La crisis del periodismo ha traído la pérdida de identidad y la necesidad de redefinir muchos aspectos de la profesión. Pero también ha hecho que escaseen cada vez más las buenas historias, y con ello la manera de contarlas. Siempre escucho que hay que intentar ofrecer otro punto de vista al lector. Creo que esa es la clave para ser un buen periodista: aportar valor a la comunidad, crear significado y dejar huella en quien nos lee.

La búsqueda

Hace unos meses un profesor de la universidad nos encomendó salir a las calles de Getafe en busca de una buena historia. Debíamos estar atentos a los gestos, las miradas y acciones de las personas que transitaban la calle. También era necesario preguntar y tener la predisposición de indagar en todo aquello que llamara nuestra atención. Sin duda, lo mejor que extraje de aquella práctica fue no encontrar ninguna historia, porque al salir a buscar al día siguiente me di cuenta de lo complejo que resulta detectar ese valioso testimonio, o esa vida desventurada, o los secretos del edificio de enfrente.

¿Y por qué es tan complicado contar historias? Gran parte del periodismo que se hace ahora se centra en crear conversación e interactuar con los lectores-usuarios. La información como ente propio ya no existe. Una noticia ya no es si no aparece en las redes sociales. En este contexto de inmediatez e infoxicación es cuando se necesita el periodismo más comprometido con la sociedad. Ese que hace trabajar al cerebro que solo responde a «me gustas» y titulares. Y para ello, qué mejor que el formato más rico y detallado: la crónica.

La crónica

He de aclarar que no me refiero a la crónica informativa —como la de un partido de fútbol—, sino a la que trata de captar las emociones de los humanos. Este afán surgió por la llegada del Nuevo periodismo nacido en la década de los años sesenta en Estados Unidos para tratar de describir los sentimientos y todo aquello que nos hace mortales. En esta corriente abunda el uso de recursos literarios que nunca podrían ser aceptados en los comandos informativos. Sin embargo, sería un error confundir eso con la subjetividad, porque para contar la verdad también hacen falta metáforas y epítetos.

Para explicar mejor el concepto de crónica veo conveniente mencionar a Gay Talese, uno de los padres del Nuevo periodismo y leyenda viva del oficio. Es increíble la exactitud de las imágenes que evoca en el lector mediante sus descripciones. Al leer sus crónicas me da la sensación de estar en el cine viendo una película. Todo está hilado de manera perfecta. Las descripciones, pese a no ser sesgadas, ofrecen un punto de vista tan singular que al leerlas parece que pudiéramos ver a través de sus ojos. Con genios como Talese es mucho más fácil comprender lo útil y necesaria que es la crónica en tiempos en que se lee poco y mal.

Volviendo a lo que explicaba al inicio de este artículo, la crónica nos permite dar un giro a la realidad para mostrar lados inesperados, y se puede aplicar a cualquiera que se atreva a adentrarse en el mundo del relato. Con esto quiero decir que, si vamos a un concierto, en lugar de describir cómo era y qué hacía el cantante, sería interesante fijarse, por ejemplo, en la persona encargada de controlar la mesa de mezclas. No se trata de evadir lo más relevante del acontecimiento o escena que queremos relatar, pero sí de ver todas las variantes que orbitan a su alrededor.

Gabo

Hace unos años, en el instituto, degusté por primera vez a Gabriel García Márquez con su novela Crónica de una muerte anunciada. Me gustó bastante, pero, como era evidente, no fui consciente de la genialidad que tenía delante. ¿A quién se le ocurre escribir un libro sobre el asesinato de un amigo que tuvo lugar hace cuarenta años? Pero no solo eso, también concebir un reportero-narrador que vaga por la estructura temporal del relato a sus anchas, todo ello concentrado entre un fino hilo que separa la realidad de la ficción. Por todo esto, a pesar de que no podemos atribuirle un carácter periodístico a la obra, es un ejemplo ideal de lo que he intentado explicar; la estructura del cómo y el hallazgo de los porqués.

Para terminar, aprovecho la mención a Gabo para reivindicar la necesidad de formar mejor a los estudiantes, ya que son escasas las asignaturas orientadas a elaborar textos con esencia y que doten sentido a los acontecimientos. Es evidente que los profesionales de la comunicación deben adaptarse a las nuevas narrativas y perfiles, pero nunca debería quedar a un lado el desarrollo de las capacidades interpretativas y de redacción. García Márquez en su discurso en Los Ángeles en 1996:

«La mayoría de los graduados llegan con deficiencias flagrantes, tienen graves problemas de gramática y ortografía, y dificultades para una comprensión reflexiva de textos. Algunos, conscientes de sus deficiencias, se sienten defraudados por la escuela y no les tiembla la voz para culpar a sus maestros de no haberles inculcado las virtudes que ahora les reclaman, y en especial la curiosidad por la vida».

Gabriel García Márquez
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Soy muy práctico: todo lo que aprendo quiero plasmarlo en la vida cotidiana. Curso el doble grado en Periodismo y Comunicación Audiovisual, por lo que comunicar es una de mis pasiones. Preocupado por el medio ambiente, apasionado por el arte, extrovertido por la vida… combino todo esto como puedo.


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