«La evolución del arte, en estos tiempos, puede ser comparada con lo que sucede si sobre un círculo se colocan otros más y más pequeños hasta que se consiga formar un cono, cuya cima ya no es un círculo. Esto es lo que ha sucedido con el arte contemporáneo». León Tolstói definió con estas descriptivas palabras lo que era, e iba a ser, la situación y forma del mundo del arte en el año 1898 con su obra ¿Qué es el arte? (Tolstói, 1898). A pesar de que el novelista ruso pudiese acertar en su definitoria metáfora, el arte no había sino comenzado una serie de metamorfosis que le han llevado hasta la monstruosa forma con la que se presenta hoy en día.

Por ello, en forma de prólogo, estas líneas llevan a cuestas la difícil tarea de sobrevolar el porqué del perfil general del arte actual para que, posteriormente, el lector se atreva a indagar por sí solo en el laberinto que vamos a mencionar. 

De forma cronológica

Coetáneos a la obra citada anteriormente, y receptores de las críticas de este, el impresionismo y autores como Wagner establecían su éxito y repercusión en la escena artística de la época. Sin embargo, fue con la entrada del nuevo siglo, el momento en el que ese cono empezó a perfilar su punta e ir cerrando los círculos previos. El conjunto de movimientos revolucionarios que emergieron, conocidos como vanguardias, explotaron con su fuerte base teórica las nociones académicas y tradicionales del arte.

Como analiza Ortega en La deshumanización del arte (Ortega y Gasset, 1925), este conjunto de arrebatos y expresiones llevaron a que el artista comenzase a ir en contra de la realidad y no hacia ella. De esta difícil fuga nace un arte nuevo que triunfa representando esa huida de lo humano o, en otras palabras, una latente deshumanización que hace de la expresión un medio para escapar de las limitaciones que daba el ser y una expansión hacia zonas vacías y desconocidas.

Esta nueva arte no era más que una fiel expresión del inconsciente colectivo que se daba en una generación de jóvenes que no cabían en los cánones de expresión que habían empezado a ser quebrados por el impresionismo. La huida de la representación de la realidad y de los sentimientos provocados por esta era, paradójicamente, el propio sentimiento que nacía de los vanguardistas asqueados por lo que significaba lo humano hasta ese momento. Por así decirlo, el artista decidió cortarse con la punta del cono en vez de seguir construyéndolo.

Consecuencia

Toda esta ruptura no hizo más que reventar lo que pudo haber sido establecido hasta la fecha y la onda expansiva abrió todas las puertas y ventanas de las posibilidades artísticas. Sin embargo, junto con ese espíritu libertario y de rebelión, el capitalismo empezaba a desarrollar la nueva sociedad de masas y este iba a ser otro aliciente social para determinar el futuro del arte.

La deshumanización y la justificación teórica de las vanguardias, que en muchos casos llegó a ser antiartística, dejó el vacío perfecto para que se infiltrasen nuevos perfiles capitalistas con un apropiado discurso sobre qué podía llegar a ser el arte. Tras abandonar la rigidez, lo deshumanizado fue excusa en muchos casos de lo que necesitaba la sociedad de masas para empezar a transformar lo artístico en un activo más que en una expresión a valorar de una forma monetaria o no.

El caso de Dalí

Por ejemplo, Dalí se convierte en uno de los primeros empresarios de éxito del arte en el capitalismo moderno. De una forma estratégica y minuciosamente preparada, el personaje escondido bajo el marketing del bigote, junto y gracias a la napoleónica campaña de su mujer Gala, transformó el mercado a través de las estratagemas sobre una obra que llamaba la atención y destacaba por su dibujo y temática. Para hacernos una idea de lo que se había creado en torno a su persona, una de las grabaciones que se le hizo muestra cómo durante el surrealismo y onirismo que interpretaba el pintor, un espejo se rompe por accidente.

Dalí, al contrario de lo pudiesen estar diciendo los responsables de la escena, desplegó su visión de negocios y recondujo el vídeo para sacarle partido a ese accidente y no detener la grabación como podía ser normal ante el percance y lo que estaba intentando representar. Cambia la actuación del pintor loco por una determinante dirección para beneficiarse y lucrarse de su propio personaje. Y como esta anécdota, otras muchas que empiezan a vislumbrar una empresa más que un artista bajo la figura de Dalí.

Mercantilismo

Entonces, este nuevo horizonte que dejaron las vanguardias permitió que muchos empezasen a hacerse los locos en vez de tener una forma diferente de ver el mundo por la que se lo llamasen de verdad. Se comenzó por tanto a avistar unas posibilidades lucrativas mucho más agresivas de las que había podido haber hasta entonces. Está claro que, a lo largo de la historia, el arte ha sido un objeto de valor e inevitablemente de elitismo. Siempre, de forma indirecta o más perfilada, el artista en muchas ocasiones se ha ganado la vida gracias a sus creaciones, y por tanto, ha habido monetización del arte.

