Luz de mi vida, fuego de mis entrañas. La primera vez que leí esas palabras fue cuando tenía trece años. Hasta entonces, nunca fui capaz de decidir qué libro era mi favorito, pero Lolita, de Vladimir Nabokov, pudo ocupar ese hueco en mí. Lo leí y lo releí. Caí sin darme cuenta en la mentira de aquella estantería que la guardaba, esperando la llegada del lector que mereciera su prosa. Y es que durante mucho tiempo llegué a pensar que aquella era una historia de amor, de esas que crees que puede ser posible, y que aguardas hasta la última página para ver ese beso que no llega. Me había cegado.

Tras el libro vinieron las películas. Pocos días después de acabar sus páginas y entristecerme por el deprimente final, me enteré de que aquella novela ya había sido llevaba al cine dos veces. Y así, en una tarde, me vi las dos películas que relataban Lolita de un modo muy distinto. Empecé por Kubrick, al ser el clásico imprescindible que todo cinéfilo debería conocer. Después, opté por el color, y seguí nutriéndome de la historia de Nabokov con una versión más fiel al texto que había leído. Ambas me enamoraron.

Sin ser consciente, poco a poco me iba introduciendo en la cultura Lolita. Debo admitir que, seguramente, de no ser por la obra de Nabokov, jamás habría conocido a mi admirada Lana del Rey ni habría reconocido un clásico atemporal de la chanson française como lo es Moi… Lolita, de la artista Alizée.

La romantización del delito

Pero todo esto no vino de un modo aislado y solitario. Al mismo tiempo que descubría ese lado polémico y sexual de la cultura, atendí a una nueva visión del mundo con más interés, a pesar de que mi ignorancia me hizo cargarla de prejuicios mucho tiempo: hablo del feminismo.

Al principio no me supuso un problema abordar ambas cosas. El abrazo al feminismo me permitió observar con más profundidad la cultura que consumía, pero seguía guardando las gafas moradas antes de releer Lolita o disfrutar de sus adaptaciones. El amor romántico aún no había sido tocado por el análisis, y me autoengañé creyendo que aquello era sano y real. Pero había algo que ignoraba; algo que, tal vez por la magia de la palabra escrita de Nabokov o la voz del miserable Humbert Humbert, me confundió de una manera terrorífica.

Existe un vídeo sobre una entrevista al autor, en el que un periodista francés le muestra varias portadas internacionales de su obra estrella, algunas con la ya icónica imagen de la Lolita de Kubrick con sus gafas en forma de corazón. La indignación de Nabokov se hace presente cuando regaña a la audiencia y acusa a las editoriales de haber malinterpretado por completo su obra. El patriarcado, a través de cultura de la pedofilia (su arma más contemporánea) había convertido la historia de un pervertido que busca dominar sexualmente a una niña de doce años en una de las historias de amor más vendidas de todos los tiempos.

Las nuevas armas del patriarcado

Y los lectores habíamos caído en su juego sin menor ejercicio de sospecha. Porque cuando nos acercamos a una librería y vemos un libro como Lolita bajo un cartel que pone NOVELA ROMÁNTICA, nos dejamos cegar por nuestra ignorancia que se realimenta de sí misma con la excelentísima prosa de Nabokov. Hay quien puede opinar que fue el propio autor el que quiso que sintiéramos empatía por Humbert, olvidándonos de que sus deseos no eran acciones de amor, sino ejercicios aberrantes y vomitivos de un monstruo que solo quería robar la inocencia de una niña. Pero prefiero pensar que solamente quiso jugar con la perspectiva con el único fin de hacerte sentir un poco peor contigo mismo. Y vaya si lo consigue.

Ahora Lolita adquiere una nueva idea en mí. Sigue siendo mi libro favorito (puede que así sea toda mi vida), pero ahora lo es bajo otra apariencia: la del libro que me engañó y me dio la bofetada necesaria para conocer las nuevas armas del patriarcado.

Lolita es una obra de arte político. La percepción que damos al libro no es la que pretendía el autor y, sin embargo, aceptamos la visión que nos otorga el patriarcado, con películas que distorsionan la idea original de Nabokov y hasta una moda homónima que hace ver lo infantil como algo sexual. Nos hemos creído que las nínfulas son enemigas que engañan y manipulan como ya hacían las sirenas en la Antigua Grecia, pero no son más que el retrato distorsionado de las víctimas del patriarcado que lloran cada día mientras su inocencia muere poquito a poco.

+ posts

Estudio Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Carlos III, aunque prefiero perder el tiempo con la escritura y la música, aunque pocas veces el deber académico me lo permite. Pero cuando me salgo con la mía, lo hago creyendo que no hay mejor forma de cambiar el mundo que a través de la expresión de uno mismo.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *