Mis tíos siempre me dicen que solo voy a conciertos de «estar sentado». Entre risas, me pican con que «esos no son los de verdad». No trataré de negar lo cierto que es la primera afirmación, está claro. Y mucho menos cuando, hace apenas unos días, volví a ir a uno y ocupé otro asiento. Lo que es peor (para ellos, claro): fue en el clásico Palacio de los Deportes (ahora rebautizado como Wizink Center). Por la lejanía que ahora nos separa, no les he contado que, para más inri, no era solo un concierto: también era un recital poético, bautizado como Desordenados. Les desordenaré las ideas, como ya nos lo hicieron Elvira Sastre y Andrés Suárez el pasado jueves 21.

Llenar el Wizink Center no es baladí. Un recinto amplio que alberga cualquier tipo de evento o espectáculo no se completa fácilmente, aunque Suárez ya lo había hecho hace algunos años. El reto esta vez era mayor: no iba a ser un concierto al uso (quizás tampoco un concierto, quien sabe), sino más bien un recital músico-poético. Atreverse a llevar la poesía a un complejo que es capaz de recibir a miles de personas es un paso muy grande. Súmale a eso haber tenido la capacidad de convencer a quien correspondiese que había que hacerlo, más en un mundo imperante por las lógicas de la rentabilidad capitalista.

Pero Desordenados lo logró. Que la poesía está en un momento de auge, en parte gracias a talentos como el de Sastre, es otra afirmación que pocos pueden refutar y esa noche fue ejemplo de ello.

Aquel que queremos ser

Un par de filas delante de mí se encontraba un señor (al que llamaremos Manuel) que encarnaba y mostraba todas las emociones que guardábamos el resto. Por timidez o por respeto a un formato novedoso sobre el que no había ningún patrón escrito, resonaba cierta reticencia a cantar las canciones del gallego. O quizás porque, en cualquier momento, la voz de Andrés Suárez callase y la banda acompañase a la segoviana mientras recitaba algunos versos. Pero lo que está claro es que Manuel había ido a dejarse la piel y bien podría haber representado a las miles de personas que lo acompañábamos. Animaba al público a aplaudir, sus notas sonaban por encima de las del resto y sintió como ninguno el «a la mierda el conformismo: yo no quiero ser recuerdo».

Nadie que lo rodeaba se fue de allí sin saber de su existencia y nadie abandonó el lugar sin pensar que Manuel, que además venía de Latinoamérica (como muchos otros), encarnaba el puro sentimiento que Sastre y Suárez habían lanzado cuando, con los focos listos para encenderse y comenzar la función, nos prepararon con el mensaje de bienvenida: «Tanta gente ahí afuera y coincidir, nosotros, vosotros y todo este desorden. El espejo en el que nos vemos. Madrid, vuestra luz. Nuestro desorden ya es para siempre». Era el comienzo de Desordenados.

Ni una más, ni una menos

La noche no se reservó ni un solo momento. Hubo tiempo para que Elvira Sastre se quedase solamente acompañada de las músicas para que, mientras portaban una camiseta que rezaba «ni una más, ni una menos», se reivindicase la necesidad de la lucha feminista frente a la desigualdad de género y la incesante violencia machista. «Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse», decía Gabriel Celaya y la segoviana confimó que la poesía es un arma cargada de futuro.

desordenados elvirasastre
Con tan solo 27 años, la poetisa llenó, junto a Andrés Suárez, el Wizink Center. Foto: Mario Yanes

Tampoco hubo reparos en que los sentidos disfrutasen de una de sus mejores veladas. Los versos de Sastre interrumpían las canciones de Suárez. La inercia de seguir cantando era encapsulada por la poesía de la joven escritora que te atrapaba y te volvía a soltar en el preciso momento en el que el cantautor recogía el testigo y sumergía al público de nuevo en la melodía que nunca había dejado de sonar. Vuelve siguió siendo el ritmo lento que mecía la cuna que arrullaban segoviana y gallego. Quién iba a decir que la poesía iba a romper una canción (en el buen sentido, entiéndanme) y que la interrupción rítmica desordenaría cualquier esquema predeterminado de la música y el producto iba a ser mejor. Los Números cardinales fueron más de los que ya sabíamos gracias a la garra de Sastre.

No se quedó atrás ni un sentido

Aunque para tesón, uno de los momentos cumbres de la noche. Con el escenario apagado, como en varios impases entre canciones, se esbozó la voz de Andrés Suárez a lo lejos, como si estuviese ensayando entre bambalinas. Nada más lejos de la realidad: si llenar el Palacio de los Deportes no le había parecido suficiente, apareció en el fondo de la pista y atravesó el espacio hasta el escenario cantando, sin micrófono pero con su guitarra, Benijo. La sorpresa de quienes estuvimos allí sentados rápidamente se transformó en admiración y respeto, porque la historia de amor ocurrida en una escondida playa tinerfeña retumbó en cada esquina del recinto, por más que no hubiese más tecnología que su propio cuerpo para transmitir el sonido.

Andrés Suárez en el escenario de Desordenados
No era la primera vez que Andrés Suárez cantaba a capela. Foto: Mario Yanes

La magia no estaba solo en lo auditivo, sino también en lo visual. Un espectáculo tan compartido como Desordenados no podía dejar de mostrar la complicidad entre ellos y el protagonismo de cada cual. El juego de luces guiaba en cada momento la atención hacia quien recitaba o cantaba sin dejar de mostrar un panorama conjunto. Se reservaron para el final la escena que simbolizó el «orden» del espectáculo y la admiración que se profesan: dos sillones, uno frente al otro, que ocuparon para crear un diálogo artístico y visual en el que se inventaron mil formas de expresar el querer. Una pedalera los volvió a desordenar, pues Sastre se sentó al lado de Suárez y permitió que el gallego reprodujese una versión de Perdón por los bailes sin el emblemático Pablo Milanés mientras la segoviana le mezclaba versos.

Desordenar u ordenar

Cuando todo sale rodado y la sintonía es patente entre artistas y público, es difícil negar que se te ha hecho corto. Desordenados rasgó por completo los sentimientos de muchos (ya me conocen, no hace falta decir que me incluyo) y, con esas mismas armas (la poesía y la música) ordenó (quizás la antítesis era el objetivo inicial de los protagonistas) de nuevo las piezas de aquellos que estábamos en el público. Se torna complicado (y, permítanme decir, algo injusto para muchos) pensar que Desordenados no visitará más lugares.

Elvira Sastre y Andrés Suárez han sentado un importante precedente: la música y la poesía no están en un segundo plano y son capaces de llenar el recinto que sea siempre y cuando la pasión y la admiración entre artistas y entre piezas sea el eje que vertebre la razón. Con el público en pie y palmas al aire al ritmo de El corazón me arde, terminó una fiesta. Una fiesta con sillas, por más que a mis tíos les choque. Larga vida a los conciertos «de estar sentado».

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Estudio Ciencias Políticas y Sociología en la UC3M y combino mi pasión por los fenómenos políticos y sociales con la cultura, elementos indisociables de una misma y compleja realidad. Desde pequeño me ha encantado escribir y lo utilizo como manera de evasión y difusión.


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