“Lloras funestamente y evocas tu locura y hasta quisieras extraerla de ti como si fuese una piedra, a ella, tu solo privilegio.” Así dice un verso del poema “El hermoso delirio”, del libro de Alejandra Pizarnik La extracción de la piedra de locura, publicado en 1968.

Durante la Edad Media se creía que los hombres necios albergaban en su cráneo una especie de piedra que los hacía enloquecer. Algunos médicos, incluso, decían ser capaces de extraerla, como si fuera una pequeña astilla en la superficie de la piel, algo que no forma parte de nosotros y que puede amputarse sin que nuestro cuerpo se resienta. Una piedra con la que tropezamos en el camino, que nos estorba en la consecución de una vida cuerda, buena, normal.

Del Bosco y las flores

Alrededor de 1480, el Bosco realiza una obra titulada “Extracción de la piedra de la locura” donde se muestra esta operación quirúrgica, tan habitual en su tiempo. En esta obra (expuesta actualmente junto a otras también de su autoría en el Museo del Prado), un hombre con mallas rojas, sentado en una especie de banco y con la mirada perdida, se deja intervenir por el supuesto médico, del que el Bosco se ríe situando irónicamente un embudo en su cabeza. De la cabeza de Lubber Das, protagonista de la escena, cuyo nombre conocemos gracias a la oración que el Bosco escribió en torno al propio cuadro, extrae el médico no una piedra, sino más bien algo similar a una flor. Una flor que nos recuerda al nenúfar: su naturaleza la hace brotar en la noche y cerrarse —como para protegerse— durante el día. Vive arraigada en el fondo de las charcas y lagos, en las que las aguas están siempre estancadas.

Así, como el nenúfar, la poesía de Pizarnik florece en el silencio de la noche, donde la muerte se hace presente en los versos que pronuncia a oscuras. Inamovible, su cuerpo se vuelve sobre sí para rebuscar en las entrañas aquello que la hace ser, doler. La escritura es para Alejandra un medio de introspección: quizá sólo conociéndose es una capaz de arraigarse en el mundo, como los nenúfares a la tierra húmeda del fondo de sus charcas.

Alguna palabra que me ampare del viento,

alguna verdad pequeña en que sentarme

y desde la cual vivirme,

alguna frase solamente mía

que yo abrace cada noche,

en la que me reconozca

en la que me exista.1

A través de la poesía Pizarnik irá forjando su identidad personal, viéndose invadida por los símbolos que aparecen recurrentemente en su obra.

Alejandra implora a la niña que fue, “una niña densa de música ancestral”2, para buscar la razón de su presente. En esta búsqueda —o excavación— sus poemas van abandonado su brevedad para adoptar un estilo prosístico, cercano a la narración. La extracción de la piedra de locura es la primera obra donde se hace muestra de este cambio, más libre, indisciplinado quizá.

Protagonista y narradora

Sus poemas parecen fragmentos de un diario personal, o cartas dirigidas a sí misma, a modo de espejo cóncavo que revele la imagen de su otra parte. Se dirige a sí misma, y a su vez se narra a sí misma, como si su paso por la vida tuviera la forma de un relato onírico que ocurre únicamente en la oscuridad, en el silencio. Los colores primarios tiñen los vestidos de los personajes de estos sueños, siempre enmarcados en tinieblas, como en un cuadro de Caravaggio: “ahora tengo miedo a causa de todas las cosas que guardo […], cuantas pequeñas figuras azules y doradas gesticulan y danzan (pero no dicen), y luego está el espacio negro —déjate caer, déjate caer—, umbral de la más alta inocencia o tal vez sólo de la locura”3.

Las damas de rojo, las figuras azules y doradas, el niño florentino —como el joven Baco, incitando a la poeta a la embriaguez4 — ocupan ese “espacio negro” en el que Alejandra inevitablemente está destinada a escribir. Estos personajes como terribles invocaciones de la muerte, que es todos los colores: tiñe su voz y su nombre. “La muerte azul, la muerte verde, la muerte roja, la muerte lila, en las visiones del nacimiento”5.

¿Quién es Alejandra, entonces, cuando he olvidado mi nombre?, parece preguntarse.

Pizarnik escribe desde un lugar que se encuentra entre su anhelo de vivir y el constante impulso que la lleva a desear la muerte (“cúrame del vacío”). Ese lugar —a la vez dentro y fuera de sí misma— es desde donde se observa, como un personaje más de sus fantasías a quien ha de narrar lo que  le sucede. Protagonista y narradora al mismo tiempo, la locura no es, para Alejandra, una piedra. Es, más bien, la conciencia de que existe otra debajo de ella que no puede extraer de sí misma.

Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla6.


  1. «Origen», Las Aventuras Perdidas, A. Pizarnik, 1958.
  2. “Fragmentos para dominar el silencio”, La extracción de la piedra de locura, A. Pizarnik, 1968.
  3. “La consagración de la inocencia”, La extracción de la piedra de locura, A. Pizarnik, 1968.
  4. Hago referencia al poema mencionado en la nota anterior, “La consagración de la inocencia”, donde un niño florentino “extiende una mano y te invita a permanecer a su lado”.
  5. “El sueño de la muerte o el lugar de los cuerpos poéticos”, La extracción de la piedra de locura, A. Pizarnik, 1968.
  6. «Caminos del espejo», La extracción de la piedra de locura, A. Pizarnik, 1968.
+ posts

Nací en Oxford en el año 1999 y dos años después mis padres y yo nos mudamos a Madrid. Debería ser la prota de una película de Éric Rohmer pero hablo demasiado alto. Generalmente estoy leyendo y parezco una persona seria. Mi línea de metro favorita es la 3.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *