El pasado fin de semana, Residente, en su discurso como galardonado a la mejor canción del año por René, hizo una reflexión pública sobre lo que, para él, es ser artista. «Hay mucha gente con miedo a que no los metan en ninguna playlist, a que no suenen en las radios, a no vender; en el arte no se puede tener miedo, esa es la diferencia entre ser un negociante o un artista». ¿Pero cómo es posible lograr, por ejemplo en aquellos que empiezan, la máxima visibilidad posible sin renunciar a nada?

El problema tiene dos vertientes: en la parte del artista/creador y en la parte del espectador, del que recibe y ve el arte.

Afecta a creadores y espectadores

Por un lado, porque con los altísimos índices de temporalidad en el empleo (sobre todo en mujeres y en jóvenes), la precariedad es norma y crear y lanzar tus propias piezas se torna complicado. Es así porque con horarios asfixiantes, inestabilidad y baja remuneración, el tiempo disponible, así como el ánimo, para dedicarse no solo a componer, sino a tocar todas las puertas posibles e intentar promocionarse, se convierte en un infierno. Si no se tiene un colchón detrás (normalmente familiar y económico), es muy fácil tirar la toalla y dejar de dedicar tanto esfuerzo a la creación de ese arte.

Por otro lado, por esa misma inestabilidad y precariedad, quienes no crean sino disfrutan el arte tienen mucho menos tiempo para dedicar a esas actividades, a descubrir nueva música, a ir a exposiciones, a leer nuevas autoras o ver otras películas. Al final, si nos pasamos todo el día trabajando, sin saber si al día o a la semana siguiente mantendremos el trabajo, poder disfrutar de tiempo libre propio se convierte en un lujo.

El arte y el diseño actual de las redes sociales

Por si fuera poco, en la situación actual en la que las redes sociales están diseñadas para la rapidez, la inmediatez y el consumo voraz de contenido, todo nos viene servido. Netflix nos dice qué tenemos que ver, Spotify qué escuchar y Amazon Kindle qué leer. Por supuesto que la precariedad no es una exención total para el individuo, pero si no hay condiciones sociales y estructurales que propicien ese tiempo para dedicar a la creación y al consumo del arte, el porcentaje de personas que puede dedicar a esto (haciendo un tremendo esfuerzo), disminuye drásticamente.

El habitus de Pierre Bourdieu

El sociólogo francés Pierre Bourdieu (1930-2002) definió un concepto tremendamente vital para completar el análisis de las clases sociales: el habitus. El habitus vendría a ser algo así como la «clase incorporada», los estilos de vida típicos de los entornos de la misma clase social (los más pudientes juegan al golf y desarrollan hábitos en todo ese ambiente). Bourdieu introduce, por tanto, al capital cultural en la ecuación de las clases. Es decir, tu vida no solo está marcada por tu capital económico, que es la base, sino que te desarrollarás siguiendo los patrones culturales más o menos homogéneos propios de esos ingresos.

Bourdieu y el arte
En ‘La distinción‘, Bourdieu estudia fenómenos a partir de la conceptualización del ‘habitus‘. Foto: Arbeiterkammer

Pierre Bourdieu lo desarrolló en algunos estudios e investigaciones, como la que realizó sobre una exposición de fotografía, en la que los gustos y opiniones estaban claramente marcados (por encima de cualquier otra variable) por el nivel educativo y la ocupación, que afectan, a su vez, al capital cultural (y total) de esa persona. Por lo que, en consecuencia, la autonomía o libertad a la hora de dedicarse a una cuestión u otra, disponer del tiempo necesario para el arte o desarrollar interés por diferentes ámbitos no es, desde luego, independiente de la capacidad económica que tenga cada uno.

Democratización no implica igualdad

La llegada de las redes sociales permitió cierta corriente democratizadora, porque permitió un foro común, sin prácticamente límite de personas ni límite de audiencia, en el que todo el mundo podía participar, sin demasiadas barreras de entrada como hasta el momento.

Pero incluso ahí también operan las diferencias y las desigualdades. Porque el capitalismo neoliberal sigue imperando en las redes, y conseguir cierta visibilidad que permita seguir creciendo a veces consiste en pasar por caja para que los algoritmos no te penalicen o, al menos, para que puedas llegar a un público más amplio (que ya existe, que está ahí).

Y hacerse un hueco en lo viral es complicado. En muy pocos casos, se trata de una cuestión de suerte, de estar en el momento y en el lugar justo, contando con cierta difusión boca a boca antes y durante. Pero hay miles de talentos perdidos en los bits, que no han gozado de esa suerte, y que siguen luchando por seguir creciendo con su arte. Por eso, si no estás en las redes hoy en día no existes, ni para las compañías que te puedan representar y difundir, ni para muchos usuarios.

No depende todo de internet, pero casi

Por eso, desgraciadamente, intentar la máxima difusión viral en internet uno de los pocos elementos que, hoy en día, pueden garantizar cierto éxito (entiéndase éxito como poder vivir dignamente de tu profesión como artista). Y estar incluido en alguna lista de reproducción puede hacer que subas muchos escalones.

Evidentemente, no es una cuestión única y exclusivamente de que la vía es internet. Hay diversos ejemplos de colectivos que han tenido su éxito fuera de ellas y sin necesitarlas para poder dedicarse plenamente al arte. Pero es otra vía también difícil y, sobre todo, inasumible para aquellos que no disponen de un apoyo económico suficiente como para dedicar lo necesario (tiempo, recursos) a su obra.

¿Cuántos artistas pueden autoproducirse y representarse con éxito?

Por ejemplo, Sofía Ellar (no tengo nada en su contra, y desde luego que es una de las mejores voces del panorama español, con unas letras muy sensibles) pudo saltar a la música porque llevó a cabo lo que diseñó en su trabajo final de grado de la IE Business (una de las universidades privadas más prestigiosas -y costosas- de España): una empresa discográfica propia en la que se pudiese autoproducir sus canciones. No sé cuántas personas que se quieren dedicar a la música pueden decir que pueden hacer lo mismo (sin ser esto, de nuevo, ninguna objeción contra el talento de Ellar).

Este artículo, por supuesto, tampoco es una excusa para criticar a Residente, un artista al que, como muchos sabrán, admiro profundamente en lo musical y en lo personal, sino a los patrones sistémicos que promueven lo que él critica del panorama actual. «Los números, los seguidores en Instagram, los hits en YouTube no definen el arte; el arte es nuestro reflejo para sentirnos libres», terminó René su discurso del pasado viernes en la gala de los Premios Grammy Latinos.

YouTube no decide pero sí expone

Desde luego que YouTube no dice qué es arte o qué no, pero muchas veces tener cierta visibilidad en esos lugares es un gran paso para que los artistas, sobre todo aquellos con más en su contra, puedan dedicarse dignamente a su pasión: crear arte, que desde luego redunda en nuestra sociedad.

Y eso sí: para otro artículo da la explotación que hace la industria de los artistas y que nos tiene que hacer reflexionar sobre otra pregunta: ¿a quién pertenece el arte?

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Estudio Ciencias Políticas y Sociología en la UC3M y combino mi pasión por los fenómenos políticos y sociales con la cultura, elementos indisociables de una misma y compleja realidad. Desde pequeño me ha encantado escribir y lo utilizo como manera de evasión y difusión.


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