Por ejemplo, los mecenas o los encargos que hicieron rico a Rubens, son claros casos de cómo el mundo del arte ha estado ligado al mercado. Sin embargo, quedarse en esta generalización, la que nos dice que siempre se ha capitalizado el arte, es pecar de inocentes sobre cómo ha evolucionado este ámbito.

Aunque Dalí fuese una especie de comienzo hacia cómo lucrarse de lo hecho, no fue hasta la diferenciación con el expresionismo abstracto cuando en el siglo pasado se pronunció el mercantilismo moderno del arte. Algunos artistas empezaron a reafirmar la importancia del mundo real y entrar de lleno en él, o en otras palabras, a jugar dentro de la sociedad fruto de la rebelión de las masas. Este mundo real era la opulencia estadounidense de los años 50 donde la transformación de lo consumista en obra, uniformizó, masificó y publicitó el arte al gran público como glorificación de lo banal.

Herederos del mercado del arte

Con Warhol, lo artístico se convirtió definitivamente en un producto para el vulgo en vez de representar de forma sincera la expresión de la personalidad creadora del artista. Y con esta transformación, la evolución del negocio de Dalí o especulación, llegó de forma expansiva a todo crecimiento posible. De algún modo, la deshumanización había quitado de en medio al humano para entrar a muchas nuevas irrealidades pero también para meter, sin quererlo, al capitalismo moderno en el arte décadas después.

Siguiendo la famosísima expresión de «hacer dinero es arte, trabajar es arte y un buen negocio es el mejor arte», Warhol relegó la expresión artística ante la fuerza del poderoso caballero don Dinero. Todo el que quiso utilizar este modelo y usar el arte como negocio siguió el patrón de producir en serie y transformaron lo intangible en activo. Se llegó por tanto al punto álgido del problema de reproductibilidad técnica criticado por Walter Benjamin y el arte empezaría, si seguía este modelo, a perder su «aura».

En la actualidad

El principal heredero y representante en nuestros días de esta masificación es el artista británico Damien Hirst, conocido aparte de por ser uno de los artistas más influyentes de la actualidad por protagonizar una de las burbujas especulativas más agresivas de la crisis del 2009. Casualmente junto con la obra de Warhol, el funcionamiento de esa burbuja, como el de cualquier otra, infló un arte moderno, producido y abalado por la crítica por y para las colosales subastas que llevarían a la obra de Hirst a alcanzar precios estratosféricos. El hecho de producir en serie obras que ni siquiera ven la involucración del propio artista con el objetivo de mantener un precio del que se aprovechan distintos tipos de inversores es especulación sobre un producto, no la monetización de una expresión artística que tiene valor por diferentes motivos dentro del mundo de la creación.

Liquidez

En definitiva, los movimientos vanguardistas funcionaron como terremotos en los que muchísimas nuevas realidades se han creado más allá de lo concreto, pero también se han consolidado como la excusa de las brechas que, cada día más, desconciertan a la sociedad sobre qué es el arte. Junto con otros y variados factores como la mejora de la técnica y tecnología, la consolidación e innovación dentro de lo denominado como audiovisual o incluso la generalización de los medios de producción artística han hecho de las fronteras del arte algo ilimitado pero como todo lo ilimitado, difuso.

La ruptura continua con lo sólido ha hecho que el mundo se convierta en líquido. Y lo líquido, junto con su sociedad de consumo, ha hecho del arte un objeto. En otras palabras, el todo vale junto con una nueva concepción del arte como objeto de consumo, provoca que el propio arte se vea editado dentro de una espiral contaminada. La intención y personalidad creadora del artista no solo se ve subyugada por la propia dificultad de la creación, sino por la aceleración de un mundo que hace creaciones cada día más caducas y por la propia modificación de la expresión para entrar en el mercantilismo moderno.

En una sociedad donde hablar es cada vez más fácil, los que quieren ser escuchados tienen que gritar y estos solo lo van a ser si la masa de consumo apoya y reproduce su contenido. En otras palabras, un aliciente para que el creador actual se vea condicionado en su producción, donde de forma deliberada o inconsciente, ya no se reflejan a sí mismos sino a lo que se supone que tiene que ser reflejado para satisfacer tentaciones y deseos.

Cuando se crea para vender

Actualmente, el esquema de marketing de Dalí, de crear un personaje para la venta, sigue funcionando constantemente en la mayoría de ámbitos donde de una forma u otra se produce arte y por ello la división entre persona y el personaje creado o artista junto su obra es cada día algo más presente. Pero, como en muchos otros puntos, la degradación e infiltración del capitalismo en el arte evoluciona debido a que, del formato de personaje-empresa de Dalí, donde la obra se objetiva para la venta bajo el marketing, se pasa al formato de creación de Warhol en el cual la obra ni siquiera se crea y luego se vende, sino como diferencia fundamental, la obra se crea exclusivamente para vender.

