El sábado me bebí un agua con gas con Lucía cerquita de la Catedral de Santa Ana. Nos abrazamos mucho, nos contamos la vida y volvimos a casa caminando. Qué tarde tan bonita aquella, era septiembre y aún así había chiringuitos de fiesta en San Telmo. Me compré un cono de papas locas y empezamos el paseo de vuelta. Cuesta creer que a veces podamos reencontrarnos con nosotras mismas en el mismo asfalto de siempre. Esta no fue una de esas veces. Como pesa este 2021: una desgracia tras otra, la vida amenazada. Una pandemia, incendios, agresiones LGTBfóbicas, miles de muertes en la ruta migratoria canaria y ahora, por si era poco, un volcán tremendo en La Palma. Solo queremos vivir. ¿Por qué no evitamos el sufrimiento evitable?

Hablamos del verano, de las olas, de los libros que visitamos y de las manos que nos arroparon. Yo la miraba a los ojos, a esos ojos que tanto amo y que tantas veces me han traído la vida de vuelta al esternón, y le decía: este verano me he concentrado en sobrevivir. La urgencia de lo vital se interpuso, se me plantó en las narices, incontestable e inexorable. Se impuso por encima incluso de las pasiones, de leer, del cine, del periodismo: solo la música, la fotografía y las caricias atravesaron sus grietas. Enfermó mi mente y con ella mi cuerpo. Me enredé entre dolores del alma, de la mente, del cuerpo y ansias de vivir, crecer, experimentar. Me hice un nudito toda yo. Aquella noche caminando por la capital canariona, le conté a Lucía que este verano no vi ni leí nada: la ansiedad solo me dejó escuchar música. La enfermedad eclipsó al arte. Por suerte, fue parcial. Esta es la banda sonora que resistió conmigo y yo con ella:

Cambiar el mundo – Bejo

Lucía y yo pasamos a la altura de viejas y nuevas discotecas. Ella me contaba que quiere aprender a ser disfrutona, gozona. Yo creo que realmente lo está consiguiendo. Hablábamos, reíamos, cantábamos y nos abrazábamos. A lo lejos vislumbramos una figura que podría haber dibujado con los ojos cerrados: los amores y desamores del pasado que siempre vuelven, que nos asaltan en las noches de verano. Lucía me miró, ojiplática, y yo la miré con fuerza: seguimos hablando y le di la espalda a un pasado idealizado que, aun vestido de amor, no lo es ni lo fue en absoluto. Ni nos inmutamos y seguimos caminando, bregando, alegando. Ella me decía«a veces solo queremos pasárnoslo bien y bailar escuchando Perra, me da igual que sea superficial o no». Canté todo el mes de julio con Bejo: «Tengo que saber estar y no sé dónde estoy ya/ Un vencejo, suéltalo y volverá/ Es la vida, viene y va, todo llega, un día se irá»

Brothers in arms – Dire Straits

Cuando íbamos ya llegando a Mesa y López, nos desviamos al parque Santa Catalina y el muelle de la Luz. Nos sentamos por ahí, en una costa cementada y con resto de combustible de los barcos. Lucía me habló de sus padres y de su hermano: todos bien. Yo le hablé de mi familia, y de cómo estamos agarrándonos muy fuertes de las muñecas para que el tránsito del tiempo no logre separarnos. Los padres están siempre presentes en lo que nos duele y en lo que nos sana. Sus dolores, los nuestros, y sus risas, las nuestras. Mis padres iban a un lúgubre tugurio lagunero a ver el recién estrenado videoclip de esta canción: el mismo bar, casi 30 años más tarde, me acogía a mí y también a Lucía, ahora sin teles de culo.

«But it’s written in the starlight/ And every line in your palm/ We’re fools to make war on/ Our brothers in arms»

¿Qué se siente que me gustes tanto? – Daniel, me estás matando

Cuando nos íbamos ya para casa, Jorge nos llamó: la tercera pata que sostiene esta mesa. Nos quisimos mucho esa noche, brindamos y comimos papas arrugadas. Mi mente me traicionó durante unos minutos: salió de la conversación y pensó que igual estaba comiendo demasiado, o demasiado poco, que igual estaba enferma, que igual debería irme a hacer la maleta, que no me quería ir a hacer la maleta. Me aislé de la conversación batallando con espadachines propios. Este verano, en el que me desconecté de mi misma, el sentir de un bolero me reconectó con algo que dormía muy dentro de mí: el amor. Re-aterrizo a la conversación con Jorge y Lucía:«me va muy bien, cada día nos queremos más y mejor y con más calma. ¿Y ustedes qué tal?». Los amores, todos, son como una sopa calentita para el alma: todo lo cura. Yo a Jorge y a Lucía los quiero como a cada una de mis manos: sin ellos y su amor, no escribo ni construyo. ¿Qué se siente que los ame tanto?

P.D.: En estos días, cumplimos ya más de una semana en el que las personas de La Palma vivimos con el corazón encogido por la erupción volcánica en la zona de Cumbre Vieja, al suroeste de la isla. Esto no es un espectáculo y la vida en La Palma, mientras resiste esto, no merece ser exotizada ni convertida en atracción turística. En La Palma se está viviendo una tragedia a todos los niveles, no lo olvidemos.

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Nunca pude elegir entre ciencias y letras: por eso hice las dos. Hubo un tiempo en el que creí cambiar Periodismo por Medicina. Ahora creo que sin las palabras no se cura. Me gusta caminar, leer en la calle y hablar de política. Danzad, danzad o estaréis perdidos.


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