy bien cómo ni por qué ni cuándo. Todo son preguntas, dudas, tristezas y momentos de euforia inexplicable cuando pasas de los veinticinco. Sigo transitando esta existencia rara, en una época histórica más rara aún, pero a esa sensación de extrañeza le acompaña ahora la canción Bienvenidos al Show. Soy solo una niña grande intentando sobrevivir. Desde luego que quiero ser yo, pero ¿cómo puedo ser algo que no sé qué es?
«Tengo ganas de contaros que estoy triste y a la vez de subidón,
bienvenidos al show,
de una vida en borrador,
de mis noches de bajón,
puede que haya descontrol,
bienvenidos al show,
Luces cámara y acción,
habrá fiestas y habrá amor,
puede que alguna obsesión,
bienvenidos al show».
Qué calma saber que todo esto, que llamamos vivir, es una actuación improvisada en la que nadie sabe muy bien qué está haciendo. Esta es la mía. Bienvenidos.
Nunca pude elegir entre ciencias y letras: por eso hice las dos. Hubo un tiempo en el que creí cambiar Periodismo por Medicina. Ahora creo que sin las palabras no se cura. Me gusta caminar, leer en la calle y hablar de política. Danzad, danzad o estaréis perdidos.