Este debía ser un reportaje sobre la Movida. Sobre qué es la juventud en cinco frases de canciones. Pero se trata, eterno retorno, de una canción sobre ti. Porque como cada verano —y este ya toca a su fin—, yo siento que la pleamar lo invade todo, que todo viaja a los centros, mar adentro, y que el alcohol y los libros borran los bordes del absurdo sinsentido. Me alejo de mí mismo, de lo que pudo ser y no ha sido, y me tiendo en una larga noche, yazgo entre las sombras de la luz como en un cuadro de William Turner. Tormenta de nieve sobre el mar. Y entre la marea de anhedonia, yo me punzo y me interrogo: ¿seguiré enamorado de ti?
A la Maga y a mí nos ocurre a veces profanar nuestros recuerdos.
Julio Cortázar (‘Rayuela’)
1. «Y yo caí / enamorado de la moda juvenil, / de los chicos, de las chicas, / de los maniquís. / Enamorado de ti»
La Movida no es esto que yo propongo aquí. No es, ni de lejos, el Poema XX de Neruda ni el Corazón Coraza de Mario Benedetti. El Madrid de los 80 era todo rebeldía, mestizaje y pastillas. Era —y sé que no se lo tomará a mal— las ideas anarcopunk de Elena. La Movida era la escena de la lluvia dorada en Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, el apoliticismo sistemático, las drogas y la superficialidad, la transgresión constante en un país que acababa de conocer la democracia cuarenta años más tarde que el resto de Europa. Y era también pelos pincho y hordas de provincianos desembarcando en la capital, la celebración del sexo por encima del género: que todo daba igual, que a nadie le importaba, como cantaba Alaska y Dinarama.
Por supuesto, era también esta canción de Radio Futura que no dejo de tararear en los últimos días por casa. Y que viene a decir, en resumidas cuentas, que qué bien se está cuando se está bien como en una tonta carta de amor por la juventud, por los errores, los riesgos y lo efímero. Una carta en la que cada línea no es ni más ni menos verdadera que la anterior, sino una expansión del yo interior: la única persona con la que nos da miedo quedarnos a solas.
2. «Y tuve que tomar tres puyazos de ron / para sacarte a los medios»
Solo crecemos cuando caemos en las contradicciones. Así, renegociamos nuestra propia forma de ser, ponemos en tela de juicio nuestros valores, extralimitamos nuestro código moral y aceptamos su incoherencia. ¿Cómo voy a entender al mundo si no me entiendo ni a mí? Aunque, ¿no es acaso el amor suficiente acto de rebeldía cognitiva?: viene a nosotros y abrimos los brazos, sin necesidad de resolver acertijos, derribando viejos conflictos sin necesidad de monólogo interior.
Lo que estaba claro es que tú me hacías mejor persona. Y eso es, quizás, lo que te hace tan especial. Que nunca antes ni después dejé a nadie explorar tan adentro: fuimos juntos astronautas, nos brotaron golondrinas de los ojos. Aprendí a volar contigo y ahora me cuestiono si todo lo demás es, en realidad, anclarme al suelo. A cada rato riego los nomeolvides que sembramos en el alféizar de mi ventana, aunque sé que ya no lees los poemas que te dedico.
No sé si la culpa fue del chachachá y los tangos, los poetas de sangre o la Cléo de 5 a 7 de Agnés Vardá, pero yo quería morirme a tu lado. Como Alejandra Pizarnik que escribía, poco antes de matarse, «No quiero ir nada más que hasta el fondo». Yo a todo te hubiera dicho que sí: te habría pintado de corales y maresía.
3. «Y de noche / recordarás / el sabor de mis besos / y entenderás / en un solo momento / qué significa / un año de amor»
Los lugares son más bien las personas y tú eres mi parque, mi casa, mi cine y mi acera favoritos. «Te amo porque no te pareces a nadie», dejó escrito Alfonsina Stormi. Yo te amaba y te odiaba por la misma razón: eras el único ser del mundo al que no entendía. Tonto de mí, que por entonces creía que era más inteligente quien menos preguntas se hacía. Primero lo escribió Neruda y luego lo cantó La Oreja de Van Gogh: «Qué corto fue el amor y qué largo el olvido». Apenas duró un año, pero yo te querré toda la vida.
4. «Olvidar quince mil encantos / es mucha sensatez / y no sé si seré sensato / pero me cuesta un rato / hacer las cosas sin querer»
Aunque de entre los versos del chileno a menudo saco estos a flote: «Tú has sido, amor, mi única impaciencia / antes de ti no quise tener nada». Ya no me da miedo preguntarme si sigo enamorado de ti porque es muy probable que siempre lo esté. Querré distinto, a otras personas, de otros sexos, de otros lugares. Pero nunca más que a ti. Siento, como sentí hace ya casi diez años, que los te echo de menos eran en realidad techos de más. Que saldría a volar a tu encuentro si algo malo te ocurriese aunque lleváramos años sin hablar.
Y por mucho que te saque de mi vida y me esfuerce por no ser tu amigo y hacer las cosas mal, sigo contando las historias en las que tú salías con los ojos llenos de estrellitas. Son las mismas que me empujan a la tinta cuando me digo que me planto aquí, que yo no sirvo para escribir. Me rodean docenas de astros tuyos, aunque a veces no los encuentre flotando de madrugada por mi habitación. El último temor tangible que me queda lo comparto con Gabriel García Márquez y sus tiempos del cólera: «Lo único que me duele de morir es que no sea de amor».
5. «Me pongo a escuchar / canciones que consiguen que te vuelva a amar»
Me duele pensarte aunque no suenes ya sino como un eco. Tengo la certeza de que no son mías las cosas que sentimos en otro tiempo. Que son del mundo, que pertenecen al tiempo y a los libros. «Ahora yo no sé si vas a leer esta carta, pero igual siento como una necesidad de decirte que yo contigo he sido más feliz de lo que en los libros dicen que se puede». No tiene sentido que escriba lo que otros han dicho mucho antes y mejor; por eso termino con la frase anterior de Eduardo Galeano y La canción de nosotros. Aunque aquí ya no hay un nosotros y esta, esta es una canción sobre ti.
El periodismo me queda de paso. Escribo. Arte, misantropía y revolución. Excelsior.
Viva la inspiración de los movidos años 80.
Qué maravilla de carta