Al dejar fuera todo espíritu de expresión, y establecer este como excusa para vender, solo se identifica el leitmotiv del beneficio económico. Este no solo actúa como contaminación de la creación al condicionar el sentimiento puro de expresión de la persona sino que también lo elimina. Muchas obras están diseñadas para triunfar en el gran público o en un sector de mercado. Por ejemplo, cuando hablamos de canciones en el día a día, diferenciamos entre esas en las que vemos al artista representado de una forma u otra y aquellas que denominamos, casualmente, «comerciales».

El fuego…

Suelen ser las que tienen una mayor repercusión porque el dinero no solo es motivante sino también un criterio. Actualmente, el arte que tiene valor es el arte que triunfa dentro del mercado. Y con esta afirmación viene la fundamental aclaración de que no es lo mismo que el arte dé valor al dinero a que el dinero dé valor al arte. La creación puede ser tan buena, por distintos motivos independientes al activo que puede llegar a ser, que de una forma u otra tenga una alta cotización. Sin embargo, como ha pasado con la obra de Warhol y de Hirst así como de otros muchos, no es lo mismo que una obra tenga que tener un valor de mercado y con ese precio se cree su grandeza en la crítica.

El hecho de que el arte tenga su mercado es bueno para la cultura y principalmente para el artista y su expansión, pero la situación no lo es tanto cuando el mercado es el que tiene a los artistas. Y digo artistas porque hay muchos que directamente se hacen llamar así pero no son más que feroces lobos que nunca se descubrirán a nosotros, caperucitas inocentes que no entienden si lo que ven es arte o no en cualquier sala de museo. Braque dijo una vez sobre Picasso: «algunos parecen haber bebido gasolina y escupir fuego»; y la sociedad de consumo parece hacer autores que escupen más humo que fuego tras haber bebido gasolina con la densidad de la avaricia.

…y el humo

Sin embargo, aunque parezca que hemos llegado a un punto donde el devenir de la creación nos ha llevado hasta una situación de crisis o continuos replanteamientos, el arte no deja de hacer su función dentro de la humanidad. Definitivamente, más allá de las posibles búsquedas de inmortalidad y riqueza, de los debates entre qué es y qué no es arte, de qué vale y qué no vale, de la pluralidad y de los negocios, el arte no está siendo más que lo que ha sido siempre, una representación del inconsciente colectivo de la sociedad. Al igual que la deshumanización fue el retrato fiel de esos vanguardistas asqueados con la humanidad, el desconcierto de lo líquido es el arte contemporáneo.

Como enunciaba Paul Klee, «cuanto más horrible el mundo, tanto más abstracto el arte» y actualmente hemos llegado a un nivel de abstracción que, manchado por las especulaciones, han hecho del arte una burbuja económica y metafórica llena de desconcierto. Parece que la sociedad no sabe sus futuros y todas las posibles crisis sobre los sistemas de hoy en día, así como las crisis de pensamiento universal, son simplemente el contexto donde se va a poder o no crear arte y que por tanto este va a tener esa forma indefinida y difusa. No solo es el humo de los que utilizan el arte como excusa, sino el de la propia sociedad, el que nos despista cuando hablamos de lo cultural.

Esperanza

Esto puede haber provocado que dentro del pantanoso líquido de la modernidad, una incipiente innovación sea la única temática que nos salve de la asfixia. Crear cosas nuevas, superar y establecer algo nunca visto parecen ser los paradigmas camuflados en la motivación creadora del arte contemporáneo. Sin embargo, dentro de esta sensación que nos acelera, que nos hace movernos hacia delante para seguir hacia el futuro, hay personas que brillan con luz propia dentro de la humareda.

Exteriorizar el mundo interior

Bauman decía que, entre los «cementerios de arte» o museos, en la sociedad actual «convergen en el mismo acto la creación destructiva y la destrucción creativa» y esto no es más que un páramo donde todo se cuestiona y en que, por tanto, todo vale. Nunca antes se ha visto un terreno tan virgen donde el que se sitúa tiene tantos instrumentos para transformar la realidad con su visión de las cosas. En este vergel, el que paradójicamente no es más que lo depurado, nuestro cono ya no es el arte a identificar y lo que puede llegar a pasar se pronostica vertiginosamente emocionante.

Por tanto, la modernidad líquida no tiene forma y su arte tampoco. Habiendo huido de todo lo establecido, aquellos con la sensibilidad suficiente para explotar su personalidad creadora y desarrollar un mundo interior representativo con su solidez, serán los nuevos conos que escupirán fuego en cualquier faceta de lo artístico. Dentro de este infinito, de las corrientes sobre las que se mueven los fluidos y de los intereses económicos, es más importante que nunca promover una educación artística que propicie no solo ese tipo de creadores sino un contexto en el que se valoren e identifiquen.

A través del arte podemos aprender de la realidad y podemos saber más de nosotros mismos para seguir creando un yo interior sincero, y por ende, seguir creando la maravillosa expresión artística que vive una situación que parece ser más fácil y a la vez, más difícil que nunca.

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Estudiante de Estudios Internacionales en la Universidad Carlos III de Madrid. Amante de la gestión cultural y de la educación artística. «Y no ser presa de la sorpresa del corredor de fondo. No observa su torpeza porque corre en redondo».


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