Prácticamente, podríamos decir que el verano está finalizado. Las clases comienzan para unos y los trabajos para otros. Algunos más contentos, otros más tristes, parece que el ritmo vuelve a la normalidad. Normalmente, asociamos ciertos patrones que verano tras verano suelen repetirse, unos más y otros menos: relax, desconexión, viaje/escapada, tiempo con la familia, ponerse al día con los amigos… y la música.
La música se convierte en uno de los fieles acompañantes del periodo vacacional con la llamada canción del verano. El “himno” que año tras año resuena a nuestro lado, en casa, mientras conducimos y el que escuchamos en todas las fiestas. El más reciente, Despacito, que todavía resonará en alguna cabeza. Pero, ¿y la de este año? Candidatas no han faltado, desde luego. ¿Alguien lo tiene claro? Quizás La cintura de Álvaro Soler, Yo Ya No Quiero Ná de Lola Índigo, Teléfono de Aitana… Muchas opciones, pero ninguna ganadora.
Entiendo que todos los años pasa lo mismo, que salen al mercado un par de canciones con la intención de marcar el estío, pero siempre hay una que se suele imponer a las demás. Pan y mantequilla, de Efecto Pasillo; Happy, de Pharrell Williams; o, incluso, Let Her Go, de Passenger,que aún recuerdo cantarla en el coche una y otra vez, mientras todos mis amigos utilizaban frases de la canción para ilustrar su estado de ánimo.
Con la pregunta de si alguien tiene claro cuál ha sido el himno de este verano, me gustaría que hiciésemos una pequeña reflexión. Seguramente, se nos habrán venido a la cabeza muchos sencillos que, además, salieron unos meses antes de la llegada del periodo vacacional. Pero, al menos a mí, ninguno me convence. ¿Qué quiero decir con esto? Que el sentimiento de inmediatez también ha llegado al panorama musical.
Todas hemos escuchado que cada vez tenemos menos concentración cuando leemos, que la multitarea es lo que queremos (por ejemplo, Twitter ahora permite reducir el tamaño de un vídeo para poder verlo mientras seguimos leyendo otros tuits), no llegamos a leer un artículo completo, nos quedamos con el titular… Y, desde mi punto de vista, eso es lo que nos está sucediendo con la música. Nos cansamos muy rápido de las canciones, las quemamos.
Con esto tampoco quiero decir que la culpa sea nuestra; en el fondo, buscar un culpable en esta cuestión es muy complejo. Con las nuevas tecnologías, principalmente Internet, accedemos también a más música: Spotify, YouTube Music, Amazon Music o Google Play Music, entre otros, nos permiten acceder al instante a millones de canciones. No hay comparación con las emisoras de radio o la compra de CDs. Esto, por supuesto, beneficia en general a los artistas: más facilidad para que te escuchen pues tienes más opciones de visibilizar tu trabajo apoyado en las redes sociales. Y no sólo a los más famosos o consolidados en el panorama musical. También otros artistas se dan a conocer gracias a estos medios, como el caso de Marta Soto -artista a la que personalmente admiro-, que hace unos años comenzó a subir versiones de sus canciones favoritas y ahora acaba de sacar su primer disco con letras propias.
Pero también tienen su punto débil, el quid de nuestra cuestión. Nos pasa como con la llamada infoxicación: tenemos tanta, pero tanta información, que no nos quedamos con nada en especial, “vamos picoteando un poquito de todo”, como diría mi madre. Pues con la música igual. Accedemos a tantas canciones, las escuchamos tantas y repetidas veces -y más cuando ya no dependemos de una radio o de un coche para escuchar música, sino que va siempre en nuestro bolsillo-, que nos saturamos. Que x artista saca una canción, y a los dos meses nadie se acuerda de ella. Al día siguiente, y saca otro sencillo, lo añadimos a nuestra lista de reproducción, la escuchamos sin parar y ya está, olvidada a las ocho semanas. Y así con todas las letras del abecedario, que incluso nos faltarían.
Desde mi punto de vista, el problema de fondo es el principio maximin del capitalismo. Sacamos una canción super comercial (da igual el cantante, parece que pocos se resisten a ello), la explotamos y quemamos dos meses a través de las plataformas digitales, ganamos mucha pasta con ello, y ya está, contentos y vuelta a empezar. El mismo proceso con todas las canciones.
Creo que deberíamos parar un segundo, y reflexionar sobre nuestros patrones de escucha. No estoy diciendo que dejemos de oír las canciones nuevas que salen, dar unos pasos hacia unos siglos atrás y escuchar a Mozart, o quedarnos con todos los cantautores –que encima son tristes, como dice mi padre-, mientras miramos a los demás por encima del hombro porque nosotros sí escuchamos música de verdad.
Pues no. Lo que quiero decir es que disfrutemos más de la música, de lo que escuchamos. Que paremos un segundo, dejemos de picotear y disfrutemos de lo que las canciones nos ofrecen -todas y cada una de ellas-.
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Estudio Ciencias Políticas y Sociología en la UC3M y combino mi pasión por los fenómenos políticos y sociales con la cultura, elementos indisociables de una misma y compleja realidad. Desde pequeño me ha encantado escribir y lo utilizo como manera de evasión y difusión.